Centro ritual, paseo monumental, espacio de reposo y de reflexión. Las ciudades de los muertos son, paradójicamente, lugares llenos de vida que nos enseñan a entender mejor el pasado de nuestra sociedad.
Desenterrando la historia
Los cementerios, antiguamente apartados de las ciudades, a menudo se encuentran hoy en día rodeados por las metrópolis, que han crecido de forma descontrolada. La ubicación de estos recintos fue consecuencia de las epidemias de cólera que brotaron en las grandes ciudades, donde se enterraba a los muertos de forma caótica y descontrolada, lo que provocaba que el agua se contaminara.
Ahora bien, a partir del momento en que se convirtieron en espacios con entidad propia, vinculados al más allá y al gran misterio de la vida, los cementerios conocieron el auge de su popularidad. Y llegó hasta tal punto que incluso llegaron a formar parte del patrimonio cultural de muchas ciudades y territorios europeos, entre los que se encuentra Cataluña, porque son un testimonio de nuestro pasado y una de las maneras más gráficas de viajar por nuestra historia. Los ritos y las tradiciones que desde hace siglos envuelven nuestra relación con la muerte, y que se celebran en estos centros monumentales, nos ayudan a entender y a reconstruir los orígenes de nuestra sociedad.
Los cementerios se convierten en espacios donde reposan los muertos, ya sea en fosas comunes, donde reina el anonimato, o en impresionantes panteones pertenecientes a grandes familias. El origen etimológico de la palabra cementerio es griego (koimetirion) y su significado, «dormitorio», permite establecer una comparación con los espacios de reposo. Los ritos específicos y simbólicos por los que debía pasar el difunto, que eran dictados por la cultura, variaban mucho en función de su estamento social y del dios al que profesara su fe. Así, se puede afirmar, por lo tanto, que el acto de enterrar estaba estrechamente ligado a los usos y costumbres de cada época.
Desde este punto de vista, no es sorprendente que los cementerios se hayan convertido en grandes archivos para los historiadores, ya que, gracias a los restos encontrados entre sus lápidas, hemos podido redescubrir nuestro pretérito. Son una fuente orgánica de información y han facilitado la reconstrucción de nuestro pasado cultural e histórico, porque en ellos descansan personajes de renombre que han dejado una gran huella en nuestra idiosincrasia. En Cataluña los encontramos por todo el territorio y nos permiten sumergirnos en historias que no nos dejan indiferentes. Santa Eulalia d'Erill la Vall (Quim Roser / Departament de Cultura)
El cementerio como patria
El poeta y novelista Salvador Espriu disfrutó de una infancia feliz en la casa familiar de Arenys de Mar en la que convivió con sus otros cuatro hermanos. Pero su vida estuvo marcada por la muerte: la propia, cuando a la tierna edad de nueve años la tuvo muy cerca y se vio obligado a permanecer encamado durante tres años; y también la ajena, ya que durante la adolescencia perdió a dos de sus hermanos. A pesar de esto, también conoció la muerte en sentido figurado, cuando el 18 de julio de 1936, después de los años de esperanza vividos en la universidad, todos sus sueños quedaron enterrados bajo las ruinas de la guerra.
La pluma de Salvador Espriu convirtió el cementerio de Arenys de Mar en un espacio literario cuando en 1946 le dedicó unos versos en la composición «Cementerio de Sinera». Sinera es el anagrama que creó invirtiendo el orden de las letras del su querido pueblo y modificando la «i» griega por una «i» latina. De esta forma, Espriu creó un mundo mítico en el que poder refugiarse y encontrar paz después de la guerra, consciente de que en los cementerios «los días han pasado para siempre».
Cementerio de Arenys de Mar (Bob Masters / Departament de Cultura)
Más allá del mito literario
Además de este atractivo poético, la riqueza escultural y arquitectónica de este cementerio lo convierte en uno de los más bonitos de Cataluña, ya que alberga monumentos artísticos de gran relevancia que, además, son un reflejo del crecimiento de la población del municipio, que dejó de ser un humilde pueblo marinero para transformarse en lugar de residencia de los indianos, hijos de la industrialización de los siglos XIX y XX.
