El día de Carnaval de 1894, en L’Armentera, aprovechando que todo el pueblo estaba de fiesta, se cometió un asesinato terrible que habría quedado sin resolver de no ser por la intuición del alcalde.
El 6 de febrero de 1894, era martes de Carnaval y en L’Armentera, como en tantas otras poblaciones ampurdanesas, ese día por la tarde había sardanas en la plaza. El lugar era un hormiguero. Estaban todos los del pueblo y de los alrededores. Incluso el molinero Jaume Tarrés se había querido acercar. Su mujer, Margarida Pineda, se había quedado en casa con sus hijos, un niño de cuatro años y una pequeña de casi dieciocho meses.
Cuando los músicos acabaron de tocar la última, a las cinco y cuarto, Jaume volvió hacia el molino. Aunque ya oscurecía, le extrañó no ver luz en casa ni que nadie saliera a recibirle, como solía pasar habitualmente. La puerta estaba entreabierta. Todo estaba silencioso. Demasiado. Llamó a Margarida, pero no respondía. Dentro no se veía gran cosa y encendió una luz. Se quedó helado. Los cuerpos de la mujer y las criaturas estaban en el suelo en medio de un charco de sangre.
Tan deprisa como pudo, desandó el camino para ir a buscar ayuda. Jaume localizó al alcalde, Àngel Causa, que también era el jefe de la patrulla civil del pueblo. Sin dudarlo ni un momento, cogió la escopeta y los dos hombres volvieron corriendo al molino. Lo que vio el alcalde se le quedó grabado en la memoria para siempre. La mujer y el niño tenían la cabeza abierta por golpes de martillo y heridas mortales en la cara y el cuello provocadas por un hacha. La pequeña, aunque malherida, seguía con vida.
Mientras, empezaba a llegar al molino gente que se había enterado de la tragedia. Causa inspeccionó la escena del crimen. Dos cosas le llamaron la atención: la botella de aguardiente medio vacía que había encima de la mesa y una mancha de sangre en la ventana que daba a la balsa del molino. Esto le hizo pensar que el asesino quizá había tirado el arma homicida para hacerla desaparecer. Dio órdenes de abrir las compuertas de la balsa para vaciarla. Sería un proceso lento que tardaría horas. Pero mientras tanto ya sabía qué tocaba hacer: ir a interrogar a Joan Galceran, conocido en L’Armentera como el Pastor de la Gratlla. Era un hombre viudo, que medio convivía con una mujer, pero que desde hacía tiempo rondaba a la molinera.
Un grupo de hombres encabezados por el alcalde fueron a casa del sospechoso. Aunque les abrió su pareja, de nombre María, enseguida salió en la casa Galceran amenazándolos con una hoz. Causa lo encañonó con su revólver y no se atrevió a hacer nada.
La comitiva entró en el domicilio para buscar indicios de que lo incriminaran. “Ya podéis mirarme que no me encontraréis ni una gota de sangre”, les respondió desafiante. Con aquella actitud, les parecía evidente que era el culpable y lo encerraron.
Al día siguiente por la mañana, la balsa del molino ya estaba vacía y las suposiciones de Causa se confirmaron. Al fondo, en medio del lodo, había un hacha que algunos vecinos identificaron enseguida. Era propiedad de María, tal y como reconoció ella misma. Sin embargo, también explicó que Galceran se la había cogido diciendo que le iba mejor para hacer astillas. Cuando le comunicaron al hombre que habían encontrado el arma, confesó.
Vista parcial de L’Armentera, 1940 aproximadamente (ACAE, Colección de tarjetas postales de Jordi Martí Cairó, de Figueres)
Galceran explicó que aquel martes de Carnaval, alrededor de las cinco de la tarde, se marchó decidido a tener relaciones con la molinera, costara lo que costara. Se preparó a conciencia. Salió de casa con dos vestimentas puestas y, cuando llegó al lugar de los hechos, se descalzó para entrar sin hacer ruido. Encontró a Margarita zurciendo ropa, con la pequeña en el regazo.
Primera imagen del libro después de los agradecimientos. Vista general de L’Armentera en los años 20 (“L’Armentera: un llarg i difícil camí cap a l’actualitat (1936-1975)”)
Cuando estaba a punto de marcharse, volvió a abusar de la molinera. De camino hacia el pueblo, se detuvo en El Rec Vell para acabar de limpiar el rastro de sangre. Acto seguido, se fue a casa, donde quemó la ropa para eliminar las pruebas incriminatorias. Además, para asegurarse la coartada delante del vecindario, se dejó ver en la plaza justo cuando la cobla tocaba la última sardana.
El crimen de la molinera y sus hijos causó un gran impacto en la comarca y comenzaron a circular todo tipo de rumores. Seguramente por ello, el alcalde de L’Armentera encargó imprimir su versión de los hechos en unos carteles que se distribuyeron por la zona. Uno de esos ejemplares todavía se conserva en el Archivo Comarcal de L’Alt Empordà y se puede consultar aquí.