En tres siglos el turismo ha cambiado mucho, aunque tal vez, en esencia siempre ha sido lo mismo. Repasamos la evolución del turismo en Cataluña a partir de la estancia de intelectuales europeos.
Ibn Battuta, gran viajero y explorador árabe del siglo XIV, decía que viajar te deja sin palabras y después te convierte en un gran narrador de historias. Por suerte, en los tres últimos siglos, no pocas personas dejaron testimonio escrito, tanto en formato de diario personal como en formato de libro de narraciones, de lo que vieron, vivieron y, sobre todo, de lo que sintieron cuando tuvieron la ocasión de visitar Cataluña.
Un destino predilecto
Cataluña suele figurar siempre como el primer destino del turismo extranjero del Estado español, junto con las islas Baleares, las Canarias y Andalucía.
Actualmente, desplazarse de un lugar a otro es fácil y relativamente asequible, pero viajar no siempre ha sido así, sino que nuestro siglo es la excepción. Sería muy interesante disponer de una máquina del tiempo que nos permitiera explorar el pasado de los viajeros y nos transportara a los orígenes de la Cataluña turística y viajera para poder comprobar cómo era el turismo en aquella época pasada. La palabra tiene el poder de trasladarnos a través del tiempo y del espacio, por ello, la palabra va a ser el vehículo de este recorrido en el que los protagonistas serán diferentes personajes emblemáticos de la historia, que disfrutaron del privilegio de descubrir el mundo que se esconde dentro de nuestras fronteras.
Pirineos en el Ripollès (Joe Calhoun / Wikipedia Commons)
Los primeros turistas del siglo XVIII: el Grand Tour
Arthur Young, escritor y ensayista inglés que viajó a Cataluña en 1787, fue uno de los aristócratas privilegiados que pudo recorrer Europa para nutrirse de conocimientos en el tiempo del Grand Tour. Un término, este último, utilizado por primera vez en 1670 por el escritor de viajes Richard Lassels para describir los viajes que emprendían en aquel entonces los jóvenes aristócratas británicos. Vinculados a la ambición de conocimiento y al prestigio social que comportaba el lujo de visitar tierras lejanas, solo por placer, en tiempos de guerra, hambre y estamentos sociales infranqueables, estos «tours» incluían en su itinerario visitas a grandes espacios reconocidos en el mundo del arte, pero también permitían observar la cotidianeidad de otros lugares. Así, por este motivo en muchos casos se convirtieron en una excelente fuente de información y, en otros, en una interesante recopilación de curiosidades.
En julio de 1787, el agrónomo inglés Arthur Young viajó por Cataluña. Durante doce días pudo admirar el diseño del puerto de Barcelona, el castillo de Montjuïc, el furor del comercio de la gran ciudad, etc., pero también pudo contemplar la belleza de los campos y de los paisajes del Maresme, de Girona, de L’Empordà y de L’Anoia. El suyo es un relato particularmente fascinante, porque es un testimonio vivo del ambiente que se respiraba en Cataluña antes de iniciarse la Revolución Industrial. Quedó fascinado por la actividad del puerto y del barrio de la Barceloneta y por ello llegó a afirmar que «como solo las habitan marineros, humildes tenderos y artesanos, las casas son pequeñas y bajas».
Arthur Young (Reproducción hecha por Walter & Boutall / Wikipedia Commons) Turistas ingleses en Campagna (Carl Spitzweg / Wikipedia Commons)
No obstante, Young no fue el único personaje ilustre que visitó Cataluña. Muchos otros, como el escritor Henry Swinburne, que llegó a vivir unos meses en Barcelona, también describió la ciudad. También aparecen en la lista el geólogo Joseph Townes o Giacomo Casanova, que vino a nuestra tierra por motivos sentimentales; un dato poco sorprendente para cualquiera que conozca a este aventurero veneciano.
El ecléctico testimonio de Swinburne por tierras catalanas en 1775 es una recopilación de observaciones religiosas, económicas, políticas y anecdóticas, escritas por un hijo de la nobleza inglesa que transformó sus notas de viaje en un libro en dos volúmenes, titulado Travels through Spain. L’Empordà (Desconegut / Wikipedia Commons) Gravado francés del siglo XVIII del puerto de Barcelona (Desconegut / Wikipedia Commons)
La popularización de la ciudad durante el siglo XIX
A principios del siglo XIX, Cataluña había prosperado mucho más que el resto de España. Detrás quedaba la estrepitosa derrota de 1714, porque durante el siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX se había iniciado un largo y laborioso proceso de crecimiento económico, sustentado sobre tres grandes pilares: la especialización agraria, las manufacturas de algodón y el comercio con América.
La amalgama de esta tríada fue la pólvora que encendió la Revolución Industrial en 1830. Gracias al sector textil, se configuró un nuevo modelo económico que redefinió la sociedad catalana en cuanto al tejido social. Surgían así dos nuevas clases: la burguesía industrial y la clase obrera. Se construyeron los primeros hoteles, como el Quatre Nacions en la Rambla, donde se alojaron los escritores Charles Nodier en 1827, y Stendhal, diez años más tarde. El autor de La cartuja de Parma, que pudo ver de cerca el fuerte impacto producido por la primera guerra carlista, pudo disfrutar al mismo tiempo del futuro icono de la Ciudad Condal: la Rambla.
