Tras atravesar el portal, se accede al recinto de acceso al monasterio, cuya configuración es fruto de la remodelación que se hizo a mediados del siglo XVIII. Hasta el momento de la exclaustración, acogía servicios externos a la vida monacal, como las caballerizas y los talleres, además de las viviendas de los legos que estaban al servicio del monasterio. Entre estos servicios se encontraba la herrería, que ocupaba uno de los edificios anexos al portal.
El portal de la Asunción, presidido por una imagen de la Virgen y el escudo de Santes Creus, comunicaba el recinto exterior con el de media clausura, un espacio de acceso restringido para preservar el aislamiento de los monjes.
A través del portal de la Asunción se accede al recinto de media clausura, denominado actualmente plaza de Sant Bernat Calbó. Las costumbres del Cister contemplaban este espacio de transición entre la clausura y el mundo exterior para cumplir con las obligaciones de acogida y para atender las actividades económicas en las que estaba implicado el monasterio, sin interferir en la vida cenobítica.
En el siglo XVI, el abad Jeroni Contijoc (1560-93) trasladó su residencia desde el claustro posterior a la plaza de Sant Bernat. El nuevo palacio aprovechaba una parte de la estructura del antiguo hospital de pobres de Sant Pere i Sant Pau, construido en el siglo XIII gracias al legado de Ramon Alemany de Cervelló para la construcción y el mantenimiento de un hospital que acogiera a los peregrinos y diese caridad a los pobres.
Según la concepción ideal de un monasterio cisterciense, en este espacio, actualmente vacío, debían de levantarse las dependencias de los hermanos legos. En el monasterio convivían monjes presbíteros y legos, que se distinguían por haber recibido o no las órdenes superiores. Esta diferencia, a menudo marcada por el origen social y el nivel cultural, se hacía muy patente en la vida monástica: presbíteros y legos adoptaban funciones diferentes e incluso ocupaban espacios separados dentro del monasterio. Mientras que los monjes presbíteros se dedicaban fundamentalmente al estudio, los legos se encargaban de las tareas manuales. Los legos tenían que cumplir todas las obligaciones religiosas, para poder dedicarse a las tareas agrícolas, artesanales y de mantenimiento que requería el sustento de la comunidad.
El monasterio no disponía de una muralla propiamente dicha, sino que se fortificó elevando los muros del recinto claustral y reforzándolos con las almenas. A fin de proteger a los defensores, el espacio que quedaba entre las almenas estaba cubierto con piezas de madera abatibles.
La puerta Real era el acceso principal a la clausura. Forma parte de las obras de construcción del claustro gótico, en el siglo XIV, y cuenta con el patrocinio de Jaime II y Blanca de Anjou, como constatan las efigies reales y los escudos esculpidos en el arco de la puerta.
El claustro es una de las piezas más significativas de Santes Creus, no solo por su calidad artística, sino por ser el primer claustro gótico construido en la Corona de Aragón.
En la galería sur del claustro, sobresale un templete que acoge el lavamanos donde los monjes se lavaban antes de entrar al refectorio. Según el plano ideal de los monasterios cistercienses, el templete estaría situado delante del refectorio.
Delante del templete hay una puerta que debía de comunicar con el antiguo refectorio, según las pautas de la arquitectura cisterciense. Al lado, se encontrarían la cocina y la bodega, también desaparecidas. Aunque no queda ningún elemento del refectorio, la documentación revela que la reina Blanca de Anjou dejó un legado testamentario para construirlo.
La sala capitular acoge uno de los rituales diarios de la vida monacal: la lectura de un capítulo de la regla de san Benito. Es una de las estancias monásticas más importantes por la relevancia de su función y, en el caso de Santes Creus, una de las más logradas desde el punto de vista arquitectónico. El espacio forma parte del primer bloque constructivo del siglo XII, y se caracteriza por la austeridad, la sencillez y el equilibrio.
La capilla ocupa el espacio del antiguo armarium del monasterio, donde se guardaban los libros utilizados en el capítulo y, en los ratos de lectura, en el claustro. En 1558, se convirtió en la capilla funeraria de Magdalena Valls de Salbà, hermana del abad Jaume Valls. Las obras fueron pagadas con el legado testamentario de la propia Magdalena.
La iglesia de Santes Creus se empezó a construir en 1174 y se abrió al culto a partir de 1211, aunque las obras se prolongaron hasta principios del siglo XIV. El templo, consagrado a la Virgen, como es costumbre en el Cister, era exclusivo para la comunidad. Con la desamortización, adoptó el papel de iglesia parroquial que hasta entonces ejercía la iglesia de Santa Llúcia.
El locutorio comunica el claustro principal y el posterior. Es un lugar de paso, pero también un punto de reunión, como testimonian los bancos de piedra adosados al muro, antiguamente revestidos de madera para hacerlos más cómodos. Los monjes podían mantener breves conversaciones, siempre con prudencia, puesto que los cistercienses convivían en silencio, convencidos de sus beneficios espirituales.
Santes Creus tiene un segundo claustro, artísticamente más sencillo, que articula las dependencias situadas en la parte posterior. Se levantó en la segunda mitad del siglo XIV, durante el abadiato de Guillem Ferrera, con el propósito de ordenar esta área y vincular el palacio con el resto del monasterio.
La copia de manuscritos y la redacción de documentos era un trabajo propio de los monasterios medievales. Y los monjes cistercienses también se implicaron en esta actividad aunque san Bernardo dictó normas restrictivas sobre ello para preservar la austeridad de la orden. Esta regulación redujo la gama de colores, restringió la ornamentación de las letras capitales y suprimió los elementos figurativos. A pesar de ello, la orden también produjo manuscritos ricamente iluminados debido a la relajación en el cumplimiento de los preceptos.
A través de una pequeña portezuela, se accede a la prisión, un espacio húmedo y de pequeñas dimensiones, que servía como celda de castigo y penitencia para los hermanos. El abad debía conocer la forma más adecuada para corregir el comportamiento de sus monjes, que incluso contemplaba la posibilidad de castigos físicos. En los casos más extremos, podía llegarse a considerar la pena de prisión.
La construcción de un nuevo refectorio también comportó el traslado de la cocina a su lado. Actualmente, la mayor parte de la estancia ha perdido la cubierta y se han conservado pocos elementos que permitan identificar su función original. Además de restos de las conducciones de agua, se conservan las pilas, una mesa y un fogón de piedra para poner las ollas sobre el fuego. También hay un molinillo y los restos de unas muelas procedentes de un molino harinero.
El refectorio del claustro posterior está documentado desde el siglo XVI, aunque el aspecto definitivo se debe a las obras de 1733 cuando, con el propósito de dar más luz al interior, se elevó el techo y se abrieron dos ventanas más, una en cada extremo, por encima de las galerías del claustro.
El palacio era la residencia del abad y el centro de la administración del monasterio. Las funciones del abad de Santes Creus iban más allá de la dirección espiritual y del gobierno de la comunidad monástica, dado que tenía obligaciones como señor feudal y como representante del estamento eclesiástico en las Cortes. Además, durante mucho tiempo, disfrutó de una estrecha vinculación con la corona, gracias al título de Capellán Mayor Real que ostentaban los abades de Santes Creus. Por ello, la administración de este poder implicaba mantener constantes contactos con el exterior, lo que justificaría el mantenimiento de una residencia propia, a través de la que expresaría el poder del monasterio.
Una vez decidido el emplazamiento en estas tierras, al lado del río Gaià, la comunidad procedente de Valldaura habría levantado estas dependencias provisionales, mientras se terminaban las estancias básicas del cenobio. Más tarde, los edificios se remodelaron y estuvieron en uso hasta la exclaustración. Se sabe que había dependencias cubiertas con artesonados de madera y yeso del siglo XVI.
