Recuperamos la figura de una singular soberana que tuvo un papel fundamental en la vida política del siglo XIV, lo que la convirtió en una de las únicas lugartenientes reales de la Corona de Aragón.
Biografía de una alianza
Hablar de Leonor de Sicilia es hablar de una mujer independiente y única. Ambiciosa, autoritaria, viajera empedernida... Conocida en Cataluña con el sobrenombre de «la Grande», pudo disfrutar de un palacio propio (hecho poco habitual en la época), ubicado en el núcleo antiguo de Barcelona, en la esquina entre la actual calle de los Templers y la de Ataülf, porque sus méritos la hicieron una colaboradora esencial, insustituible, para su marido, el rey Pedro el Ceremonioso.
Nacida en 1325 en la distinguida corte de Sicilia, Leonor fue la segunda hija de los seis descendientes de Isabel de Carintia y Pedro II de Sicilia. A mediados del siglo XIV, tras enviudar por segunda vez, Pedro IV la pidió en matrimonio, y ella vio la ocasión para huir de su tierra originaria: escapó de su propia familia para casarse con él, a pesar de los detractores de la alianza con la Corona de Aragón. La unión se celebró en Valencia en 1349 y, tres años más tarde, tuvo lugar un acontecimiento todavía más relevante: bajo la atenta mirada de la alta nobleza de la época, que deseaba ver en este enlace el final de las disputas entre catalanes sicilianos (partidarios del rey) y sus opositores proangevinos (partidarios de la casa de Anjou), la reina consorte de Aragón fue coronada por su marido. Leonor y Pedro tuvieron cuatro hijos: Juan el Cazador, Martín el Humano, Alfonso de Aragón (fallecido prematuramente) y Leonor de Aragón y Sicilia.
Sepulcro real (Cactus Media)
Escudo de Pedro III el Ceremonioso en la Puerta Real del Monasterio de Poblet (Oliver-Bonjoch, Wikimedia Commons)
Una coronacion excepcional
Leonor es una de las cinco únicas soberanas que llegaron a ser coronadas durante la larga pervivencia de la Corona de Aragón. Un acto de finalidad simbólica, legitimadora y propagandística con unas ordenanzas bien claras. Estas, en el caso de Leonor, estuvieron precedidas por la cita de un texto muy esclarecedor si se quiere entender el espacio en el que mandaba la mujer en la esfera política medieval en Cataluña.
Se trata de una cita extraída del Génesis, una metáfora a través de la cual se tenía que interpretar la coronación de esta reina, ya que, sin esta explicación a modo de preludio, el acto no hubiera quedado justificado en relación a una sociedad que no permitía que la mujer ostentara el poder de la Corona. La referencia bíblica recalca una idea que ya era ampliamente aceptada por todo el mundo en aquella época: la mujer fue creada por Dios para acompañar al hombre en su soledad y, por ello, nació de la costilla de Adán, porque solo a través del hombre se podía crear a la primera mujer, Eva.
Ahora bien, la Corona de Aragón presentaba una particularidad en relación a otros reinos, como el de Castilla: la Corona catalanoaragonesa prohibía que las reinas gobernarán en un territorio en condiciones de igualdad, ya que su poder estaba intrínsecamente ligado a su matrimonio. A pesar de ello, había un estrecho margen de maniobra en función de la relación establecida entre el rey y la reina: cuando este confiaba plenamente en ella y formaban una unidad indisoluble, la reina tenía acceso a la lugartenencia, es decir, podía convertirse en la máxima autoridad durante las ausencias del monarca, y Leonor de Sicilia fue una de las pocas reinas que ocupó ese cargo.
Vista de Zaragoza desde el río, la ciudad en la que fue coronada (Carabo_Spain, Pixabay)
La lugartenencia: una aspillera en la legislación real
Creado por Jaime I el Conquistador, ese cargo surgió de la necesidad del rey de garantizar que sus hijos estuvieran al frente de todo mientras él estaba fuera del reino catalanoaragonés. Por lo tanto, la persona que ocupara esa posición institucional tenía que sustituirle cuando él no estuviera, y representarle, tanto a él como a sus intereses. Y, dicho esto, ¿quién mejor que la reina para asumir esa responsabilidad? Cualquier otro candidato podía resultar un auténtico peligro para la estabilidad del reino, ya que podía maquinar la usurpación del poder real. Pero con su mujer al frente, siempre que la relación fuera fluida, el rey no tenía de qué preocuparse y podía irse tranquilamente, porque sabía que la reina lugarteniente haría un uso responsable de esa delegación de poderes.
