Novecentismo | Patrimonio Cultural. Generalitat de Cataluña.

Novecentismo

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El gran especialista en construcciones agroindustriales de Cataluña, Cèsar Martinell, “debutó” en Rocafort de Queralt en 1918. El resultado final, lleno de innovaciones y atrevimiento arquitectónico, fue una gran plataforma para su carrera.

La bodega de Rocafort que vemos hoy es fruto de tres intervenciones hechas entre 1918 y 1947. Durante los primeros años, constaba de un edificio con dos naves paralelas y una tercera perpendicular que hacía de muelle de descarga y sala de máquinas. Posteriormente se amplió con una o dos naves más, la modernización de la sala de máquinas y un nuevo depósito de agua que sustituía el original.

Pero sin duda, la aportación más decisiva fue la utilización, por primera vez, del arco parabólico gaudiniano como principal soporte de la estructura del edificio. La idea original contemplaba la tradicional armadura de cubierta de madera como soporte de la cubierta en dos vertientes. Fueron las circunstancias económicas del momento las que hicieron cambiar de idea al arquitecto: con la Primera Guerra Mundial, el precio de la madera se había multiplicado por cinco.

Por lo que a la vertiente más “estética” de la bodega se refiere, destaca la obra cocida utilizada en los arcos de puertas y ventanas, así como el friso de baldosa de cerámica que recorre la cornisa del edificio. La fachada principal de la bodega es perfectamente simétrica y destaca el enorme ventanal compuesto por tres elementos, con arcos rampantes y de medio punto. La puerta consiste en un arco de media punta adovelado que, al mismo tiempo, funciona como soporte del gran ventanal. Una composición que se repite en la fachada de las tres naves.
Probablemente nos encontramos ante una de las obras más bellas del arquitecto Cèsar Martinell. La Bodega del Sindicato Agrícola de Sant Isidre de Nulles, en las afueras del núcleo urbano, fue el tercer encargo en tan solo un año del más célebre de los arquitectos agrarios catalanes. Con unas líneas que nos recuerdan al arte gótico, la bodega de Nulles presenta una arquitectura depurada, monumental y elegante.

La estructura del edificio es ligeramente diferente de las obras anteriores de Martinell; en Nulles encontramos una construcción de dos naves de 21 por 18 metros sin muro de separación entre ellas. Un esqueleto esbelto, resistente y ligero que da sensación de amplitud y permite crear un espacio diáfano y ordenado. La cubierta de las naves está hecha a base de vigas, latas de madera, solera de baldosa y teja. La bodega dispone aún de otro espacio, una nave transversal con una estructura más sencilla, a base de armadura de cubierta metálica y cubierta de chapa.

La monumentalidad de la fachada justifica plenamente el apelativo de “catedral del vino”. Se observa claramente la doble nave basilical gracias a dos frontales simétricos e idénticos. Arranca de un sólido basamento de piedra que la recorre longitudinalmente, roto tan solo por las dos puertas de cada nave. Las portaladas describen un arco parabólico y sobresalen ligeramente para soportar los grandes ventanales situados encima (también parabólicos y de ladrillo visto). La fachada luce pilastras verticales de ladrillo visto, desde el paramento hasta la cubierta donde los acabados escalonados forman un pendiente simétrico a ambos lados; también son destacables las arcuaciones ciegas y las originales esquinas de la fachada hechas a base de pilares de ladrillo formando relieves degradados.
Situada en un terreno con cierto desnivel, topografía que gustaba a Martinell para aprovechar mejor el espacio, la de Falset se construyó en 1919.

En este edifico, que evoca a las formas de un castillo, encontramos una de las características que definen la arquitectura modernista y que continúan utilizando los discípulos de Gaudí y Domènech i Montaner: la recuperación y la libre interpretación de las formas arquitectónicas medievales catalanas.

La bodega está formada por dos edificios perpendiculares, respondiendo a la división de espacios de trabajo: el muelle de descarga y la sala de máquinas en el más pequeño, y la sala de tinas y lagares en el más grande.

Pero la novedad en Falset es la ausencia del arco parabólicos. La cubierta de teja de dos vertientes se sustenta gracias a las clásicas armaduras de cubierta de madera que, al mismo tiempo, descansan sobre pilares de ladrillo unidos con arcos formeros. En el cuerpo central de la bodega de Falset podemos observar 9 ventanas verticales muy estilizadas y coronadas por un gran arco de descarga. De las tres puertas de entrada a la bodega, la principal forma un arco de medio punto adovelado al estilo medieval.