Situada en la parte posterior del recinto monástico, la capilla de la Trinidad seguramente fue la primera iglesia de la comunidad desde que se instaló en Santes Creus (siglo XII) hasta la apertura al culto de la iglesia mayor (1211). Posteriormente, con la construcción de nuevas dependencias en el claustro posterior, se convirtió en la capilla de la enfermería.
Los monjes jubilados que llevaban más de cuarenta en la comunidad y los ancianos vivían en estancias adaptadas, situadas delante del palacio, en el lado opuesto al claustro. Aunque han quedado escasos testimonios de esta construcción, ha pervivido un excepcional arco catalán o escarzano, largo y muy aplanado, que se mantiene a pesar de la destrucción sufrida a raíz de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876),
El origen de este edificio se encuentra en el marco de las reformas iniciadas en el monasterio a partir del siglo XVII con el objetivo de reorganizar el espacio de vida comunitaria. Esta nueva construcción habría acogido, en la planta baja, un almacén de ropa y unos lavaderos y, en el primer piso, la enfermería.
En 1575, el abad Jeroni Contijoch ordenó la construcción de la torre de las Horas para alojar las campanas que, accionadas por la maquinaria del reloj de la iglesia, marcaban el ritmo de la vida monástica.
El cementerio está señalado por una única cruz de piedra, ya que el carácter cisterciense no permitía elementos que diferenciaran a los miembros de la comunidad.
El dormitorio formaba parte del primer bloque constructivo. Se inició en 1191 y se finalizó en 1225, aunque algunos historiadores apuntan a que la construcción tendría una segunda fase finalizada en la segunda mitad del siglo XIII.
Tras atravesar el portal, se accede al recinto de acceso al monasterio, cuya configuración es fruto de la remodelación que se hizo a mediados del siglo XVIII. Hasta el momento de la exclaustración, acogía servicios externos a la vida monacal, como las caballerizas y los talleres, además de las viviendas de los legos que estaban al servicio del monasterio. Entre estos servicios se encontraba la herrería, que ocupaba uno de los edificios anexos al portal.
La herrería, como el molino y el horno, eran monopolios del monasterio. Dentro de sus dominios, solo el señor feudal podía proporcionar estos servicios, aunque podía arrendarlos.
El acceso al recinto monástico se realiza a través de un portal que se abre entre las casas originalmente destinadas a la portería y la herrería. Sobre el arco de la entrada, se encuentra el escudo de Santes Creus.
Un grabado en la fachada indica que se construyó en el año 1745, en el marco de las reformas que se emprendieron en el recinto.
Esta iglesia, dedicada a santa Lucía, era la iglesia parroquial de los vecinos de Aiguamúrcia y Les Pobles, jornaleros que trabajaban las tierras del monasterio, al que estaban vinculados por vasallaje.
El edificio actual data de mediados del siglo XVIII, aunque los servicios religiosos como parroquia están documentados desde 1192.
Como en otros lugares, en el siglo XIV, el abad obsequiaba a los parroquianos de Santa Llúcia con barquillos, vino con miel y especias (pimienta blanca y canela), y caldo durante las fiestas de Navidad. De esta costumbre, queda un barquillero con el escudo del abad Porta, conservado en el Museo Episcopal de Vic.
El portal de la Asunción, presidido por una imagen de la Virgen y el escudo de Santes Creus, comunicaba el recinto exterior con el de media clausura, un espacio de acceso restringido para preservar el aislamiento de los monjes.
En el siglo XVIII, fue remodelado dentro de un proyecto de reforma global del monasterio. Por esta razón, dominan elementos decorativos propios del barroco.
El edificio acoge la residencia del vicario, que era el monje encargado de los servicios religiosos en la iglesia de Santa Llúcia, donde atendía a los habitantes de los dominios de Santes Creus. La torre que lo corona podría haber hecho las funciones de esconjuradero, el espacio desde donde, durante la fiesta de la Santa Cruz (3 de mayo) se bendecían todas las tierras del dominio para conjurar las tempestades y otras inclemencias meteorológicas.
A través del portal de la Asunción se accede al recinto de media clausura, denominado actualmente plaza de Sant Bernat Calbó. Las costumbres del Cister contemplaban este espacio de transición entre la clausura y el mundo exterior para cumplir con las obligaciones de acogida y para atender las actividades económicas en las que estaba implicado el monasterio, sin interferir en la vida cenobítica.
Los edificios, que cierran el espacio, fueron reformados entre los siglos XVI y XVII para acoger a los monjes jubilados y el nuevo palacio del abad. Aquí se ubicaban la hospedería y los edificios de administración, además de las casas de los monjes que estaban dispensados de la clausura porque su cargo requería de un contacto regular con el exterior, como los responsables de los molinos o el boticario.
En medio del recinto, se levanta la fuente dedicada a san Bernardo Calbó (1180-1243), abad de Santes Creus y obispo de Vic. El conjunto data de mediados del siglo XVIII, poco después de la canonización de Bernat Calbó por la Iglesia (1710). San Bernardo fue uno de los abades más influyentes de Santes Creus, tanto en la esfera política como religiosa. Su opinión influyó para que muchos nobles se uniesen a Jaime I en la conquista de Mallorca. Meses antes, se reunieron en el monasterio para ordenar el testamento, en el que declaraban su voluntad de ser enterrados allí y legaban cuantiosos bienes que hicieron aumentar de forma significativa el patrimonio del monasterio. En el ámbito religioso, marcó la pauta en la reforma de la disciplina religiosa.
Las casas alineadas a la izquierda de la plaza estaban destinadas a los monjes jubilados y a aquellos que tenían un cargo que exigía contacto con el exterior. Al principio, las costumbres del Cister permitían, de forma excepcional, que estos monjes viviesen fuera de la clausura para no perturbar la vida comunitaria. Pero la relajación de la disciplina monacal favoreció que solo los novicios se quedasen en la clausura, mientras los superiores del monasterio iban a vivir a casas propias, con criados. El coste se cubría con las rentas que percibía cada uno en el ejercicio de su cargo.
Todos estos edificios fueron remodelados en diversas ocasiones para adaptarlos a usos más convenientes. Las fechas que aparecen en las fachadas (1560, 1645 y 1652) dan testimonio de estas intervenciones. La planta baja servía como almacén mientras que la vivienda se situaba en la parte superior. Para dar unidad al conjunto, en época barroca, se cubrieron las fachadas con esgrafiados que representan columnas, cornisas y diferentes motivos decorativos.
Estas viviendas fueron la base para la formación del pueblo de Santes Creus en el siglo XIX. Después de la desamortización, las casas se repartieron entre los nuevos propietarios, que las adaptaron para convertirlas en residencias de veraneo. Al mismo tiempo, promovieron la instalación de aparceros en las casas del primer recinto para mantener la explotación de las tierras que habían adquirido.
La plaza forma un paseo que conduce hasta la iglesia del monasterio, situada en el punto más elevado. La fachada del templo se estructura en tres cuerpos que corresponden a las naves: la central, más elevada y las dos laterales, más bajas. Puede verse la confluencia de tres etapas constructivas: la portalada, las dos ventanas de arco de medio punto y los dos contrafuertes de refuerzo en los extremos evidencian una realización de estilo románico. El gran ventanal gótico abierto en la nave central y decorado con ricos vitrales es fruto de un segundo impulso constructivo, en el siglo XIII. Y, finalmente, las almenas, construidas por orden de Pedro el Ceremonioso y finalizadas en 1378, son la evidencia de un tercer momento histórico.
