Hace dos siglos, Valls se tiñó de sangre. Una serie de asesinatos enturbiaron la vida de la ciudad. A veces, sin embargo, las cosas no son lo que parecen. Y lo que aparentemente era una mal digerida rivalidad castellera, en realidad tenía raíces más profundas. Doscientos años después, descubrimos el misterio gracias a la documentación conservada sobre aquellos hechos.
Como era la fiesta del barrio de La Mare de Déu del Carme, aquel domingo había habido comedias en el teatro y el alcaide de la prisión, Josep Térmens, y su amigo Josep Vallverdú, que era subalcalde de Valls, no se lo habían querido perder. Pasaron un buen rato y se pudieron sacar las preocupaciones de la cabeza después de un día tan intenso. La tranquilidad, sin embargo, solo duró hasta que terminó la función. Cuando hacia las diez de la noche salieron de sala, se encontraron a uno de los Mossos d’Esquadra que había en la ciudad. Les informó que había habido altercados. Con lo que había pasado por la mañana, no les sorprendió mucho.
Para asegurarse de que todo estaba en orden, se dividieron en patrullas. El grupo de Térmens recorrió la calle de Els Metges y les pareció ver un cuerpo. Era noche cerrada y costaba verlo bien. Guiados por la tímida luz de las lámparas que llevaban, se acercaron. Se trataba de Joan Bofarull, conocido por todos como Caballé. Y estaba muerto.
“Tiempo ha que te lo pronosticaba”, no pudo evitar decir el jefe de los Mossos d’Esquadra, Pere Màrtir Veciana, que acompañaba al grupo de Térmens en la ronda. Unos cuantos hombres cogieron el cadáver para trasladarlo al hospital. Por el camino toparon con la patrulla de Vallverdú, que en la calle de El Carme habían localizado a otro hombre muerto. Era más joven y se llamaba Pau Monconill. Las dos víctimas tenían una cosa en común: eran de la Colla dels Pagesos, uno de los dos grupos que hacían castells en la ciudad; el otro era la Colla dels Menestrals.
De hecho, los castells eran la evolución del ball de valencians, que ya estaba muy arraigado en Valls y era un tipo de danza habitual en las celebraciones religiosas, y tenía la particularidad de acabar con la construcción de una torre humana. A finales del siglo XVIII, aquella tradición fue evolucionando y las cuadrillas de danzantes competían por ver quién conseguía trepar más alto. Como la rivalidad a veces iba más allá y la vertiente festiva se imponía a la religiosa, en muchos lugares se prohibió aquel tipo de baile.
En cambio, en Valls continuó sin tropiezos y fue cogiendo fuerza. Fue así como nació la tradición castellera. El historiador Alexandre Cervelló ha encontrado la primera actuación que se conoce en un documento de 1791. Desde entonces, se fueron haciendo construcciones humanas con el anhelo de superar al rival. La competencia era estimulante y las dos cuadrillas fueron depurando la técnica hasta ser capaces de conseguir hitos extraordinarios, como el que se vivió el día de los asesinatos.
El domingo 19 de julio de 1819, la Colla dels Menestrals consiguió una gesta histórica: levantar un castillo de ocho pisos. No lo había conseguido nunca nadie antes y el grupo estaba eufórico. Sobre todo porque habían adelantado a la Colla dels Pagesos, que eran los veteranos. Ahora bien, estos tampoco quisieron ser menos y con mucho esfuerzo lograron emular la gesta de sus adversarios. La tensión entre las dos cuadrillas se podía cortar con un cuchillo y, por miedo a que llegaran a las manos, las autoridades prohibieron hacer más castells durante la tarde del domingo. Tenían la esperanza de que así la cosa no iría más. Pero, cuando Térmens y Vallverdú salieron del teatro, ya vieron que las buenas intenciones se habían quedado en nada.
Desgraciadamente, se conserva poca documentación de aquellos hechos y apenas se puede apuntar que el principal sospechoso de los crímenes era un curtidor llamado Francisco Queralt, conocido como Cameta. Ahora bien, debería esquivar a la justicia porque su nombre aparece entre la lista de los involucrados en otra pelea que acabaría mal. A pesar de todo, los crímenes hicieron que los Menestrals tuvieran prohibido hacer castells durante quince años, al menos en Valls, donde no reaparecieron hasta 1834.
En mayo de 1821, un grupo de hombres –entre los que estaba Cameta– atacó a Josep Pont Capdevila y a Josep Montserrat Pont, abuelo y nieto respectivamente. El más joven murió a causa de las heridas. Estos dos, al igual que las víctimas de 1819, también eran de la Colla dels Pagesos. El rastro de sangre, sin embargo, no se detuvo. El 5 de abril de 1822, otro campesino con vínculos a la misma Colla, de nombre Francisco Miquel Coll, perdió la vida a cuchilladas.
¿Tanta era la pasión por esta actividad que la gente se iba matando por las calles? ¿O quizás había algo más? Algunos de los primeros investigadores de la tradición castellera dieron a entender posibles disputas familiares, pero Alexandre Cervelló ha demostrado que los clanes más involucrados con la fiesta de la época tenían gente en las dos cuadrillas. Gracias a su investigación, ha podido comprobar que, a pesar de competir en la plaza, mantenían una buena relación; hasta el punto de que unos hacían de padrinos en el bautizo de los hijos de los otros y viceversa, compartían propiedades e incluso eran mencionados conjuntamente en herencias.
Y esto había sido así desde el siglo anterior. ¿Qué había cambiado pues? La situación política. Después de la guerra contra Napoleón, Fernando VII recuperó el trono y, a pesar de las aparentes intenciones iniciales de acatar la Constitución de Cádiz de 1812, muy pronto se vio que su idea era reinar como si el mundo aún viviera en el siglo XVIII, cuando los monarcas tenían el poder absoluto. Esto derivó en un profundo malestar entre los sectores más progresistas, que en 1820 acabaron promoviendo un golpe de estado para que Fernando VII aceptara la Constitución de una vez por todas. Comenzaba el Trienio Liberal.
La sociedad estaba dividida. Y si a un lado estaban los liberales, en el contrario estaban los realistas, que apoyaban a la corona sin fisuras. En Valls, como en otras ciudades, la gente tomaba parte en función de su adscripción social. Así, mientras los campesinos eran mayoritariamente partidarios de la monarquía, los menestrales eran liberales. O sea que cuando las dos cuadrillas se enfrentaban en la plaza, la disputa no era solo por los castells.
Ahora bien, ¿por qué la mayoría de víctimas solo son de un bando? ¿Es que unos eran más violentos que los otros? Historiadores como Cervelló lo dudan. Todo hace pensar que, cuando, en 1823, Fernando VII recuperó el control total del poder, poniendo fin al Trienio Liberal, se persiguió más a los antiabsolutistas. De hecho, los últimos diez años de su reinado (1823-33) son conocidos como la Década Ominosa por la feroz represión contra los opositores. Tendría todo el sentido del mundo, pues, que la documentación que nos ha llegado y que ahora conserva el Archivo Comarcal de L’Alt Camp sea de las víctimas partidarias del rey como prueba incriminatoria para perseguir a los liberales. Es fácil de comprobar. Lo podéis hacer vosotros mismos.