Así pues, el cementerio de Arenys se erige en un ejemplo característico de los cementerios marineros mediterráneos. Su legado se metamorfosea en obras de arte arquitectónicas y en esculturas que lo habitan: el sepulcro de Francesc Massaguer, con una talla de mármol de Josep Llimona, o el panteón de la familia Bosch, atribuido a Enric Sagnier, son solo un par de ejemplos. Cementerio de Arenys de Mar (Bob Masters / Departament de Cultura)
Cementerio del Masnou, un museo sin muros
Diseñado en 1860 por Miquel Garriga i Roca, el cementerio del Masnou sustituye al antiguo cementerio ubicado al lado de la iglesia parroquial. De la nueva construcción destacan los grandes panteones construidos durante la primera década del siglo XX, una huella de los indianos, al igual que encontramos en muchos cementerios del litoral.
Las familias acomodadas del pueblo fueron las propulsoras de la dinamización del cementerio, hasta el punto de convertirlo en un museo histórico al aire libre. Uno de sus monumentos más relevantes es el panteón cuyo diseño encargó, en 1926, Pere Pagès i Fàbregas, originario de una familia de navegantes, al máximo representante del noucentisme, el arquitecto Torres i Grau. La construcción, además, custodia una escultura de Frederic Marès, popularmente conocida como El desconsuelo, que hace el cementerio doblemente atractivo.
El panteón se ubica a la entrada del cementerio junto al de la familia Cullell, propiedad del maestro de obras del recinto, Ignasi Collell i Roca. Este descendiente de una larga estirpe de maestros de obras estuvo al frente de la construcción del cementerio nuevo, de las Escolapias, y de diversas casas de la población.
Finalmente, también cabe destacar la capilla que el indiano Josep Gibernau Maristany ordenó construir al arquitecto Bonaventura Bassegoda en 1907 cuando volvió de las Américas con una considerable fortuna. Esta capilla presenta una planta octogonal y, como templete modernista, acoge una cripta con la capilla de los pobres.
Cementerio del Masnou (Jordi Play / Departament de Cultura) / Proyecto realizado por Miquel Garriga i Roca, el 18 de octubre de 1870 (AMM, Fons Municipal, caixa 803)
Las necrópolis barcelonesas
La historia de los cementerios y la transformación de la ciudad de Barcelona fueron de la mano, porque a medida que la metrópolis iba expandiéndose y transformándose, los cementerios quedaban incorporados a ella. Un vestigio de este remoto pasado lo encontramos en el barrio Gótico, donde se conserva la Vía Sepulcral de la plaza de la Vila de Madrid, una necrópolis romana de los siglos I a III. En aquellos tiempos, el área quedaba a las afueras de Barcino y por ello la ley romana la aceptaba como un espacio apto para poder enterrar a la gente.
Inicialmente, solo había un único cementerio, pero actualmente se cuentan hasta nueve, ubicados todos ellos en diversos espacios. La Ciudad Condal esconde diferentes cementerios desde donde se pueden rastrear las crónicas de la capital catalana. Y una forma de conocerlas es a través de las rutas que se organizan por los cementerios de Poblenou, de Montjuïc y de Les Corts. Cementerio del Poblenou (Jordi Play / Departament de Cultura)
Cementerio de Poblenou, el primer cementerio de Barcelona
Conocido también con el nombre de cementerio del Este o cementerio Viejo, el cementerio de Poblenou tiene tres siglos de historia, porque fue el primer recinto moderno de la ciudad que se creó para esta función en 1775. Originariamente se edificó fuera de las murallas y al lado del mar, pero en la actualidad está ubicado en el distrito de Sant Martí. Sufrió diversas ampliaciones, pero hoy en día se estructura en un ante-cementerio con jardín y cuatro departamentos.
El arquitecto italiano Antonio Ginesi, encargado de su edificación, tenía unos objetivos claros: velar por la salubridad de la ciudad e incentivar el abandono de la costumbre de enterrar a las personas en las fosas parroquiales. A pesar de su función, la estética fue un elemento importante y, por este motivo, el cementerio tiene una fuerte influencia de los cementerios mediterráneos de finales del siglo XVIII con un estilo neoclásico y una distribución ordenada, y simétrica.
Cementerio del Poblenou (Jordi Play / Departament de Cultura)
Una radiografía social
Si se pasea por el cementerio, se pueden descubrir retazos de la vida de los barceloneses: al entrar en el recinto se observan esculturas de mármol, una sala de juntas y panteones monumentales creados por grandes escultores y arquitectos del siglo XIX, que presentan estilos artísticos diversos y que son propiedad de las familias más acomodadas de la ciudad de Barcelona.
Son muchos los rincones de esta necrópolis que invitan a conocer la historia de la capital catalana. Un ejemplo de ello es el monumento a las víctimas de la fiebre amarilla que se propagó por la ciudad en 1821, una epidemia que provocó el éxodo de unos ciudadanos que intentaban escapar de la muerte, que tantas almas se estaba llevando consigo.
