Montjuïc: Centinela de Barcelona | Patrimonio Cultural. Generalitat de Cataluña.

Historias

Montjuïc: Centinela de Barcelona

Durante siglos, la montaña más conocida de la ciudad ha vivido numerosas reformas urbanísticas que la han definido y redefinido, y la han convertido en uno de los espacios más curiosos y repletos de pequeñas y grandes historias.

Todo empieza en la colina

Algunas colinas de Barcelona fueron pobladas por los iberos, pero de entre todas ellas, Montjuïc fue la más significativa, porque a partir del asentamiento en esta montaña se propició la fundación de la capital catalana. La cultura ibérica, muy centrada en el comercio marítimo, se fue fusionando con la civilización más conocida de la Antigüedad, los romanos, que habían preferido instalarse en el Monte Táber, lo que les facilitaba el transporte de mercancías. De todas formas, siguieron necesitando la materia primera esencial que brindaba Montjuïc para erigir sus templos y su muralla: la piedra. Lejos de tratarse de una explotación exclusiva de los tiempos de Barcino, las canteras de esta montaña fueron trabajadas sistemáticamente hasta mediados del siglo XX.

No hay que remontarse a la época de los iberos sino a la edad media para encontrar el origen etimológico del topónimo «Montjuïc», el «monte de los judíos», que se deriva de la existencia de una necrópolis judía medieval, situada aproximadamente a unos 100 metros sobre el nivel del mar y que data del 1091.

Una anécdota particular puede tener fuerza suficiente para modelar la trayectoria urbanística de un lugar y este fue el caso de esta montaña. En el verano de 1391 se produjo un asalto al Call (barrio judío) y fueron asesinadas unas 300 personas en un acto sanguinario de antisemitismo que sacudió a la comunidad judía y provocó el abandono del cementerio judío de Montjuïc, lo que encendió una disputa por la posesión de sus valiosas piedras. De hecho, el cementerio de los judíos fue precisamente una de las principales canteras de donde se extraía la piedra de Montjuïc, un gres cárstico compacto y resistente, con el que se construyeron la gran mayoría de monumentos de la ciudad.


El castillo de Montjuïc

A partir del siglo XVII, coincidiendo con la aparición de la artillería, la montaña de Montjuïc empezó a tomar fuerza como punto estratégico de control. Un claro ejemplo lo encontramos en el papel que desempeñó durante la Guerra de los Segadores (1640-1652) cuando protegió a Barcelona de las tropas castellanas, gracias a los cañones que ahí se instalaron para velar por la integridad de la ciudad.

Ahora bien, cuando Barcelona fue derrotada en 1714, el destino del castillo se vio alterado: pasó a ser un punto de control de las tropas borbónicas y, desde aquel momento y durante dos siglos, acabó convirtiéndose en una espada de Damocles para los barceloneses, dispuesta a sofocar cualquier intento de revuelta sin importar el precio a pagar. El bombardeo de Espartero, el fusilamiento de Francesc Ferrer i Guàrdia y Lluís Companys… Este enclave estratégico de la ciudad ha sido un testimonio clave de la historia de Cataluña.

Durante esos siglos, igual que el resto de rincones de Montjuïc, el castillo conoció su propia transformación urbanística. Empezó como un sencillo faro, pero en 1640 se derribó el antiguo fortín y, en tan solo treinta días, se levantó la primera fortificación de la montaña, que adoptó una forma estrellada. Cuatro años más tarde, este fortín provisional se convirtió en un castillo. Durante los cien años que siguieron, se fueron perfeccionando las instalaciones y se realizaron numerosas obras.

El hogar de los deportes

El interés de la ciudad por convertir Montjuïc en un espacio vinculado a los deportes responde a la necesidad de acercar la montaña a la modernidad. Para entenderlo, tenemos que viajar a finales de 1883, cuando se inauguró el hipódromo y los deportes ingleses llegaron a nuestras tierras. Así, un fin de semana cualquiera podíamos encontrar a la aristocracia y la burguesía de aquel tiempo jugando a fútbol o a tenis. Pero esa clase social privilegiada no era la única que disfrutaba de Montjuïc como espacio de ocio, ya que, tal como testimonia el archivo fotográfico de la época, las fuentes, los surtidores y las numerosas ermitas que habían aflorado por toda la colina se convirtieron en puntos de encuentro, y espacios de paseo, de juegos y de pícnics para la gente común.

Unos años más tarde, en la cantera de la Foixarda, se construyó un estadio que iba a ser la sede de los Juegos Olímpicos de 1924, pero que, cuando finalmente se decidió que se celebrarían en París, se convirtió en un estadio, donde el Barça disputaba algunos de sus partidos, que atraían a un público muy numeroso.


La Exposición de 1929

Aunque la transformación urbanística de Montjuïc, así como la del resto de la ciudad, culminó con los Juegos Olímpicos de 1992, este no fue el primer gran acontecimiento que acogió Montjuïc. Seis décadas atrás, las luces del Palacio Nacional de Cataluña se habían proyectado sobre el cielo de Barcelona con motivo de la Exposición Internacional de 1929.

