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En 1798 los monjes pudieron abandonar Sant Pere de Rodes con una condición: debían destruir el monasterio para evitar que se convirtiera en un nido de contrabandistas.

Por aquel entonces, el cabo de Creus estaba cubierto de viñas y, por la noche, sus calas veían zarpar balandros cargados de bocoyes de vino. El contrabando convivía con la gente que cazaba tesoros, atraídos por las leyendas que hablaban de riquezas escondidas por los monjes.

Esta visita nos descubrirá ese pasado clandestino de Sant Pere de Rodes y el cabo de Creus, también hacer degustaciones de vinos que nos hablan de esta tierra de contrabandistas y furtivos.

Con la colaboración del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Empordà y la Ruta del Vino del Patronato Turismo Costa Brava de Girona.