Fotografía del año 1860 (aproximadamente) de los accionistes e ingenieros que impulsaron el tren Barcelona Mataró, la primera línea de ferrocarril de la península (Desconegut / Wikipedia Commons) Vista de La Rambla (2006) (Mike Grote / Flickr)
Otro escritor enamorado de los diversos tramos de este paseo emblemático de Barcelona fue el danés Hans Christian Andersen, creador de los célebres cuentos infantiles. Es cierto que su estancia en el hotel Oriente en 1862 fue caótica, al coincidir con una de las peores inundaciones de la historia de la ciudad, pero, a pesar de todo, acabó sentenciando que «Barcelona es el París de España». Contemplaba a la gente paseando por la calle y tomaba notas de su vestimenta: ellos, elegantes y fumando; ellas, con mantilla española. No lo había pensado, pero observándolos reparó en que la moda de ambos sexos le recordaba a la forma de vestir parisina. Una comparación óptima, sin duda. Y a propósito de esta observación, podríamos preguntarnos: ¿qué protagonismo tenían las mujeres viajeras en estos viajes a tierras catalanas?
Pues bien, ellas también tuvieron su lugar desde los principios de fenómeno turístico. Lady Holland, una de las primeras mujeres que pisó la península con intenciones puramente turísticas, anotó en su diario las experiencias vividas a raíz de su visita a Barcelona en 1802. Por ejemplo, quedó cautivada, por la posibilidad de ir en carruaje por toda la ciudad y, por descontado, por el atractivo de las Ramblas. Su itinerario incluía los principales monasterios y edificios religiosos de la ciudad; un trayecto que la llevó, también, a Figueres, Girona y Mataró.
La Exposición Universal de 1888 permitió finalizar las redes de transporte, un hecho que desencadenó la industrialización de los viajes y la implicación de las administraciones públicas, los dos motivos que explican que durante las últimas décadas del siglo XIX surgiera el turismo organizado.
Retrato de Stendhal (Olof Johan Södermark / Wikipedia Commons) El Arco de Triunfo, construido como entrada principal al recinto de la Exposición del 1888 (Cornell University Library /Wikipedia Commnons)
El auge del turismo en el siglo XX
Ahora bien, entre 1914 y 1918, cuando la Primera Guerra Mundial sacudía Europa, se produjo un fenómeno de turismo bélico liderado por todas aquellas personas que huían de la guerra. Personas que acabarían influyendo en el panorama de vanguardia que se avecinaba, como era el caso del artista francés Francis Picabia, vivieron de cerca la bulliciosa Barcelona de principios del siglo XX. Y precisamente fue durante esos años cuando se empezó a popularizar el barrio Chino y el barrio del Paralelo, y se configuró el cosmopolita panorama barcelonés de la década de 1920, que atrajo a muchos artistas con sus cabarets, los más de 150 cafés diseminados por toda la ciudad, los teatros, etc.
Durante aquella época, el poeta Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde, boxeó en la Monumental; Georges Bataille realizó un recorrido por los locales más populares de aquel momento, digno de ser recreado hoy en día; una maravillada Simone de Beauvoir degustó chocolate, turrón y pasteles, acompañada de su marido Jean-Paul Sartre, y el arquitecto Le Corbusier soñó con una Barcelona que nunca llegaría a existir, a pesar de que en 1933 mostró sus ambiciosos planos de la ciudad a Lluís Companys. Terraza del Café Español hacia el 1910 (Josep Gaspar / Wikimedia Commons) Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir hacia el 1939 (Desconegut / Wikipedia Commons)
Después de la Guerra Civil, la subsiguiente postguerra y el franquismo, las visitas turísticas más destacadas procedían del ámbito del séptimo arte: los titulares era ocupados por grandes nombres, como el del cineasta Orson Welles, pero también los de las icónicas actrices Elizabeth Taylor o Ava Gardner, que visitaron la Costa Brava. Los marineros norteamericanos también pudieron disfrutar de Barcelona cuando desembarcaron en la Rambla, lo que contribuyó enormemente a la economía de la ciudad, que ya empezaba a percibir los beneficios del sector turístico, que acabaría consolidándose después de los Juegos Olímpicos de 1992. Tossa de Mar enamoró a Ava Gardner (Joan Biarnés / Flickr)
Costumbres que no cambian nunca
La esencia del turismo es descubrir y disfrutar, pero también lleva implícito un retorno, una vuelta al lugar de origen. Tal vez precisamente por ello, el encanto del viaje reside en que nos permite conocer otros rincones del mundo, verlos con una mirada externa, y regresar a casa acompañados de la experiencia vivida, ya sea una inolvidable vivencia que nunca nos cansaremos de explicar o un simple olor, íntimo y evocador, que permanece grabado en nuestro recuerdo.
Siglos después del Grand Tour, el turismo no solo sigue vigente, sino que ha ido mucho más allá de lo que aquellos primeros viajeros jamás hubieran podido imaginar. Ha cambiado la forma de desplazarse y tal vez también los motivos que nos llevan a ello, pero, gracias a su gran oferta, caracterizada por la diversidad de paisajes y monumentos que enriquecen el territorio, Cataluña ha sido escogida por los turistas a lo largo de la historia como el destino de sus brújulas, la cruz en sus mapas o la ubicación en la app de sus móviles. Todo y nada ha cambiado.