En el siglo XVI, el abad Jeroni Contijoc (1560-93) trasladó su residencia desde el claustro posterior a la plaza de Sant Bernat. El nuevo palacio aprovechaba una parte de la estructura del antiguo hospital de pobres de Sant Pere i Sant Pau, construido en el siglo XIII gracias al legado de Ramon Alemany de Cervelló para la construcción y el mantenimiento de un hospital que acogiera a los peregrinos y diese caridad a los pobres.
El elemento más destacado es un pequeño claustro renacentista, anterior a la construcción del palacio. Las dependencias se distribuyen entre los dos pisos, comunicados por una escalera del siglo XVIII, y se abren al jardín a través de una doble galería.
Después de la desamortización de los bienes del monasterio, en 1857, una parte del palacio se habilitó como ayuntamiento y escuela de Aiguamúrcia.
Según la concepción ideal de un monasterio cisterciense, en este espacio, actualmente vacío, debían de levantarse las dependencias de los hermanos legos. En el monasterio convivían monjes presbíteros y legos, que se distinguían por haber recibido o no las órdenes superiores. Esta diferencia, a menudo marcada por el origen social y el nivel cultural, se hacía muy patente en la vida monástica: presbíteros y legos adoptaban funciones diferentes e incluso ocupaban espacios separados dentro del monasterio. Mientras que los monjes presbíteros se dedicaban fundamentalmente al estudio, los legos se encargaban de las tareas manuales. Los legos tenían que cumplir todas las obligaciones religiosas, para poder dedicarse a las tareas agrícolas, artesanales y de mantenimiento que requería el sustento de la comunidad.
El Cister delegó en los legos la explotación de las granjas en que se dividía el territorio de los alrededores del monasterio. El éxito de las explotaciones agrícolas del Cister en época medieval se atribuye al grado de especialización de estos monjes.
El monasterio no disponía de una muralla propiamente dicha, sino que se fortificó elevando los muros del recinto claustral y reforzándolos con las almenas. A fin de proteger a los defensores, el espacio que quedaba entre las almenas estaba cubierto con piezas de madera abatibles.
Las almenas están decoradas con cabezas humanas y de animales, esculpidas en las ménsulas, y escudos que son testimonio de los promotores de la obra. El monasterio se fortificó por iniciativa de Pedro el Ceremonioso, que promulgó una orden a raíz de un conflicto con Castilla. En ese momento la falta de recursos impidió llevar a cabo el proyecto y no fue hasta 1375, tras una incursión del infante Jaime de Mallorca, cuando el abad Bartomeu de la Dernosa, inició las obras.
La puerta Real era el acceso principal a la clausura. Forma parte de las obras de construcción del claustro gótico, en el siglo XIV, y cuenta con el patrocinio de Jaime II y Blanca de Anjou, como constatan las efigies reales y los escudos esculpidos en el arco de la puerta.
Es una puerta de medio punto formada por una línea de amplias dovelas, enmarcada por arquivoltas y con un vierteaguas floronado. La puerta debía de estar precedida por un porche del que solamente queda el arranque de los arcos.
En las hojas de madera de la portalada destaca el trabajo de forja con antiguos traveseros, dos escudos con las cuatro barras, y un par de aldabas en forma de anilla.
El claustro es una de las piezas más significativas de Santes Creus, no solo por su calidad artística, sino por ser el primer claustro gótico construido en la Corona de Aragón.
Se construyó por encargo de Jaime II, con el propósito de crear un entorno digno para acoger lo que tenía que ser el panteón de la dinastía. Jaime II y Blanca de Anjou no solo aportan la voluntad y los recursos necesarios, sino que también introducen las corrientes artísticas más vanguardistas del momento para convertir Santes Creus en un referente.
Las obras se iniciaron hacia 1313, sobre el espacio de un claustro más antiguo del que solo quedan indicios en el templete. El estilo del templete, austero según los cánones del Cister, contrasta con la exhuberancia del resto de elementos escultóricos que destacan por la innovación y la calidad. De igual modo, la temática mundana de los capiteles debía de contrastar con las pinturas góticas, de temática religiosa, que decoraban las paredes del claustro y de las que solo quedan muestras.
Las obras del claustro se dieron por finalizadas en 1341, a pesar de que con el tiempo se hicieron intervenciones, como la de 1503, para trabajar en las tracerías de los arcos. El claustro muestra así una evolución estilística entre el románico y el gótico flamígero, sobre todo presente en los capiteles y tracerías.
Al margen del estilo, la distribución de los edificios en torno al claustro conserva el modelo de los monasterios cistercienses establecido por Bernardo de Claraval. La iglesia se encuentra en el lado norte; en el este, el armarium, la sala capitular y el acceso al dormitorio, que se sitúa en el primer piso; en el sur, delante del templete, se situaría el antiguo refectorio, al lado de la cocina. Las dependencias del lado oeste, tradicionalmente destinadas a los legos, desaparecieron posiblemente por la ampliación del claustro hacia ese lado. De esta forma, el claustro, eje que articula la vida cotidiana de la comunidad, es para los monjes es un lugar de lectura, meditación, paseo o de relación dentro de la cotidianeidad monástica.
Asimismo, el claustro también es un espacio mortuorio, que alberga los sepulcros de diversas familias nobiliarias, muchas de ellas vinculadas a la conquista de Mallorca.
El claustro se construyó con el patrocinio de Jaime II y la reina Blanca de Anjou. En 1310, la reina, a su muerte, dejó un legado para la realización de la obra, que se completó con aportaciones de Jaime II. Por esta razón, sus escudos, la flor de lis de la casa de Anjou y las cuatro barras de la Corona de Aragón, se alternan en las claves de bóveda de cada una de las galerías.
El claustro de Santes Creus supone una ruptura con los preceptos de la orden. Bernardo de Claraval, máximo impulsor de la orden del Cister, prohíbe esculturas en los monasterios y solicita su desaparición de los claustros. Por esta razón, los capiteles cistercienses se caracterizan por los motivos vegetales y geométricos, como los que aparecen en el templete del lavabo, y que seguramente caracterizaban el primer claustro.
Fruto de las exigencias de los monarcas, el resto de los capiteles del claustro gótico ofrecen, sin embargo, una riqueza escultórica excepcional, tanto por la calidad como por la originalidad temática donde domina la presencia de animales fabulosos, uno de los temas condenados expresamente por Bernardo de Claraval porque supone una distracción para el intelecto. A través de estos seres, los artistas parodiaban su realidad contemporánea. Aunque la temática no es nueva, en el claustro de Santes Creus adquiere protagonismo por el lugar donde se aplica.
Junto a estos, hay otros capiteles más realistas como los que representan a un picapedrero o un caballero armado. Incluso la decoración vegetal supone una ruptura por la introducción de nuevas formas.
Estos nuevos modelos, desarrollados en Francia, llegan a Santes Creus gracias a los artistas que trabajan en los sepulcros reales.
En los capiteles se ha identificado el trabajo de diferentes talleres, de los que conocemos los nombres de Francisco de Montflorit, el más antiguo; Bernardo de Payllars, que trabajó a partir de 1325, y Reinard des Fonoll, maestro de obras y escultor que se hizo cargo de las obras de Santes Creus entre 1331 y 1341.
Los ventanales ojivales de las galerías están decorados con ricas tracerías, diferentes según el tramo, fruto de la evolución estilística de una construcción que se prolongó hasta principios del siglo XVI. Los arcos de medio punto y los óculos dibujados por las tracerías de la nave este, al inicio del proyecto, se transforman, con la evolución de la obra, en arcos conopiales, mientras en la galería oeste aparecen elementos del gótico flamígero.
A causa de los daños sufridos durante el siglo XIX, las tracerías se van reconstruyendo parcialmente en la galería norte y este.
