En el horizonte se dibuja Barcelona, la última parada de esta odisea sin precedentes, donde los Reyes Católicos esperan ansiosamente su llegada. Es un recibimiento espléndido, en el monasterio de Sant Jeroni de la Murtra, en Badalona. Todo está a punto para impresionarlos con sorprendentes hallazgos: siete indios taínos, coloridos papagayos, oro, perlas preciosas, especias y otros materiales exquisitos.
Ha puesto el punto final a su misiva. Colón tiene claro que esta noticia tiene que recorrer Europa, y la mejor manera de conseguirlo es mediante esta carta. No se sabe con certeza quién ordenó su impresión: unos dicen que fueron los Reyes Católicos los que ordenaron que se imprimiera primero en castellano y posteriormente en latín y otras lenguas. Al fin y al cabo, ellos eran los principales interesados en hacer crecer su imperio. Pero, ¿y si fue Colón? Él también quería difundir su proeza, porque creía que había llegado a las tierras del Ganges por una ruta diferente. Sea como sea, la carta fue editada en castellano por primera vez en los talleres de Pere Posa en Barcelona y, después, en Roma por un conocido impresor que estampó la segunda edición, en latín, que fue la referencia para las siguientes. En total se realizaron nueve ediciones y diversas variantes hasta llegar a un total de 17 versiones. A pesar de todo, la ironía de la vida quiso que Colón ignorara su auténtico descubrimiento, que hizo cambiar el mundo, y acabara sus días convencido de que había visitado las Indias más allá del Ganges hasta cuatro veces.