A ambos lados se levantan dos torres de planta cuadrada, con grandes aperturas verticales y esquinas acabadas con ladrillo visto, que contrasta con el blanco del resto del muro y crea un bello equilibrio de líneas y colores. El último elemento a destacar es el depósito del agua. Funcional y artístico, el de la bodega de Falset es circular y está sostenido por dos arcos parabólicos cruzados y con cuatro pilastras que lo ciñen, todo hecho con ladrillo visto.
La de l’Espluga de Francolí fue la primera bodega cooperativa encargada a un arquitecto de prestigio. Pere Domènech i Roura, hijo de Lluís Domènech i Montaner, inició la construcción de las “bodegas de autor” o “bodegas de ricos” con la proyección y la dirección de las obras. En la bodega de l’Espluga también trabajó, posteriormente, Cèsar Martinell. La primera bodega cooperativa modernista de Cataluña y del Estado se levantó en 1913; actualmente, este espacio pionero del cooperativismo más artístico e innovador acoge las instalaciones del Museo del Vino.

La disposición de la bodega es parecida a la de otros edificios contemporáneos: tres naves rectangulares y paralelas, tejados individualizados de dos vertientes y otra nave colocada perpendicularmente a las otras. En la estructura de la bodega encontramos toda la genialidad modernista. Pere Domènech diseñó un sistema de pilares en cruz que se convertían en arcos ojivales  con la función de arcos torales y formeros de una nave (soluciones aplicadas ya en la arquitectura medieval). Las naves, de 44 por 12 metros, albergaban un total de 40 tinas de hormigón armado de 340 hectolitros cada una, además de algunos lagares subterráneos. La nave perpendicular era un poco más pequeña (13 por 8 metros) y alojaba el muelle de entrada y la sala de máquinas (con prensas de última generación). Anexa a esta nave, la bodega también disponía de un laboratorio para tener un mejor control de todo el proceso productivo.

La fachada es igual para las tres naves principales. Los historiadores nos hablan de elementos que recuerdan la arquitectura catalana más genuina: arcos ojivales con pequeñas ventanas, pilares de ladrillo dispuestos verticalmente, coronaciones triangulares y galerías de arcos ciegos que nos recuerdan al románico lombardo. Los materiales utilizados en la fachada son la piedra labrada, el revoco y el ladrillo visto. Otro elemento “estético" es el depósito del agua. Situado al lado de la nave de descarga, se trata de una torre circular de ladrillo coronada por un tejado cónico decorado con el clásico trencadís  modernista (mosaico realizado con fragmentos cerámicos unidos con argamasa).

La bodega de l’Espluga de Francolí disponía, en 1915, de 1.311 metros cuadrados y 160 socios. Cèsar Martinell hizo una ampliación en 1929 añadiendo otra nave. En 1990 se reformó y restauró y, finalmente, en 1998 se inauguró el Museo del Vino.
En el sur de Barberà de la Conca encontramos la bodega del Sindicato Agrícola de Barberà de la Conca, conocida como “bodega de Dalt” o “Sindicato de los ricos”. Se construyó entre los años 1920 y 1921 y entre sus artífices se encuentran el arquitecto Cèsar Martinell, el enólogo Isidre Campllonch y el ingeniero ecólogo Imbert. Profesionales que ponían todo su talento al servicio de la burguesía agraria reformista.
 
La construcción fue una de las más modernas de su tiempo, gracias sobre todo a las innovaciones técnicas introducidas por Martinell. Son innovaciones que afectan tanto a la arquitectura como a la tecnología necesaria para la elaboración de vino y que Martinell aplicó a casi todas las bodegas que diseñó: levantar la estructura de las naves sobre arcos parabólicos de ladrillo, situar las ventanas en la parte baja de las naves, hacer los lagares subterráneos cilíndricos y separados por cámaras aislantes y, por último, la composición y textura de las fachadas.
 
El edificio tiene dos naves rectangulares paralelas, pero, a diferencia de otras bodegas, sus dimensiones son desiguales. La grande estaba destinada a la estiba mientras que la pequeña se dividía en muelle de descarga, sala de máquinas y casa del conserje.
 
El cuerpo principal, de 43 por 21 metros, está dividido en tres naves y presenta la típica planta basilical utilizada en las iglesias cristianas. Las naves están separadas por pilares con planta de cruz que, en la parte superior se bifurcan dando lugar a arcos equilibrados o catenarios (muy utilizados por Antoni Gaudí). Encima de los arcos hay unas paredes donde descansan las armaduras de cubierta que sostienen el tejado de doble vertiente; en las paredes hay grandes ventanas de ladrillo visto –igual que las puertas- que iluminan esta gran nave central.
 
Pero lo que más destaca del exterior es la elegante torre de l’aigua, construida posteriormente. Tiene dos cuerpos, uno de planta cuadrada y otro octogonal y finaliza con una coronación cónica. Algunos autores han asimilado esta estructura con los campanarios barrocos. Una referencia más de las “catedrales del vino” en los templos cristianos de nuestra tierra.

