El 19 de mayo de 1928, murieron asesinados ocho niños y dos mujeres en La Pobla de Ferran, un pueblo del municipio de Passanant, situado en La Conca de Barberà. La documentación conservada en los archivos nos permite reconstruir cómo se perpetró aquel crimen monstruoso.
En mayo, cuando se acercaba el tiempo de la cosecha, los campos eran un hormiguero. Sobre todo aquel 1928 de lluvias generosas que habían regado acertadamente los cultivos. Antes de junio, tocaba sacar las malas hierbas, un trabajo que movilizaba aquel pequeño pueblo de solo cuarenta y dos habitantes situado en La Conca de Barberà. En la villa solo se habían quedado los niños, algunas mujeres y quien estaba impedido para ayudar. Por eso, cuando a media tarde se empezaron a sentir los tiros, todo el mundo corrió a saber qué estaba pasando.
Ni en la peor de las pesadillas habrían contemplado las escenas de muerte y violencia que se encontraron los primeros hombres que llegaron. En la única calle del pueblo, los cuerpos malheridos de Marina, de 20 años, y Antònia, de 28, ambas con perdigonadas en la cara y diferentes partes del cuerpo. Un poco más arriba, sanas y salvas, una abuela y una nieta, que se habían salvado de milagro. Pero, ¿y el resto de chiquillos? No estaban en ningún sitio. Por más que gritaban sus nombres, no respondían. Hasta que alguien entró a uno de los pajares del final del pueblo y entendió por qué.
Cubiertos con paja estaban los cadáveres de seis criaturas. Niñas y niños que tenían entre tres y cuatro años los más pequeños, y entre ocho y once los mayores. Todos asesinados de la misma manera: les habían abierto la cabeza a golpes de hacha y de culata de escopeta. No eran las únicas víctimas. En una de las casas localizaron a una madre y a su hija, también de pocos años, asesinadas en el rellano de la entrada del domicilio. Y, un poco más allá, encontraron el cadáver de una de las vecinas más mayores, de setenta años, que había recibido un disparo mientras daba de comer a los animales. Las supervivientes, a pesar de las heridas, explicaron como pudieron quién era el responsable de todo aquello.
Se trataba de Josep Marimon Carles, un chico de veintiséis años, bajito, malhecho, cojo y con una chepa en la espalda por culpa de un tipo de tuberculosis, llamada del mal de Pott, que le había afectado los huesos y le había provocado deformaciones en la columna vertebral. Hacía mucho tiempo que el dolor y el desánimo por no poder trabajar lo consumían, y se pasaba los días echado en un colchón en la entrada de su casa. Los vecinos le decían que se quitara la pereza, que dejara de hacer el vago, que en el campo había trabajo, pero él no se movía. Nunca nadie había sospechado que sería capaz de cometer una atrocidad como aquella. Y lo peor de todo: después de haber teñido de sangre y dolor La Pobla de Ferra, se había evaporado sin dejar rastro.
En seguida se puso el caso en conocimiento de las autoridades y hubo una movilización general. Se llamó a las villas de alrededor para que armaran una patrulla ciudadana y la guardia civil envió una compañía entera procedente de Montblanc. Dos mil hombres comenzaron a buscar al autor de los crímenes por todas partes mientras la noticia de los hechos corría como la pólvora. Primero en la comarca, después en Tarragona y en toda Cataluña. La noticia llenaba la prensa. Y, claro, periodistas de Barcelona y de Madrid llegaron a La Pobla de Ferran para informar sobre el suceso. Incluso el prestigioso diario inglés The Times habló de ello en sus páginas.
Mientras tanto, pasaban los días y Marimon continuaba desaparecido. La psicosis se apoderó de la ciudadanía. En los pueblos de las cercanías, los padres no dejaban salir a sus hijos de casa. En Montblanc, llegaron a suspender las clases y a cerrar la escuela hasta que no se encontrara al criminal. En todas partes surgían rumores de gente que decía haberlo visto. En Reus, en Barcelona y en otros lugares, había quien aseguraba haber identificado al responsable de la matanza.
En realidad, estaba escondido justo a las afueras del pueblo, en una carbonera de una zona de difícil acceso donde resistía con la poca comida y vino que había cogido antes de escapar. Finalmente, después de una semana huido, el domingo 27 de mayo a las siete de la mañana, el jefe de la patrulla ciudadana de Pira lo localizó cuando salía de su escondite. Al darle el alto, el asesino intentó coger la escopeta. Sin pensárselo, el miembro de la patrulla ciudadana le pegó un tiro. El proyectil entró por el ojo izquierdo, causándole la muerte instantánea.
Se acababa la pesadilla para una comarca que había vivido atemorizada durante siete días, pero aquel episodio dejó una marca imborrable en todo aquel que lo vivió. Hasta el punto de que muchos habitantes de La Pobla de Ferran y de la vecina Passanant se marcharon para intentar olvidarlo todo y empezar una nueva vida lejos del escenario del monstruoso crimen.
Gracias a las supervivientes, se pudieron reconstruir los hechos. Marimon había engañado a los chiquillos, diciéndoles que lo acompañaran a cazar palominos, como había hecho tantas otras veces, para llevarlos al pajar. Una vez allí, los había asesinado con una violencia y una rabia indescriptibles.
La razón que movió a aquel chico de veintiséis años a matar a casi todos los niños de su pueblo no se ha podido aclarar nunca. Quien lo quiera intentar, puede consultar los documentos que nos hablan de ello. Se conservan en el Archivo Comarcal de La Conca de Barberà.