T1xC8 - Los crímenes de Barbarroja | Patrimonio Cultural. Generalitat de Cataluña.

Historias

T1xC8 - Los crímenes de Barbarroja

Poco se imaginan los turistas untados con protector solar y rebozados en arena que disfrutan de las playas catalanas que muchas de ellas fueron escenario de terribles ataques piratas y corsarios. Algunos episodios nos han llegado en una forma casi legendaria, pero hay uno que podemos reconstruir paso a paso gracias a un notario que en 1543 los combatió.

El notario Antic Brugarol y el alcalde Sebastià Caixa no apartaban la vista del horizonte. Escudriñaban con atención aquel inmenso azul que ya empezaba a perder el brillo del verano. Aunque no estaban en primera línea de costa, no podían distraerse. Desde hacía una buena temporada, vivían con el corazón en un puño. Un nombre saltaba de boca en boca entre los habitantes de aquellas tierras: Barbarroja. Sus escuadras, con base en el norte de África, sembraban el terror en la Europa cristiana. Por allí donde pasaban, no quedaba nada.

Por eso, cuando, aquel sábado 6 de octubre de 1543, Brugarol y Caixa divisaron sus naves al norte, dieron el grito de alarma. Debían estar preparados por si se decidía a atacarlos. Y mientras tanto, rezar a Dios para que los turcos pasaran de largo. Pero no sería el caso. Lo empezaron a sospechar cuando los vieron fondear en las islas Medes. El notario Brugarol contó veintitrés naves: veinte galeras y tres fustas, unas embarcaciones más bien pequeñas que los corsarios usaban para llegar a la costa a toda velocidad, sin dar tiempo a preparar la defensa desde tierra firme. Era evidente que Barbarroja y los suyos se preparaban para entrar en acción. Pero, ¿a dónde irían?

La respuesta llegó la mañana del domingo, cuando la proa de la flota puso rumbo a la zona de Palafrugell. El lugar escogido era el muelle de Palamós. Los habitantes de los alrededores corrieron hacia allí. Unos doscientos hombres iban dispuestos a plantar cara a aquellos criminales del mar, que habían hecho del pillaje y la violencia su estilo de vida. Y que seguían siempre el mismo modus operandi. Antes de desembarcar y luchar cuerpo a cuerpo, las galeras corsarias abrieron fuego con las bombardas. Una lluvia de proyectiles sirvió para diezmar a los defensores y causar enormes destrozos en la zona de Palamós y la localidad vecina de Sant Joan. Cuando los más valientes llegaron, la batalla ya había comenzado. Alrededor de veinticinco hombres intentaban plantar cara a los corsarios en una lucha desigual. El fuego que caía desde las galeras y la poca preparación de los ampurdaneses obligó a retirarse y dejar las casas a merced del saqueo de los asaltantes. La única opción era esconderse y esperar a que se marcharan con el botín.

Los hombres de Barbarroja camparon a sus anchas por Sant Joan y Palamós hasta el lunes por la noche. Desde lejos, se veían algunas columnas de humo y, de tanto en tanto, se oían detonaciones. A medida que el día iba terminando, la lucha dejó paso a la fiesta. Los asaltantes celebraban la victoria. Cerca de la medianoche, la flota levó anclas y siguió su rumbo en busca de un nuevo objetivo.

Con la primera luz del día, los vecinos se acercaron para comprobar el alcance del ataque. Era desgarrador. Por las calles estaban los cadáveres calcinados de vecinos que habían intentado defender su casa. Algunos presentaban signos de una violencia extrema. A un hombre lo habían atravesado de arriba abajo con una lanza y lo habían quemado. Al notario Brugarol le pareció que estaba “cocido como para comer”. Y aún peor fue el caso de mosén Joan Andreu, sacristán de Palafrugell. Lo habían decapitado, abierto en canal para arrancarle el corazón y cortado los testículos.

Era evidente que habían querido destruir todo aquello que tuviera relación con el cristianismo. Profanaron la iglesia, destrozando sus retablos, quemando las imágenes de la Virgen y de Jesús crucificado, a quien también habían cortado la cabeza. Además, habían robado las campanas para refundirlas y convertirlas en munición para las bombardas de sus galeras.

La destrucción fue tan grande que durante diez años los habitantes de las villas atacadas quedaron exentos de pagar algunos tributos para que pudieran reconstruir su casa. Muchos lo perdieron todo aquella fatídica semana de octubre de 1543.

Antic Brugarol, que debía ser notario hasta el tuétano, quiso dejar constancia de los hechos para las generaciones futuras y escribió una crónica. El documento permaneció durante siglos en la notaría de Palafrugell hasta que, en 1730, fue transcrito por el médico palamosino Josep Estany Torres para que el Archivo de la villa tuviera una copia. No sabía que con eso estaba salvando del olvido aquel episodio, porque el documento original de Brugarol se perdió.

Por suerte, los médicos del siglo XVIII tenían una caligrafía bastante pulida y, tres siglos más tarde, todavía se puede leer su transcripción de los crímenes de Barbarroja. Lo podéis comprobar vosotros mismos.