En plena dictadura de Miguel Primo de Rivera, con el objetivo de mostrar España como un país moderno y avanzado, se emprendió una gran labor de modificación urbanística que permitiera llevar a cabo todo lo que se había pensado para la exposición.

Con motivo de este escaparate de la industria, el arte y el deporte, se construyeron el Teatre Grec (Teatro Griego), el parque de atracciones de la Foixarda (que cerró con el estallido de la Guerra Civil) y la popular atracción turística del Pueblo Español, que reproduce diversos espacios urbanos y arquitectónicos de otras regiones. 


Otros proyectos que vieron la luz aquel mismo año fueron el Pabellón Alemán, diseñado por Ludwig Mies van der Rohe y destinado a acoger la recepción de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, y el Palacio Nacional, también construido expresamente para esa singular exposición que redefinió el trazado urbanístico de esa zona de Barcelona.

El catálogo fotográfico que se publicó en aquella época dejó testimonio escrito de la innegable metamorfosis a la que se vio sometida la montaña de Montjuïc. La parte histórica de la montaña se convirtió en un parque de 200 hectáreas con vistas a la ciudad y al mar.


Sede de los Juegos Olímpicos de 1992

En el imaginario colectivo de los barceloneses, la fecha clave que redefinió el futuro de esta metrópolis en su conjunto fue 1992, cuando los Juegos Olímpicos pusieron Barcelona en el mapa de millares de personas que, durante las décadas siguientes, convirtieron la capital catalana en uno de los primeros destinos turísticos del planeta. De este punto y aparte en la historia de la Ciudad Condal, fue testimonio la montaña de Montjuïc, que tuvo un papel central, ya que se emprendió un importante proceso urbanístico con el objetivo de dotar la capital catalana de las infraestructuras necesarias para recibir a 169 países participantes en este acontecimiento multitudinario, y se creó un conjunto de instalaciones deportivas que recibió el nombre de Anillo Olímpico. Se remodeló el Estadio Olímpico Lluís Companys, se construyó el Palau Sant Jordi, se proyectó la Torre Calatrava, se remodelaron las Piscinas Bernat Picornell y se erigió el edificio del INEFC.

A partir de entonces, la montaña se comprometió con los tres pilares que marcaron su urbanismo en las décadas siguientes: la naturaleza, la cultura y el deporte. La proliferación de parques, jardines y museos hizo de esta ambición conceptual una realidad que todo el mundo podría disfrutar.

El pulmón más ecléctico de la ciudad

Tras siglos de modificaciones urbanas, Montjuïc ha acabado siendo el espacio verde más plural de Barcelona, con una oferta muy variada: una amable zona de paseo por sus parques y jardines, museos para los amantes de la cultura y espectaculares miradores para contemplar Barcelona. El centinela de la capital catalana es también la cuna de múltiples museos para todos los gustos: el Museo de Arqueología de Cataluña, la Fundación Joan Miró, el Museo Olímpico y del Deporte, y la Fábrica Casaramona, de estilo modernista, donde se encuentra CaixaForum.

La iniciativa de convertir Montjuïc en una zona donde proliferaran los espacios verdes tomó fuerza en el cambio del siglo XIX al XX, pero los diferentes jardines que oxigenan esta zona de la ciudad, habían ido germinando a lo largo de diversas décadas: los Jardines de Miramar, se proyectaron con motivo de la Exposición de 1929, junto con los Jardines de Laribal y los del Umbráculo. Cuando en 1960 Franco devolvió el castillo de Montjuïc a la ciudad, tuvo lugar un significativo proceso de ajardinamiento que condujo a la creación de los Jardines del Mirador del Alcalde. En la década de 1970, se inauguró un parque dedicado a un poeta catalán, los Jardines de Mossèn Cinto Verdaguer y, en 2003, otro poeta catalán fue reconocido con unos jardines en su honor: Joan Brossa. A este itinerario de jardines espléndidos es indispensable sumar los Jardines de Mossèn Costa i Llobera. Dado que disfruta de una temperatura unos grados por encima de la del resto de la ciudad, Montjuïc es lugar ideal para que proliferen plantas subdesérticas, desérticas y tropicales, sobre todo los cactus.

Descubrir la montaña

El Teleférico de Montjuïc nos permite contemplar a vista de pájaro un recorrido de 750 metros sobre la montaña. Otra forma excelente para conocer este lugar y poder disfrutar de él es la actividad «Un paseo por el Montjuïc más desconocido», que ofrece el Museo de Arqueología de Cataluña; una ruta que nos abre los ojos al impacto que tuvieron todos estos acontecimientos en la imagen de Barcelona.
 
A través de estos lugares, la montaña de Montjuïc nos ofrece también la oportunidad de que nosotros seamos, igual que ella, centinelas de la ciudad. Aunque en nuestro caso solo sea durante unos breves instantes, y, en el suyo, durante más de un milenio.