En el claustro se conservan los sepulcros de familias nobiliarias vinculadas al monasterio, especialmente a raíz de la conquista de Mallorca (1229). Durante la preparación de la campaña, el abad Calbó concedió a los nobles que se unían a Jaime I el privilegio de ser enterrados en el monasterio. De esta manera, su cuerpo reposaría dentro de un espacio sagrado, un deseo propio de la época, con la esperanza de conseguir la intercesión divina y hacerse presentes en la memoria y las plegarias de los vivos. A cambio de este privilegio, en su testamento hicieron donaciones a favor de Santes Creus, que significaron un aumento considerable del patrimonio del monasterio. A su vez, la consolidación de las relaciones con la nobleza aumentó el prestigio de Santes Creus.
En el trabajo escultórico de las tumbas se combinan diferentes estilos: elementos de tradición románica tardía, iconografía del gótico incipiente, hasta elementos renacentistas, como los de la tumba de la Invicta Amazona (Guillema de Montcada). Algunos de estos sepulcros son anteriores al claustro gótico y se trasladaron al emplazamiento actual durante las obras de construcción. De esta forma, se creó un espacio funerario propio para la nobleza, cercano a la iglesia, pero sin apropiarse del espacio que acoge el panteón real.
Los restos pictóricos de las paredes del claustro indican que habían estado decoradas, aunque se han conservado pocas imágenes. Sobre la puerta de la antigua capilla de San Benito, se encuentra un fresco dedicado a la Anunciación. La obra se atribuye a Ferrer Bassa y está datada en torno a 1340, es decir, hacia el final de la construcción del claustro.
La pintura se encuentra bastante deteriorada y solo se conserva un tercio del total. El color se ha ido desvaneciendo y partes de las figuras de la Virgen y el ángel se han perdido. El marco arquitectónico que las rodea también se encuentra bastante desdibujado.
Encima de la puerta de la Monjía, por donde entraban los monjes a la iglesia, aparece un conjunto escultórico de alabastro policromado referente al Juicio Final. El grupo, del siglo XIV, está formado por un Cristo Juez, tres ángeles y un monje en actitud de plegaria, identificado con el abad Francesc Miró (1335-1347). Los tres ángeles llevan los instrumentos de la Pasión: la lanza y los clavos, una cruz y la corona, la caña con la esponja y la calderita con el vinagre.
En las ménsulas que sostienen las figuras, se conserva la policromía. La escultura representa los símbolos de los cuatro evangelistas y la resurrección de Adán y Eva.
Sobre la hornacina de los Montcada, se encuentra una imagen gótica que representa a la Virgen con el Niño. Está cubierta por un pequeño dosel y sostenida por una ménsula con dos ángeles.
En el claustro hay dos puertas que conducen a la iglesia. Los monjes entraban por la puerta de la Lección, situada más cerca del ábside, y los hermanos legos por la más cercana a los pies de la iglesia. A través de ella, accedían al lugar que les correspondía dentro del templo.
Desde el claustro es visible el cimborrio que corona la iglesia. En el caso de Santes Creus, el cimborrio tiene una función puramente ornamental, ya que no permite el paso de la luz hacia la nave. Su realización rompe la austeridad arquitectónica del Cister y se explica por el deseo de embellecer la iglesia de Jaime II, que paga su construcción a principios del siglo XIV.
Las soluciones técnicas utilizadas fueron innovadoras y el cimborrio de Santes Creus introdujo una tipología constructiva seguida por otros monasterios de la orden, como Poblet y Vallbona de les Monges.
A mediados del siglo XVIII, se añadió una linterna con tejas esmaltadas. Actualmente, hace las funciones de campanario.
En la galería sur del claustro, sobresale un templete que acoge el lavamanos donde los monjes se lavaban antes de entrar al refectorio. Según el plano ideal de los monasterios cistercienses, el templete estaría situado delante del refectorio.
De planta hexagonal y cubierto por una bóveda de crucería, el templete se caracteriza por la austeridad decorativa, con formas geométricas y motivos vegetales. Estos elementos, que contrastan con el resto de la escultura del claustro, lo definen como una obra del más puro estilo cisterciense, testimonio de la primera etapa constructiva del cenobio.
En el centro del templete hay una fuente circular con una copa de mármol blanco y diversos caños por donde sale el agua. Los monjes, después del trabajo en el huerto o el cultivo de las tierras, se tenían que lavar las manos antes de entrar al refectorio para comer. Por eso, delante del refectorio se erigía siempre un lavamanos.
Delante del templete hay una puerta que debía de comunicar con el antiguo refectorio, según las pautas de la arquitectura cisterciense. Al lado, se encontrarían la cocina y la bodega, también desaparecidas. Aunque no queda ningún elemento del refectorio, la documentación revela que la reina Blanca de Anjou dejó un legado testamentario para construirlo.
De este conjunto solamente queda una sala alargada que hizo las funciones de bodega, donde se han conservado botas originales del siglo XVII. Este fue uno de los espacios que se vendieron después de la desamortización. Mientras la parte de abajo seguía funcionando como bodega, en el piso superior se construyeron viviendas destinadas a los trabajadores.
Actualmente, el espacio acoge el montaje escenográfico y audiovisual «El mundo del Cister».
La sala capitular acoge uno de los rituales diarios de la vida monacal: la lectura de un capítulo de la regla de san Benito. Es una de las estancias monásticas más importantes por la relevancia de su función y, en el caso de Santes Creus, una de las más logradas desde el punto de vista arquitectónico. El espacio forma parte del primer bloque constructivo del siglo XII, y se caracteriza por la austeridad, la sencillez y el equilibrio.
Los monjes se sentaban en los escalones adosados a las paredes, mientras el abad, padre espiritual de la comunidad, presidía la reunión sentado bajo la ventana central. Desde allí, instruía sobre cuestiones morales y religiosas después de la lectura de la Regla y el Martirologio. También se utilizaba para la discusión de cuestiones trascendentales para la vida cotidiana, la celebración de confesiones públicas, el nombramiento de los diferentes cargos y la elección del abad por votación.
La puerta de acceso forma un arco de medio punto con arquivoltas y dibuja, en su interior, unos arcos gemelos también de medio punto. La misma estructura se reproduce en las ventanas situadas a ambos lados. A través de estas aberturas, los hermanos legos podían seguir las enseñanzas del abad desde fuera.
La sala está cubierta por nueve bóvedas de arista, originadas por el cruce de los arcos de medio punto. Los nervios de las bóvedas confluyen en cuatro columnas de piedra, reproduciendo la forma de una palmera.
La decoración escultórica es característica de la orden: plantas conocidas por los monjes o típicas de las zonas donde se establecían, como las hojas de laurel o las palmetas. Aunque también encontramos ornamentaciones más singulares como dos báculos opuestos o la representación de cuatro palmetas en cruz y un nudo de Salomón.
Repartidas por el suelo de la sala, se encuentran siete losas sepulcrales que corresponden a las tumbas de un obispo y seis abades. El abad, como el resto de la comunidad, tenía que ser enterrado de forma anónima y humilde. Estos personajes, en cambio, influidos por el culto a la individualidad del Renacimiento, optan por enterrarse en un espacio privilegiado digno de su relevancia, y resaltar su personalidad mediante las lápidas.
La capilla ocupa el espacio del antiguo armarium del monasterio, donde se guardaban los libros utilizados en el capítulo y, en los ratos de lectura, en el claustro. En 1558, se convirtió en la capilla funeraria de Magdalena Valls de Salbà, hermana del abad Jaume Valls. Las obras fueron pagadas con el legado testamentario de la propia Magdalena.
La capilla ocupa el espacio del antiguo armarium del monasterio, donde se guardaban los libros utilizados en el capítulo y, en los ratos de lectura, en el claustro. En 1558, se convirtió en la capilla funeraria de Magdalena Valls de Salbà, hermana del abad Jaume Valls. Las obras fueron pagadas con el legado testamentario de la propia Magdalena.
