T2xC3 - Explosiones y capuchinos | Patrimonio Cultural. Generalitat de Cataluña.

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T2xC3 - Explosiones y capuchinos

Después de más de un siglo esperando, en 1790 se reanudaron las obras de ampliación del puerto de Tarragona. Superados tantos tropiezos, había prisa por crecer. Incluso quizás demasiada.

La explosión fue terrible. El edificio se movió de arriba abajo, las paredes temblaban como si fueran de papel y del techo desportillado de todas las estancias caía un polvillo. Con el estruendo nadie oyó los lamentos del fraile Josef Antonio de Riudoms. Una piedra bastante grande le había caído encima y le había herido.

Aquello ya era la gota que colmaba el vaso. Desde que hacía seis años habían comenzado las obras del puerto, aquel tipo de detonaciones eran habituales. Primero se habían asustado y luego se lo habían tomado con resignación. Si la voluntad del Señor había decidido hacer construir el convento de los capuchinos en lo alto de la cantera Pons d’Icart, solo quedaba rezar y esperar a que se acabaran las molestias. 
 


1. Plano de terrenos propiedad de Josep Anton de Castellarnau sobre los que se edificó el nuevo convento de los Padres Capuchinos (4 de septiembre de 1802). Fondo Junta Protectora de las Obras del Puerto.

2. Certificado del director de las obras portuarias de los presos que han trabajado en las obras durante el mes de mayo de 1816. Fondo Junta Protectora de las Obras del Puerto. 

Las obras, sin embargo, no se acababan nunca y los operarios se iban comiendo la piedra a base de voladuras. Hacían agujeros en puntos estratégicos que llenaban de pólvora y la detonaban. Y así, un día tras otro, para ir proveyendo de material las obras portuarias con mulas y carretillas que iban y venían constantemente.

El paisaje urbano iba cambiando, pero los capuchinos seguían haciendo su vida como podían. Porque, además, nadie les avisaba de cuando iba a haber una nueva explosión. Los operarios no tenían ningún tipo de consideración y hacían estallar la piedra a cualquier hora, aunque estuvieran diciendo misa. Y, cada vez, el estruendo era enorme y parecía que la tierra se les iba a abrir bajo los pies. No era solo una sensación. Había peligro de que así fuera, porque las tareas de extracción de piedra cada vez se hacían más cerca del convento.
 


1. Trabajos de extracción de piedra en la cantera de la calle Pons d’Icart, para las obras del nuevo puerto, en la que trabajaban los presos. Entre 1866 y 1867. Autor: J. Martínez Sánchez.

2. Carta del Ayuntamiento de Tarragona a Fernando Seidel, ingeniero director de las obras portuarias, exponiendo el peligro que representan las explosiones de las voladuras provocadas para extraer piedra de la cantera y la proximidad del convento de los Padres Capuchinos (12 de agosto de 1796). Fondo Junta Protectora de las Obras del Puerto de Tarragona.

Por eso, cuando en agosto de 1796 le abrieron la cabeza a fray Josef Antoni, el superior del convento fue a ver al alcalde. No le costó ponerse en el lugar de los capuchinos, porque las explosiones importunaban a media ciudad y le prometió hacer las gestiones oportunas para ponerle remedio. El alcalde cumplió su palabra. El 12 de agosto de 1796, envió una nota al director de las obras del puerto, Fernando Seidel, para explicarle lo que había pasado. 

De entrada, todo siguió igual, pero las autoridades portuarias no paraban de recibir quejas y, finalmente, en agosto de 1801, decidieron que cada vez que hubiera una explosión en la cantera, se izaría una bandera en el convento de los capuchinos, donde también tocarían la campana para advertir a la población para que tuviera tiempo de ponerse a cubierto y evitar desgracias personales. 
 




1. Perfil de la calle que lleva al puerto desde el convento de Capuchinos. Sin fecha. Fondo Junta Protectora de las Obras del Puerto.

2. Certificado de pago al síndico de los Padres Capuchinos de Tarragona para la reedificación del nuevo convento (1 de febrero de 1816). Fondo Junta Protectora de las Obras del Puerto de Tarragona. 


El Archivo de El Port de Tarragona

Cabe decir, sin embargo, que cuando se tomaron todas estas medidas, los religiosos ya habían dejado el edificio porque era imposible seguir viviendo en un lugar que podía cascarse como una granada a base de tanta pólvora. En 1800, los capuchinos se instalaron de manera provisional en unos almacenes mientras esperaban a que se acabara de construir un nuevo convento, que no se terminó hasta 1805. Las obras corrieron a cargo de la Junta Protectora de las Obras del Puerto, que conservó la documentación y ahora forma parte de los fondos del Archivo del Port de Tarragona. 




Vista del Archivo de El Port de Tarragona.

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Archivo de El Port de Tarragona


La importancia del documento

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