Por eso, cuando en agosto de 1796 le abrieron la cabeza a fray Josef Antoni, el superior del convento fue a ver al alcalde. No le costó ponerse en el lugar de los capuchinos, porque las explosiones importunaban a media ciudad y le prometió hacer las gestiones oportunas para ponerle remedio. El alcalde cumplió su palabra. El 12 de agosto de 1796, envió una nota al director de las obras del puerto, Fernando Seidel, para explicarle lo que había pasado.
De entrada, todo siguió igual, pero las autoridades portuarias no paraban de recibir quejas y, finalmente, en agosto de 1801, decidieron que cada vez que hubiera una explosión en la cantera, se izaría una bandera en el convento de los capuchinos, donde también tocarían la campana para advertir a la población para que tuviera tiempo de ponerse a cubierto y evitar desgracias personales.