Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército alemán comenzó a utilizar submarinos. Sus ataques inesperados causaron el pánico en todos los mares. Sobre todo cuando, en mayo de 1915, hundieron el transatlántico Lusitania. Por eso, cuando, en diciembre, el capitán del Loukkos explicó lo que le había pasado, todo el mundo quiso saber más detalles.
Nunca había visto una embarcación como aquella. En todos los puertos donde atracaban, los marineros no hablaban de otra cosa y estaban convencidos de que harían ganar la guerra a quien tuviera más de ellas. Explicaban mil historias acerca de esa embarcación, pero nadie sabía muy bien cómo funcionaban. Y ahora, su Loukkos tenía una pegada a la popa desde que habían pasado Salou. Como mínimo medía 75 metros de eslora, en la proa llevaba un cañón de 47 milímetros y en el centro del buque se levantaba una torreta. Los miembros de su tripulación vestían de negro y llevaban la cara cubierta con una especie de pasamontañas. Los seguían en superficie y cada vez estaban más cerca.
Imagen: El vapor sueco de rescates navales, Belos. Autor desconocido. Colección autor.
El capitán, Toussaint Acostini, calculó que iba a unos 12 nudos. Demasiado para el Loukkos, que con la bodega cargada del hierro y el azúcar fletados en Marsella, solo podía llegar a los 9,5. Y, además, el mar jugaba en su contra. El mal tiempo lo hacía todo más difícil. Había que deshacerse de él como fuera antes de que fuera demasiado tarde. Ordenó virar el timón hacia Tortosa. Justo en mitad de la maniobra, el perseguidor disparó tres cañonazos sin ni siquiera sumergirse. No les tocaron. Sin embargo, la audacia de la operación tuvo consecuencias. Las 345 toneladas de mercancías pesaban demasiado por unas aguas tan poco profundas y el Loukkos embarrancó, empujado por la mala mar. La situación era preocupante. La proa encallada en un banco de arena y la nave cada vez más escorada. Por suerte, la amenaza se esfumó sin dejar rastro.
Como no había nadie navegando en la zona que les pudiera socorrer, el capitán Acostini ordenó a su segundo de a bordo que botara una barca con seis tripulantes para ir a dar el aviso. Después tocó esperar. Durante la noche, el mal estado del mar continuó y en el buque vivieron momentos complicados, pero al despuntar el día por fin divisaron el vapor Anita de Amposta, que venía al rescate.
Imagen: Carta náutica del submarino U34 durante la patrulla efectuada entre el 27 de marzo y el 18 de abril de 1916. En las siguientes patrullas, estas cartas adquirirían una precisión extraordinaria. NARA. M1743.
La noticia de aquel incidente causó un gran revuelo y el cónsul de Francia en Tarragona, Josep Melero, puso en marcha las gestiones para ayudar a la tripulación y recuperar nave y carga. Todo lo que tenía relación con la guerra de Europa ayudaba a vender periódicos, y más si pasaba cerca de casa. Y los periodistas empezaron a hacer preguntas. El problema era que la declaración del capitán Acostini presentaba algunos interrogantes que no podían tener un submarino como respuesta.
Para empezar, nadie más había sentido ninguna detonación, y tres cañonazos en medio del mar no se oyen todos los días como para que pasen desapercibidos. Además, ninguna otra embarcación había visto nada ni había sido atacada. Y, para remachar el clavo, durante el proceso de rescate del Loukkos, los técnicos comprobaron que había tirado el ancla usando el motor, acción que servía para frenar el barco, lo que, en medio de una persecución, no parecía tener mucho sentido. Imagen: Diario L’Est Républicain, 25 de diciembre de 1915.
Durante una semana, las autoridades tomaron declaración a la tripulación, mientras la prensa intentaba desentrañar la verdad. Todos los hombres se mantuvieron unidos junto a su capitán, que era el único que decía haber visto aquel submarino fantasma. La documentación histórica tampoco puede salir al rescate de Acostini. El historiador Josep Maria Castellví la ha revisado a fondo, y no ha encontrado ningún indicio de que en aquella época los submarinos llevaran a cabo acciones militares en la zona del Ebro.
Todo hace pensar que el capitán del Loukkos se habría inventado el ataque para disimular un error de navegación que le podía causar problemas. En plena guerra mundial, perder mercancía por una mala maniobra era un desastre que habría manchado su hoja de servicios en La Compagnie Paquet, propietaria del Loukkos.
Es posible que las malas condiciones de navegación de aquellos días, que ya habían obligado a resguardarse en Port-Vendres durante días, hubieran provocado el accidente. Sea como fuere, el barco no pudo ser recuperado hasta el 29 de diciembre y la tripulación volvió a embarcar en él el último día del año. La nave tenía la misión de hacer el trayecto desde Marsella, de donde había salido el 16 de diciembre, hasta las ciudades de Larraix y Kenitra, que formaban parte del protectorado francés de Marruecos.
Imagen: La plaza de La Font, en Tarragona, donde estaba la posada Verdú, a la izquierda de la imagen, donde se alojaron los marineros del Loukkos. Postal de Photoglob Zürich (P. Z.) Colección autor.
El Archivo de El Port de Tarragona
Gracias al registro que se conserva en el Archivo de El Port de Tarragona, sabemos que el Loukkos atracó en Tarragona el 3 de enero con el número 4179 para ser revisado con atención. Como no presentaba daños de consideración, pudo proseguir su camino y dejó la ciudad el día 7. Puedes comprobarlo tú mismo en el libro de registro y, de paso, revisar si ves algún movimiento extraño, no vaya a ser que detectes el submarino fantasma del capitán de Acostini.
Imagen: Archivo de El Port de Tarragona
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