Tal como dispuso en su testamento, el sepulcro de Magdalena Valls está custodiado por un grupo escultórico dedicado a la Asunción de la Virgen. El abad Contijoc encargó el trabajo a Perris d'Austri, un maestre imaginero francés residente en Tarragona.
La obra, muy dañada por los episodios de vandalismo del siglo XIX, estaba formada por diez apóstoles en torno a María yacente y por un relieve donde se representaba a cuatro ángeles elevando el cuerpo de María hacia el cielo. Conserva vestigios de policromía, obra de Cristòfol Alegret, pintor de Cervera, contratado para dorar y pintar el sepulcro de la Virgen, así como parte de la capilla.
La iglesia de Santes Creus se empezó a construir en 1174 y se abrió al culto a partir de 1211, aunque las obras se prolongaron hasta principios del siglo XIV. El templo, consagrado a la Virgen, como es costumbre en el Cister, era exclusivo para la comunidad. Con la desamortización, adoptó el papel de iglesia parroquial que hasta entonces ejercía la iglesia de Santa Llúcia.
Es un edificio de planta de cruz latina con tres naves separadas por sólidos pilares que sostienen una cubierta formada por bóvedas de crucería. El ábside es de planta cuadrada, con dos capillas más pequeñas a cada lado. Como marcan los cánones cistercienses, es una iglesia de aspecto austero, a pesar de alguna concesión a la monumentalidad perseguida por los monarcas, como el ventanal gótico o el cimborrio.
Los monjes se reunían allí para celebrar las ceremonias que estructuraban su vida diaria. La jornada empezaba antes del alba con el oficio de maitines. A la salida del sol, se celebraban los laudes, un canto de alabanza a Dios. El día continuaba con la prima, la tercia, seguida de la misa, la sexta y la nona. Al acabar los trabajos del día, se celebraban las vísperas y, las completas, por la noche.
Desde la fundación del Cister, se acordó que todos los monasterios tendrían los mismos libros para el oficio divino y la misa. El ritual se acompañaba con canto gregoriano pero se rechazaban las ornamentaciones vocales y la polifonía. Sin embargo, en el siglo XIV, empezaron a introducirse instrumentos y, a partir de 1486, se aceptó el órgano.
La comunidad custodiaba las reliquias donadas por Jaime II y Blanca de Anjou, entre las que destacaba la lengua de María Magdalena, objeto de culto popular. Durante la celebración de su festividad, el abad introducía la lengua de la santa en las jarras de agua de los fieles para bendecirlas.
En 1647, el abad Pere Salla encargó el retablo mayor al escultor Josep Tremulles, con la voluntad de sustituir el anterior de estilo gótico, de Lluis Borrassà, que se conserva repartido entre la catedral de Tarragona y el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Ninguno de los dos retablos cumple con las exigencias de austeridad y la prohibición de tener imágenes, impuestas por san Bernardo en los orígenes de la orden.
La obra de Tremulles está dedicada a la Virgen, que aparece rodeada por san Benito y san Bernardo, y por dos santos de la orden.
Oculto tras el retablo, se encuentra un gran rosetón de 6’30 metros de diámetro. Aún siendo un elemento habitual en las fachadas de las iglesias, el Cister también lo utiliza como elemento decorativo en el ábside.
El rosetón data de 1193 y, salvo la roseta central, conserva buena parte de sus vitrales originales, considerados actualmente como los más antiguos de tipo cisterciense.
Uno de los elementos más destacables de la iglesia de Santes Creus es la presencia de las tumbas reales de Pedro el Grande y la de Jaime II y Blanca de Anjou.
Pedro el Grande había manifestado su deseo de ser enterrado en el monasterio siguiendo la costumbre de enterrarse cerca de lugares sagrados para disfrutar de beneficios espirituales. Condicionado por esta decisión e influenciado por los panteones dinásticos que había visto en Sicilia, su hijo Jaime II decidió crear aquí un panteón real que mostrara la fuerza de su linaje. Por ello, encargó un nuevo sepulcro que honrara la figura de su padre, cuyos restos fueron trasladados a finales de 1302 o principios de 1303.
El proyecto del panteón real era un instrumento de propaganda política: su magnificencia tenía que transmitir el poder de la corona. La voluntad de Jaime II era reunir en Santes Creus los sepulcros de todos sus descendientes para dar visibilidad al poder real. Sin embargo, su iniciativa no cuajó porque sus sucesores optaron por ser enterrados en otros lugares.
La importancia del mensaje que Jaime II quería transmitir con el panteón se reflejaba en el cuidado diseño y la elección de los materiales. En el caso del sepulcro de Pedro el Grande, la obra atrajo a escultores del norte de Francia que conocían las tendencias más innovadoras, surgidas a mediados del siglo XIII en la región de Île-de-France. Estas aportaciones dan como resultado un nuevo formato de pilar, un nuevo tipo de capitel y nuevos motivos vegetales, que están presentes en los dos sepulcros reales y en el claustro.
La influencia siciliana es patente también en la elección de materiales, como el pórfido, un prestigioso material que, en el siglo XIII, solo podía conseguirse reciclando elementos antiguos ya que la cantera estaba cerrada. Así, el cuerpo de Pedro el Grande se encuentra dentro de una bañera romana de pórfido, que Jaime II consiguió para convertirla en el sepulcro de su padre, siguiendo el ejemplo de Federico II de Sicilia. Además de pórfido, se utilizaba mármol blanco y mármol azul, extraído en Girona.
El mausoleo conserva todavía abundante pintura con predominio de tres colores: el azul, el rojo y el dorado. Los trabajos de restauración han confirmado que la policromía es la original.
En el caso del sepulcro de Jaime II y Blanca de Anjou, el monumento funerario está formado por una doble tumba cubierta por una tapa a dos aguas que, inspirada en el modelo del panteón real de Saint-Denis de París, incorpora las imágenes yacentes de los monarcas. En el siglo XVI se hizo una modificación que consistió en añadir tres placas de alabastro. Una de estas placas fue arrancada en 1836, después de la desamortización del monasterio, en un ataque contra el panteón real. La tumba de Jaime II y Blanca de Anjou fue profanada y los cuerpos extraídos, troceados y paseados por los alrededores. En cambio, la tumba de Pedro el Grande permaneció intacta, y se convirtió así en el único monumento funerario de los reyes de la Corona de Aragón que ha llegado intacto hasta nuestros días.
Aprovechando este hecho excepcional, cuando en el año 2010 se procedió a la restauración del panteón real, se emprendió un estudio exhaustivo que abarcaba tanto la construcción de las tumbas como el estudio antropológico de los cuerpos y los rituales funerarios.
A los pies del mausoleo de Pedro el Grande, se encuentra una losa que cubre la tumba de Roger de Lauria, que había manifestado el deseo de ser enterrado a los pies del rey al que había servido. Como almirante de la flota catalana, defendió los intereses del monarca en el reino de Sicilia.
La escalera comunica la iglesia con el dormitorio de los monjes. Su función es facilitar el desplazamiento para el cumplimiento de plegarias como los laudes, a la salida del sol, o los maitines, durante la noche. También se utilizaba para subir al dormitorio después de las completas, al final del día.
En el lateral de la iglesia se conserva la caja de madera, del siglo XVIII, que esconde la maquinaria del reloj. Estaba conectado a la Torre de las Horas, el antiguo campanario, y recordaba a la comunidad las horas del oficio divino.