Además, esa tranquilidad también era consecuencia del panorama favorable del que disfrutaba la Corona porque, cuando el monarca se iba, tenía la posibilidad de crear redes de influencia y de mostrar el compromiso del reino con la cultura a través del patrocinio. Finalmente, si las reinas eran extranjeras, las soberanas contribuían a mejorar las relaciones exteriores, ya que creaban o reforzaban alianzas en una labor diplomática valiosísima.
Leonor de Sicilia fue una digna lugarteniente real, ya que fue capaz de llevar a cabo su propia política e, incluso, tomó decisiones controvertidas como fue el inicio del proceso que concluyó con la decapitación del consejero real, Bernat de Cabrera, en 1364, que fue acusado de ser el instigador de la guerra con Castilla. Y es que Leonor también tuvo un papel primordial en las relaciones políticas con el reino de Sicilia y Cerdeña, y en la creación del ducado de Girona en 1351, cuando se aglutinaron los condados de Besalú, de Girona, de Empúries y de Osona, que al cabo de poco tiempo acabaron por desembocar en el título de Príncipe de Girona.
Sepulcro de Leonor de Sicilia (Cactus Media)
Palacio Real Menor de Barcelona (Wikimedia Commons)
Dime cómo te vistes y...
La casuística para convertirse en una de las primeras reinas lugartenientes de la historia de la Corona de Aragón no es el único mérito de su biografía, ya que Leonor también legó para la posteridad un retrato de la cotidianeidad de la vida en la Corte a través de su corpus literario, que actualmente se conserva en la catedral de Barcelona.
Este está formado por tres libros de cuentas, donde quedaban anotados sus gastos, y otro libro, el de cámara, donde se registraban las ropas que entraban y salían de sus estancias. Irónicamente, estos documentos de contabilidad han tenido un valor inestimable a la hora de estudiar cómo era la vestimenta característica de la mujer noble medieval, ya que sus referencias son minuciosas y plasman aspectos de la Corte que, de otra forma, todavía permanecerían en la oscuridad.
Códex Menesse (Wikimedia Commons)
Catedral de Barcelona, on es conserven els llibres de comptes d’Elionor (Mromanchenko, Wikimedia Commons)
El lenguaje de la ropa medieval
En su libro de cámara se encuentran descripciones detalladas de la vestimenta de aquella época, piezas de ropa como la cotardía, una vestidura que hoy en día nos cuesta imaginar, ya que no abunda en la iconografía catalana del siglo XIV. Los pocos testimonios que se conservan resultan innegablemente interesantes, sobre todo si tenemos presentes las implicaciones de la vestimenta en la sociedad catalana del siglo XIV. Esta pieza de ropa no era simplemente una vestidura que ayudaba a resguardarse del frío y que custodiaba a las mujeres de las miradas indeseables, sino que esta indumentaria era un auténtico barómetro social: indicaba la distinción entre sexos, ya que en el siglo XIV la moda no era todavía una disciplina y, por lo tanto, todo el mundo vestía de la misma forma. Igualmente, la ropa revelaba la edad y el estado civil de las mujeres, porque las casadas y las viudas tenían que llevar la cabeza cubierta, mientras que las solteras podían llevar el pelo suelto. Finalmente, y como no podía ser de otra forma en una sociedad tan profundamente estamental como lo era la medieval, la vestimenta era también una manera de adivinar la condición social de la persona.
No se puede olvidar que Leonor fue una de las primeras reinas que disfrutó de un palacio propio, el Palacio Real Menor o de la Reina, ubicado en el núcleo del barrio Gótico y construido para ser una residencia más confortable y lujosa que la del Palacio Mayor, que quedó relegado para cuestiones más institucionales. El palacio de la soberana, que llegó a ser famoso por la riqueza de su jardín y por la colección de animales exóticos que poseía, disponía de salas nobles, un patio central y una amplia cocina.
Leonor murió en 1375 en Lleida y su cuerpo fue trasladado al panteón real del monasterio de Poblet, el lugar de descanso por excelencia de los grandes nombres de la Corona de Aragón: Juan I, Pedro IV, Jaime I, María de Navarra, Leonor de Portugal y, por descontado, también Leonor de Sicilia, una digna lugarteniente real.
Tumbas reales en el Monasterio de Poblet (Job Vermeulen)
Exterior del Monasterio de Poblet (Departament de Cultura)