Ahora bien, la escultura más conocida de este cementerio la encargó una familia relacionada con la industria textil. Hablamos, evidentemente, de El beso de la muerte, una escenificación del duelo de Josep Llaudet Soler por el prematuro fallecimiento de su hijo. Se trata de una obra de Jaume Barba que recuerda las danzas de la muerte medievales y que va acompañada de un epitafio que incluye unos versos de Jacint Verdaguer, los mismos que dan su nombre a la escultura. El 'Petó de la Mort', de Jaume Barba, en el Cementerio del Poblenou
Cementerio de Montjuïc, una solución al estilo inglés
El cementerio de Montjuïc fue el segundo cementerio que se construyó y se le conocía popularmente como el Cementerio del Sudoeste o el Cementerio Nuevo. El crecimiento demográfico que experimentó la ciudad de Barcelona durante la primera mitad del siglo XIX impulsó su construcción porque el de Poblenou ya no daba abasto. En el proceso se siguió el estilo inglés y por eso se abrieron caminos ondulantes, que equilibraban los desniveles característicos de la montaña.
Inaugurado en 1833 y, actualmente, el más grande del término municipal de la ciudad de Barcelona, ocupa la vertiente sur de montaña de Montjuïc y tiene una superficie de unos 567.934 metros cuadrados. Alberga un total de 152.774 sepulcros y yacimientos de diferentes épocas: la Edad del Bronce, el periodo ibérico, la época romana y la época medieval. Grandes personajes históricos e ilustres de la burguesía se encuentran enterrados en su panteones. Por ejemplo, los miembros de la poderosa familia Batlló, fabricantes de tejidos de algodón, o los de la familia Ametller, dedicados a la industria chocolatera.
Pero también otras personalidades tienen su propio rincón en este gran cementerio, como Ildefons Cerdà, sepultado bajo una lápida de mármol que reproduce su magnum opus, el Ensanche; Francesc Macià, o Joan Miró.
Finalmente, el Fossar de la Pedrera es otra parada obligatoria en el itinerario del cementerio de Montjuïc, porque fue utilizado como una tumba común para 4.000 víctimas del franquismo, como es el caso de Lluís Companys. El espacio, por lo tanto, se ha convertido en un lugar que conmemora a todas las víctimas de la represión y de los bombardeos franquistas. Cementerio de Montjuïc (Jordi Play / Departament de Cultura) / Tumba de Lluís Companys al Fossar de la Pedrera (Isaac Bordas, CC BY-SA 2.0)
El Cementerio de Les Corts, el pasado judío de Barcelona
Este cementerio se construyó hacia 1845 cuando el Modernismo estaba en auge y se estaba consolidando una de las primeras iniciativas de urbanización en el pueblo de Les Corts, «Les Corts Noves». El cementerio luce una capilla modernista de estética bizantina, y panteones y tumbas de un distinguido arte funerario. Además, dentro del recinto se encuentran sepulcros muy emblemáticos y significativos, como la tumba-panteón de los Repatriados de Ultramar: un mausoleo dedicado a aquellos que perdieron la vida durante el conflicto bélico de Cuba y Filipinas, y que es una cripta con aspecto de fortaleza, pagada por el propio Ayuntamiento de Barcelona.
De todas formas, la particularidad más relevante del Cementerio de Les Corts es que en su interior esconde el cementerio judío más antiguo de Barcelona todavía en funcionamiento. Ubicado a la izquierda de la entrada principal, contiene un numeroso patrimonio escultórico de carácter funerario y, en la actualidad, sigue manteniendo el ritual que establece el judaísmo: se entierra a los muertos en la tierra, tal y como dicta el versículo bíblico extraído del Génesis (3:19): «Polvo eres, y en polvo te convertirás». El ritual también incluye un lavado simbólico del cuerpo del difunto, que se acaba cubriendo con telas de lino blanco. Finalmente, se amortaja y se entierra sin ataúd, pero al estar esta última práctica prohibida por ley en España, los judíos no pueden seguir su ancestral tradición y se tiene que colocar al difunto en una caja. Cementerio de les Corts (Cementiri de les Corts)
Estos son algunos de los cementerios más emblemáticos de Cataluña, pero hay muchos otros, y todos ellos invitan a conocer mejor nuestro pasado mediante retazos de historia que podemos descubrir a través de las rutas de cementerios, como la de Arenys, la de Montjuïc o la de Poblenou, que nos revelan que, paradójicamente, estos espacios están llenos de vida.