El frontal de la caja de madera conserva la policromía que representa una gran rosa de los vientos. En cada uno de los cuatro ángulos del frontal está representado un viento con la cara de un personaje soplando y, por debajo de la circunferencia, en el centro, aparece la cabeza de un personaje monstruoso de color rojo. Alrededor de la rosa de los vientos, la circunferencia está dividida en 24 horas. En estos primeros relojes, la esfera, tenía poca importancia, porque lo importante era la maquinaria que accionaba las campanas que marcaban el ritmo de la comunidad.
La iglesia de Santes Creus cuenta con un excepcional conjunto de vitrales cistercienses de los siglos XII y XIII, algunos de los cuales son todavía originales. Las composiciones reproducen los modelos propios del Cister, con formas geométricas entrelazadas y colores con tonalidades claras, solo con pequeños detalles en verde y rojo. También se observan abundantes motivos elaborados con grisalla.
El gran ventanal gótico de la fachada, elaborado en torno a 1300, es una licencia a la austeridad constructiva propia del Cister y se ha interpretado como uno de los ejemplos del trabajo de enriquecimiento del cenobio hecho por los reyes Jaime II y Blanca de Anjou, como parte del programa real de convertir el monasterio de Santes Creus en el panteón de su dinastía.
El gran vitral está compuesto por otros de menor tamaño, ricamente policromados, dedicados a la vida de Jesús. Las diferentes escenas están compartimentadas en cuarenta y ocho pequeños recuadros organizados a través de cuatro columnas, dedicada cada una al relato de un evangelista.
El análisis estilístico de las figuras y la documentación histórica sitúan estos vitrales góticos como los más antiguos de Cataluña, anteriores a las construcciones de los grandes vitrales góticos catalanes.
El mausoleo fue encargado por el duque de Medinaceli y Cardona, Luis Antonio Fernández de Córdoba, para enterrar los restos mortales de su esposa, Teresa de Montcada y Benavides, y acoger los restos de los miembros de la familia Montcada enterrados en Santes Creus. Teresa de Montcada murió en el año 1756 y fue la última representante de los Montcada en Cataluña, puesto que su linaje se añadía al resto de títulos de la casa de Medinaceli.
El sepulcro es obra de José Ribas, arquitecto barcelonés contratado en diciembre de 1757. La tumba es un vaso sepulcral de jaspe marrón de Tortosa y está enmarcado por un arco de medio punto elaborado con piezas rectangulares de mármol negro, procedente de la cartuja de Escaladei. En el lugar de la clave del arco está colgado el escudo de la casa de Medinaceli.
El locutorio comunica el claustro principal y el posterior. Es un lugar de paso, pero también un punto de reunión, como testimonian los bancos de piedra adosados al muro, antiguamente revestidos de madera para hacerlos más cómodos. Los monjes podían mantener breves conversaciones, siempre con prudencia, puesto que los cistercienses convivían en silencio, convencidos de sus beneficios espirituales.
De hecho, tanto por el emplazamiento, que canaliza los vientos, como por su excelente acústica, que priva de cualquier intimidad, el espacio no resulta nada acogedor ni invita a largas tertulias.
Santes Creus tiene un segundo claustro, artísticamente más sencillo, que articula las dependencias situadas en la parte posterior. Se levantó en la segunda mitad del siglo XIV, durante el abadiato de Guillem Ferrera, con el propósito de ordenar esta área y vincular el palacio con el resto del monasterio.
Además del palacio, a su alrededor se encontraban la enfermería, la capilla de la Trinidad y las construcciones más antiguas, que se habían reformado y se mantenían en uso.
Esta área evolucionó con el tiempo, adaptándose a las necesidades de la comunidad en cada momento. Las reformas del siglo XVIII son las que modifican más intensamente su entorno: se reforma el refectorio (1733) y se construye una nueva enfermería al otro lado del claustro (1736). El proyecto afecta también a la propia configuración del claustro. Si originariamente solo tenía planta baja y un techo de madera, en el siglo XVIII se levanta un piso sobre la galería del claustro. De este segundo piso solo quedan algunos elementos testimoniales, como las ventanas abiertas a la galería de la enfermería.
Durante la Tercera Guerra Carlista, esta área quedó gravemente afectada por la intervención de los vecinos de Vila-rodona, que necesitaban madera y piedra para fortificar la villa ante un posible ataque carlista. Como consecuencia de su actuación, las estructuras quedaron debilitadas y se fueron derrumbando por falta de restauración. Actualmente consolidados, estos restos dan testimonio de la dureza de la etapa entre la exclaustración y la conversión en monumento.
El patio del claustro es un ejemplo de la reconversión de Santes Creus en monumento, después de una dura etapa que deterioró parte de sus estructuras. A principios del siglo XX, la Mancomunidad promovió la recuperación de este patio, en ese momento utilizado como huerto por el vigilante. Se encargó a Jeroni Martorell un proyecto de ajardinamiento, cuyas obras no se iniciaron hasta 1930 con la plantación, entre otras especies, de los cipreses donados por Eduard Toda.
La copia de manuscritos y la redacción de documentos era un trabajo propio de los monasterios medievales. Y los monjes cistercienses también se implicaron en esta actividad aunque san Bernardo dictó normas restrictivas sobre ello para preservar la austeridad de la orden. Esta regulación redujo la gama de colores, restringió la ornamentación de las letras capitales y suprimió los elementos figurativos. A pesar de ello, la orden también produjo manuscritos ricamente iluminados debido a la relajación en el cumplimiento de los preceptos.
El trabajo primordial consistía en copiar los textos fundamentales para la vida monástica como los Evangelios, el costumario, la Biblia… Esta labor mantuvo activo el escritorio de Santes Creus hasta el siglo XVI, cuando la irrupción de la imprenta hizo disminuir la actividad. En ese momento, la biblioteca se trasladó al piso superior y el espacio se destinó a ampliar la bodega.
La sala que la acogía forma parte de la primera etapa constructiva de Santes Creus, caracterizada por el grosor de los muros, la austeridad decorativa y la rudeza de los elementos arquitectónicos. Actualmente acoge el montaje escenográfico y audiovisual «El mundo del Cister» y solo es visitable en ese contexto.
A través de una pequeña portezuela, se accede a la prisión, un espacio húmedo y de pequeñas dimensiones, que servía como celda de castigo y penitencia para los hermanos. El abad debía conocer la forma más adecuada para corregir el comportamiento de sus monjes, que incluso contemplaba la posibilidad de castigos físicos. En los casos más extremos, podía llegarse a considerar la pena de prisión.
También es posible que se utilizase como lugar de reclusión para los cautivos. En este sentido, la prisión podría acoger a prisioneros de la Corona en sus traslados de una ciudad a otra, o bien, a los convictos condenados por el abad, ya que este ejercía la plena jurisdicción en la mayor parte de sus dominios, lo que implicaba la obligación de mantener el orden y el derecho de administrar justicia.
Como testimonio del uso de la prisión como celda de castigo para los monjes, se han conservado unos grafitos. En el techo, se pueden ver en forma de escritura. Por encima de la portezuela de acceso y a la altura del segundo piso, se encuentra una pintura mural con una Crucifixión. Se puede distinguir a Jesús en la cruz y, a ambos lados, los dos ladrones también crucificados. Las fechas de las inscripciones enmarcan la utilización de la celda durante la segunda mitad del siglo XVI.
La construcción de un nuevo refectorio también comportó el traslado de la cocina a su lado. Actualmente, la mayor parte de la estancia ha perdido la cubierta y se han conservado pocos elementos que permitan identificar su función original. Además de restos de las conducciones de agua, se conservan las pilas, una mesa y un fogón de piedra para poner las ollas sobre el fuego. También hay un molinillo y los restos de unas muelas procedentes de un molino harinero.
