No importa que no sea un día festivo. Cada 23 de abril las calles, ramblas y plazas de todo el país se llenan de libros, rosas y banderas para celebrar la Diada de Sant Jordi, una jornada participativa en la que la palabra escrita y recitada toma protagonismo.
Pero la Fiesta del Libro no ha estado siempre ligada al patrón de Cataluña. Impulsada por el editor Vicent Clavel para promover el libro en Cataluña, la primera Diada fue el 7 de octubre de 1927. Dos años después los libreros salieron un 23 de abril, y el éxito propició el cambio de fecha, que además coincidía con la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Declarada Fiesta Nacional de Cataluña, la Diada de Sant Jordi ha contribuido desde sus inicios a impulsar la producción y comercialización del libro en catalán. Además, los lectores pueden interactuar con sus escritores predilectos. El paseo entre paradas de libros y la tradición de regalar una rosa complementan la jornada.
La consolidación del día de San Jorge como la Fiesta del Libro, también internacionalmente, llega con la proclamación por la Unesco del 23 de abril como el Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor.
En los siglos XVIII y XIX una nueva clase social, la burguesía, persigue un arte más personal, emocional, original y sobre todo rebelde, y reclama la identificación con una patria y raíces comunes.
En Cataluña el romanticismo tiene una clara connotación política: los literatos catalanes reivindican la recuperación de la lengua, la literatura y la cultura popular.
El primer poema romántico en lengua catalana es Oda a la Pàtria, de Bonaventura Carles Aribau (1833), pero el arraigo no llega hasta Lo Gaiter del Llobregat, de Joaquim Rubió i Ors. En novela, las primeras obras románticas en catalán son de autores como Antoni de Bofarull y Martí Genís i Aguilar. En cuanto al teatro, los exponentes son dramaturgos como Víctor Balaguer, Eduard Vidal y Frederic Soler, "Pitarra".
La Renaixença comparte con el romanticismo la voluntad de reavivar la conciencia nacional después de una etapa de decadencia y, de hecho, los dos movimientos conviven a lo largo del siglo XIX.
En Cataluña conviven dos facciones: la conservadora (Bofarull), y la reivindicativa (Balaguer). Comparten la voluntad de recuperar los Juegos Florales como instrumento para proyectar socialmente el catalán y estimular la producción editorial. El empujón definitivo de este acontecimiento literario llega en 1877, cuando son premiados Jacint Verdaguer y Àngel Guimerà.
Nuevo en contraposición a viejo. Moderno lugar de modernismo. El novecentismo, el movimiento cultural y político de principios del siglo XX (1906-1923) nace con la voluntad de superar el panorama artístico catalán dominante hasta entonces. Según los postulados definidos por Eugeni d'Ors, había que recuperar las raíces del mundo clásico y crear un nuevo universo lingüístico e iconográfico.
El ensayo y la poesía son los principales géneros literarios del novecentismo catalán, y nombres como Josep Carner, Enric Prat de la Riba o Pompeu Fabra marcan los inicios del movimiento.
Si el novecentismo rompe con el modernismo, las vanguardias rompen con el novecentismo. Surgen en Europa entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial como reacción contra el poder y los gustos estéticos de la burguesía. Incluyen movimientos artísticos como el cubismo, que reinterpreta el espacio y utiliza formas geométricas, el futurismo, que desafía la belleza clásica, el dadaísmo, caracterizado por la negación y la confusión; y el surrealismo, que apuesta por la ausencia de la razón en la creación.
En Cataluña los principales nombres del movimiento literario vanguardista son poetas como Joan Salvat-Papasseit, Carles Sindreu, Joan Josep M. Junoy o J.V. Foix.
Romper con los valores sociales y artísticos establecidos y transformarlos en una cultura moderna y nacional con nuevas ideas. Estos son los objetivos del modernismo de finales del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX aplicados a todas las artes, incluida la literatura.
Los primeros pasos de este movimiento en Cataluña van ligados a la aparición de L’Avens (L’Avenç), la revista cultural de Valentí Almirall, que contará con la colaboración de Àngel Guimerà, Narcís Oller, Jaume Brossa, Joaquim Casas-Carbó y Jaume Massó. Las discrepancias en la publicación propiciarán la aparición de dos tendencias diferenciadas: el sector regeneracionista, preocupado por cambiar la sociedad y encabezado por Jaume Brossa, y el sector esteticista, impulsado por Santiago Rusiñol y Raimon Casellas, defensores del arte por el arte.
Al cambiar de siglo, las diferencias se superarán con la aparición de nuevos órganos de expresión modernista (la revista Catalonia y el semanario Joventut), que facilitarán un discurso más moderado y participativo.
Esta etapa es la que da frutos literarios de mayor diversidad y calidad: Els sots feréstecs (Raimon Casellas), Solitud (Víctor Català), L'auca del senyor Esteve (Santiago Rusiñol) y Josafat (Prudenci Bertrana). Entre los poetas, la figura capital del modernismo catalán es Joan Maragall, responsable de renovar el género, haciéndolo más coloquial y menos grandilocuente.
Las cuatro grandes crónicas fueron escritas a finales del siglo XIII y durante el XIV y forman el mejor conjunto historiográfico de la Europa medieval. Sus autores, Jaime I, Bernat Desclot, Ramon Muntaner y Pedro el Ceremonioso, pretendían dejar constancia de unos hechos que querían tener valor didáctico. Las obras de Jaime I y Pedro el Ceremonioso se consideran las únicas autobiografías de monarcas medievales.
En la primera de las crónicas, el Llibre dels feits, el rey Jaime I dicta los hechos de su vida, obviando lo que le puede perjudicar, para transmitir la imagen de un monarca heroico y caballero.
En el Llibre del rei En Pere, Bernat Desclot, no es testigo directo de lo que cuenta. Aunque destaca por su cuidadoso trabajo de documentación, su relato ofrece una visión claramente interpretativa de Pedro III de Aragón.
A pesar de ser testigo directo de muchos de los hechos que relata, el Llibre de Ramon Muntaner el autor manipula la historia. Tampoco esconde su entusiasmo por los monarcas catalanes, que los considera seres sobrenaturales protegidos por la gracia divina.
La cuarta de las crónicas, el Llibre del Rei Pere III (Pedro IV de Aragón), destaca por su calidad literaria. Sin embargo, siempre ha sido menos considerada porque se aleja del espíritu épico y caballeresco y presenta un rey obsesionado por imitar y superar sus antecesores.
En la Biblioteca de Cataluña se conservan códices de las cuatro grandes crónicas.