Los orígenes del
monasterio benedictino de Sant Pere de Casserres se encuentran en medio del camino entre la
historia y la
leyenda. Esta última explica que uno de los hijos de los
vizcondes de Osona y
Cardona habló solo tres días después de nacer para anunciar que no viviría más de 30 días. Tras su muerte, tenían que poner su cuerpo sobre una mula, y donde en el lugar el animal se detuviera se tenía que construir un monasterio.
Parece más verosímil la versión que nos habla de la
posición estratégica que ocupa el monasterio, situado en un meandro muy pronunciado del río
Ter donde antiguamente había un
castrum serrae o torre de defensa. Una construcción que los vizcondes decidieron convertir en monasterio.
Ermetruit, vizcondesa de Osona, fue la
promotora del monasterio, el único de la orden
benedictina en Osona. Se empezó a construir el año 1005 y, siete años más tarde, empezaba la
vida monástica; la iglesia se consagraba en 1050.
A excepción de cortos períodos favorables (cuando la abadía contaba con el apoyo de la nobleza local como los señores de
Savassona, los
Tavertet o los
Sau), el monasterio fue
marcado por el infortunio. Diez años más tarde de la consagración de la iglesia, la abadía bajó a la categoría de
priorato porque tenía menos de 12 monjes y el 1079 pasó a ser el centro administrativo en tierras catalanas de la poderosa
abadía de Cluny.
Entre los siglos XIII y XV, Sant Pere de Casserres entró en
decadencia debido a las hambrunas, guerras y epidemias, como
peste negra de 1348. Ya en el siglo XIX, el monasterio pasó a
manos privadas y fue utilizada como granja y vivienda de masoveros. El conjunto que vemos actualmente es el resultado de una serie de restauraciones, como la de Camil Pallàs (1952-1962) y la de Joan Albert Adell y el Consejo Comarcal de Osona (1994-1998).
El templo es un
compendio del románico: tres naves separadas por pilares y encabezadas por
ábsides semicirculares con elementos arquitectónicos decorativos con ventanas ciegas, frisos dentados y un pequeño claustro
de arcos de medio punto soportados sobre columnas. El interior de la iglesia estaba completamente decorado con
pinturas murales, aunque actualmente solo quedan algunas muestras muy
deterioradas.
Dos elementos se escapan del canon: por un lado, la iglesia mide
más de ancho que de largo, un hecho poco habitual en el románico catalán. Por el otro, el
campanario es inusualmente bajo, ya que solo tiene dos pisos. Al exterior del monasterio encontramos un edificio de planta rectangular que hacía las funciones de
hospital y, al lado del ábside, se conservan varias
tumbas antropomórficas.
Autor de las fotografías: Josep Giribet.