La cocina aún esconde antiguas conducciones de agua en el interior de una de las paredes. También se han mantenido unas enormes pilas, elaboradas a partir de grandes bloques de piedra, que probablemente eran los fregaderos.
El aprovechamiento del agua era una cuestión esencial que los cistercienses resolvían con la realización de las infraestructuras necesarias. En Santes Creus, los monjes construyeron una mina que llevaba el agua desde el bosque de Sant Sebastià hasta el monasterio, para abastecer el lavamanos, las letrinas y la cocina. Pasando por debajo de la cocina, la mina continuaba hacia el molino de Arriba y las albercas para regar, hasta Vila-rodona.
La ventana pasaplatos es una muestra del sentido funcional de las construcciones cistercienses. Para facilitar la vida de la comunidad, la cocina y el refectorio estaban contiguos, y la ventana pasaplatos permitía el trasiego diario de platos.
El refectorio del claustro posterior está documentado desde el siglo XVI, aunque el aspecto definitivo se debe a las obras de 1733 cuando, con el propósito de dar más luz al interior, se elevó el techo y se abrieron dos ventanas más, una en cada extremo, por encima de las galerías del claustro.
A lo largo del perímetro se disponían los bancos y mesas de madera para acomodar a la comunidad. Mientras comían en silencio, el monje lector leía textos religiosos. Esta función se ejercía de forma rotativa, igual que la de los semaneros, los monjes encargados de servir la comida al resto de hermanos, tarea de la que nadie estaba dispensado.
El menú se adaptaba a la época del año. En invierno se preparaba un plato caliente y se hacían más ensaladas en verano. La dieta estaba marcada por las disposiciones de la Regla y la necesidad de ser autosuficientes. La base estaba formada por legumbres, verduras y frutas procedentes de los huertos del monasterio, acompañadas de una ración de pan y de un poco de vino, normalmente rebajado con agua. La dieta se complementaba con pescado, fresco o salado, huevos y quesos caseros. La carne no estaba permitida, aunque la Regla prevía excepciones en caso de enfermedad. Con el mismo carácter de excepcionalidad, en 1481, el Cister hizo una dispensa general debido al elevado precio del pescado.
Las obras para adaptar la sala como comedor incorporaron un friso cerámico que rodeaba las paredes, como respaldo de los bancos, y unos plafones en el suelo. Los motivos decorativos de los azulejos siguieron siendo los modelos propios de la época.
El palacio era la residencia del abad y el centro de la administración del monasterio. Las funciones del abad de Santes Creus iban más allá de la dirección espiritual y del gobierno de la comunidad monástica, dado que tenía obligaciones como señor feudal y como representante del estamento eclesiástico en las Cortes. Además, durante mucho tiempo, disfrutó de una estrecha vinculación con la corona, gracias al título de Capellán Mayor Real que ostentaban los abades de Santes Creus. Por ello, la administración de este poder implicaba mantener constantes contactos con el exterior, lo que justificaría el mantenimiento de una residencia propia, a través de la que expresaría el poder del monasterio.
En Santes Creus, el primer palacio se sitúa en un extremo del claustro posterior, con acceso directo al exterior. El edificio mantuvo esta función hasta el siglo XVI cuando la residencia abacial se trasladó a la plaza de Sant Bernat.
Espléndido ejemplo de palacio gótico, el edificio no presenta una homogeneidad total debido a las remodelaciones que se produjeron con el tiempo y que incorporaron elementos que evidencian la fuerza del monasterio más allá de la época medieval.
La estructura del edificio se define, en gran parte, en la segunda mitad del siglo XIV, dentro de un ambicioso proyecto de remodelación, impulsado por el abad Guillem Ferrera (1347-1375), que afectaba a la parte posterior del monasterio. Fue entonces cuando se levantó el claustro así como la fachada del palacio y su patio principal, con lo que el conjunto quedó ordenado en torno a dos patios contiguos.
El patio principal, actualmente el único espacio visitable del palacio, es el eje que articula la comunicación entre el patio de acceso, el claustro posterior y la planta noble del palacio. Siguiendo la estructura propia de los palacios góticos, una escalera exterior conduce a la planta noble donde se encontraba la residencia del abad, mientras que las estancias superiores se destinaban al servicio. La calidad de los elementos decorativos, introducidos progresivamente por diferentes abades, lo convierten en el espacio más destacado del palacio.
En el palacio encontramos dos columnas de pórfido integradas en la construcción. Según la documentación, Jaime II las trajo de Sicilia, junto con la bañera, para formar parte del sepulcro real de Pedro el Grande. Descartadas para esta función, fueron motivo de disputa entre Pedro el Ceremonioso y el abad Ferrera que decidió utilizarlas como elemento de prestigio en el palacio.
El palacio tiene un segundo patio, actualmente no visitable, que comunicaba directamente con el exterior a través de un gran portal. Posiblemente por razones de seguridad las dependencias y galerías que se abren a su alrededor, no eran accesibles directamente desde este patio, que solo se comunicaba con las caballerizas, la antigua torre del homenaje y el patio principal.
Una vez decidido el emplazamiento en estas tierras, al lado del río Gaià, la comunidad procedente de Valldaura habría levantado estas dependencias provisionales, mientras se terminaban las estancias básicas del cenobio. Más tarde, los edificios se remodelaron y estuvieron en uso hasta la exclaustración. Se sabe que había dependencias cubiertas con artesonados de madera y yeso del siglo XVI.
Sin embargo, actualmente, solo quedan unos arcos de piedra y vestigios de las antiguas paredes. En septiembre de 1784, se autoriza a los habitantes de Vila-rodona a extraer material de derribo del monasterio para fortificar urgentemente la villa ante un posible ataque carlista. A pesar de que el permiso se refería solo a material de derribo, se demolieron la galería oriental del claustro posterior y las dependencias que lo rodeaban.
Situada en la parte posterior del recinto monástico, la capilla de la Trinidad seguramente fue la primera iglesia de la comunidad desde que se instaló en Santes Creus (siglo XII) hasta la apertura al culto de la iglesia mayor (1211). Posteriormente, con la construcción de nuevas dependencias en el claustro posterior, se convirtió en la capilla de la enfermería.
Responde a la misma tipología de muchas iglesias de finales del siglo XII: dimensiones reducidas, planta rectangular, sin ábside y cubierta por una bóveda de cañón ligeramente apuntada.
La piedra utilizada en el edificio, el travertino, se diferencia claramente de la utilizada en el resto del monasterio. Se trata de un material ligero, de menor dureza y, por lo tanto, más vulnerable a la erosión.
En la cabecera de la capilla de la Trinidad se encuentra una talla de madera de un Santo Cristo elaborado en el siglo XV por una escuela de influencia italiana. La pieza ha llegado mutilada y ha perdido la cruz, los brazos y las piernas a la altura de las rodillas. Una vez restaurada, se ubicó en este espacio, aunque se desconoce su emplazamiento original.
Los monjes jubilados que llevaban más de cuarenta en la comunidad y los ancianos vivían en estancias adaptadas, situadas delante del palacio, en el lado opuesto al claustro. Aunque han quedado escasos testimonios de esta construcción, ha pervivido un excepcional arco catalán o escarzano, largo y muy aplanado, que se mantiene a pesar de la destrucción sufrida a raíz de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876),
El origen de este edificio se encuentra en el marco de las reformas iniciadas en el monasterio a partir del siglo XVII con el objetivo de reorganizar el espacio de vida comunitaria. Esta nueva construcción habría acogido, en la planta baja, un almacén de ropa y unos lavaderos y, en el primer piso, la enfermería.
Es un edificio levantado con materiales de menor calidad en el que no se utilizaron grandes bloques, sino piedra de dimensiones reducidas y de corte irregular, procedente de desecho o reutilizada. También se utilizó el ladrillo en los arcos de la galería del segundo piso, fruto de una reforma llevada a cabo en el siglo XVIII.
Como otros edificios de esta área, la enfermería sufrió con intensidad los efectos devastadores de la exclaustración, pero hacia 1930, se emprendieron obras para reconstruirla, en el marco de las labores de protección de Santes Creus, declarado monumento nacional en 1921. El objetivo era adaptarlo para acoger obras de arte y abrir un pequeño museo, aunque el proyecto no se terminó debido a la Guerra Civil.
En 1575, el abad Jeroni Contijoch ordenó la construcción de la torre de las Horas para alojar las campanas que, accionadas por la maquinaria del reloj de la iglesia, marcaban el ritmo de la vida monástica.
La obra se encargó al picapedrero Joan Roig y al maestro de casas Joan Casquilles, de Vila-rodona. Es una torre cuadrangular, formada por cuatro cuerpos separados por cornisas. En la superior, aún se conservan tres de las cuatro gárgolas que se encontraban en las esquinas.
A la altura del dormitorio, la torre acogía el archivo donde se custodiaban los privilegios del monasterio, las donaciones recibidas y los cabreos. Después de la exclaustración, la documentación fue recogida por particulares y finalmente repartida entre el Archivo Histórico Nacional, creado en 1866, el Archivo de la Corona de Aragón y el Archivo Histórico Archidiocesano de Tarragona.
El cementerio está señalado por una única cruz de piedra, ya que el carácter cisterciense no permitía elementos que diferenciaran a los miembros de la comunidad.
Como todo momento de la vida comunitaria, la muerte también tenía su ritual. En los monasterios cistercienses de Poblet y Vallbona, se ha documentado la costumbre de avisar de una defunción a la comunidad golpeando tres veces con una madera que había en el claustro. A partir de ese momento, se iniciaba un ritual en el que el difunto era desnudado, lavado y vestido nuevamente con el hábito. Una vez preparado, se le trasladaba a la iglesia, donde la comunidad lo velaba, y se oficiaban las exequias.
De la iglesia se salía hacia el cementerio a través de la puerta de la muerte. Allí el cuerpo era depositado en una fosa excavada en la tierra, sin ataúd, con las manos cruzadas sobre el pecho, la cara girada hacia Oriente y el rostro cubierto por la cogulla.
En los muros de la iglesia mayor se ha conservado un amplio muestrario de marcas de picapedrero. Son símbolos sencillos con los que se marcan los bloques de piedra elaborados por cada artesano o taller y que sirven para justificar el cobro por el trabajo realizado. Si el picapedrero no había cobrado, cuando la construcción de una edificación avanzaba, los sillares se tenían que colocar con la cara marcada hacia afuera. El símbolo era visible y podía contabilizarse el trabajo de cada uno. La colocación de los bloques de piedra perdía relevancia cuando el pago se había realizado y las marcas, en muchos casos, quedaban escondidas en las caras interiores de los muros.
El dormitorio formaba parte del primer bloque constructivo. Se inició en 1191 y se finalizó en 1225, aunque algunos historiadores apuntan a que la construcción tendría una segunda fase finalizada en la segunda mitad del siglo XIII.
Como contempla el ideal cisterciense, el dormitorio se encontraba encima de la sala capitular y el locutorio. Para facilitar los desplazamientos de los monjes, además de la escalera que comunicaba con el claustro, el dormitorio tenía acceso directo a la iglesia a través de la llamada escalera de noche, por la que los monjes bajaban para asistir a las plegarias nocturnas.
El aspecto más interesante de esta sala es que sus constructores consiguieron crear un espacio de grandes dimensiones sin columnas ni pilares que sujeten la cubierta, gracias a once arcos diafragmáticos apuntados. Los arcos descansan en las gruesas paredes y sostienen una cubierta a dos aguas con vigas de madera, ladrillos de terracota y tejas. A lo largo del dormitorio, en los arcos formeros, se abren los ventanales, fruto de una reforma posterior.
La amplia sala permitía alojar a todos los monjes ya que, según la Regla, tenían que dormir en una misma estancia, sobre un lecho de paja y vestidos. Con el paso del tiempo se permitieron las celdas individuales y las primeras camas con jergón de paja. Estas celdas se fueron imponiendo en Santes Creus a partir del siglo XIV y en el XVI se establecieron definitivamente en todos los monasterios cistercienses.
A través de la escalera del dormitorio podía accederse a la biblioteca, espacio actualmente no visitable. Se calcula que habría reunido unos tres o cuatro mil volúmenes, entre los que había dos cientos manuscritos fechados entre los siglos XIII y XV. A raíz de la desamortización, el fondo bibliográfico se destinó a la fundación de la Biblioteca Pública de Tarragona, junto con el legado de otros monasterios.
La visita al Reial monestir de Santes Creus permet descobrir un monestir que destaca per seguir amb gran fidelitat l'estructura arquitectònica concebuda per Bernat de Claravall per al monestir de Clairvaux al segle XII.
La clau que defineix aquesta arquitectura n'és la supeditació a les exigències de la vida monacal. Els espais estan pensats per complir una funció i s'ordenen per facilitar al màxim la senzilla vida dels seus habitants, marcada per unes normes que regulen tasques i horaris i que defineixen l'aïllament del món.
Els monjos cistercencs viuen apartats i, per això, el monestir té un recinte tancat en ell mateix, anomenat clausura. S'hi troben tots els espais clau per la vida del monjo. Tant és així que, resseguint les estances, se'n poden redescobrir les pautes de vida. A Santes Creus, a més, la disposició d'aquestes dependències es caracteritza perquè segueix amb una gran fidelitat el plànol ideal de sant Bernat.
Malgrat tot, el monestir no era un ens aïllat. La comunitat mantenia una relació habitual amb els habitants dels seus dominis feudals per a afers derivats de l'administració de les seves propietats, per cobrar les rendes o per impartir justícia. A més, el vincle feudal obligava els vassalls a emprar determinats serveis que el monestir posseïa en monopoli, com ara el molí, el forn o la farga. Així, la ferreria es trobava dins el mateix complex, mentre que al voltant del monestir hi havia dos molins fariners. Igualment, els preceptes de l'orde marcaven l'obligació d'acollida, especialment de pelegrins, que arribaven a Santes Creus atrets per les relíquies de Maria Magdalena, un culte que va tenir molta popularitat entre els segles XIV i XV.
L'espai per desenvolupar aquestes funcions es concretava en dos recintes més, al marge de la clausura. El primer, obert a tothom, acollia la porteria, la parròquia i els serveis. El segon, amb un accés restringit, era l'espai de relació dels monjos amb l'exterior, on hi havia l'hostatgeria i les dependències d'administració.
Si bé totes aquestes estructures responen als cànons cistercencs, Santes Creus també amaga sorpreses. El vincle amb la Casa Reial el converteix en un lloc excepcional. La voluntat dels monarques que Santes Creus fos un lloc majestuós per acollir el panteó reial implicava la introducció d'estils trencadors amb l'austeritat cistercenca. D'aquí, el contrast entre la senzillesa de l'església i l'escultura de les tombes i del claustre, o entre els vitralls de les naus laterals i els del finestral gòtic de la façana. Els monarques van imposar el seu criteri per sobre de les normes de la comunitat. Aquest impuls innovador comportà que a Santes Creus s'aixequés el primer claustre d'estil gòtic de la Corona d'Aragó.
De la mateixa manera que els monarques van utilitzar el claustre i les tombes reials com a expressió del seu poder, en diferents indrets del recinte es troben detalls arquitectònics i escultòrics de diferents èpoques que donen testimoni del poder que el monestir va mantenir fins a la seva desaparició, al segle XIX.
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