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La vida cultural de Cervera tiene un protagonista: el historiador, archivero y arqueólogo Agustí Duran i Sanpere. A finales de los años 50 organizó el Museo de Cervera y en 1963, en un momento de plena transformación agrícola, creó el Museu del Blat i la Pagesia para documentar la vida y trabajo antes de la industrialización del campo catalán.

El actual Museo Comarcal de Cervera es, de alguna manera, el legado de este prohombre de la cultura. Es la suma del antiguo Museu de Cervera, el Museu del Blat i la Pagesia y, finalmente, la Casa Museo Duran i Sanpere, casa natal del historiador.

Precisamente la casa familiar es la sede principal del Museo. En la planta baja se pueden ver las exposiciones permanentes que muestran las colecciones artísticas e históricas del antiguo Museo de Cervera. Se puede recorrer la planta noble y descubrir cómo vivía una familia acomodada de interior en el siglo XIX. Se conservan el mobiliario y buena parte de los objetos de la casa, incluida la biblioteca de Agustí Duran i Sanpere y su colección de cámaras fotográficas y de filmación.

La otra sede es el Museu del Blat i la Pagesia, de carácter etnográfico. Nació de la llamada de Duran i Sanpere a los agricultores de la zona para intentar recoger todos aquellos utensilios del campo que habían caído en desuso y se creó un fondo con más de 600 objetos. Actualmente este museo está en proceso de remodelación.
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Cataluña se sobrepuso a la crisis de la filoxera buscando nuevas formas de organizar los intereses económicos y sociales del campo. Así nacía a principios del siglo XX el cooperativismo y el asociacionismo agrarios y, con ellos, la construcción de bodegas modernas y funcionales que respondieran a la estética "de moda" (el modernismo tardío y el novecentismo).

El Sindicato de Cooperación Agraria de Gandesa en 1919 encargó su bodega cooperativa y molino de aceite al arquitecto César Martinell, que ya había proyectado otros "catedrales del vino" como la bodega de Pinell de Brai. Aunque el edificio incorpora todas las novedades técnicas y la división de espacios habitual en la obra de Martinell, esta construcción es una de las más singulares de su obra agraria.

La primera singularidad de la bodega es la no adopción de la planta basilical. Está formado por un cuerpo principal dividido en tres naves paralelas de diferente altura, y dos naves más colocadas de forma transversal.

Tampoco apuesta por solapadas de madera para el techo ya que este material se había encarecido a raíz de la Primera Guerra Mundial. Como alternativa Martinell diseña una cubierta con bóveda catalana de cuatro puntos que permite crear pequeñas aberturas triangulares, muy parecida a la estructura ondulante de la fábrica Aymerich de Terrassa.

En el exterior no hay una fachada principal, sino que se tratan todas de manera unitaria. Están presididas por dos depósitos de agua, que se alzan como pequeñas y estilizadas torres. Como elemento decorativo encontramos azulejo de color verde, que contrasta con el blanco mediterráneo de la pared.
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El Castillo Monasterio de Escornalbou de Riudecanyes es una peculiar mansión señorial de principios del siglo XX. Está formado por los restos de dos edificios medievales: el monasterio de Sant Miquel, fundado en 1153, y un castillo, construido encima de los restos de una fortaleza romana. Su propietario, el diplomático, egiptólogo y filántropo Eduard Toda, siguió la moda de la época de convertir edificios históricos en residencias burguesas.

El conjunto conformó durante más de seis siglos la Baronía de Escornalbou. Tras la Desamortización de Mendizábal (1835) quedó prácticamente en ruinas, hasta que fue adquirido por Toda en 1911. Lo reformó siguiendo una interpretación muy personal. Incluso decidió obviar las recomendaciones e indicaciones de Puig i Cadafalch. Así, se derribaron construcciones, se levantaron torres de un exótico estilo medieval y se reconvirtieron espacios para adaptarlos a las necesidades y gustos del propietario.

El resultado es aún visible hoy: del antiguo monasterio sólo se conserva la iglesia románica, algunos restos de la sala capitular y la estructura del claustro, que se convirtió en un mirador-jardín con vistas al Campo de Tarragona. Del castillo, convertido en casa señorial y escenario de encuentros de las principales figuras de la Renaixença catalana, destaca la biblioteca y la rica colección de grabados, cerámica, muebles y piezas de la colección que Toda había reunido en sus viajes.
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La antigua casa Pedrós, en el centro de Castellterçol, es donde nació y murió una de las figuras capitales del siglo XX en Cataluña: Enric Prat de la Riba. Actualmente convertida en museo, nos acerca la figura del fundador de la Lliga Regionalista, el primer presidente de la Mancomunidad de Cataluña y uno de los principales teóricos del nacionalismo catalán.

Acompañados por un audiovisual, podremos repasar su trayectoria profesional y el ideario del político y escritor. Al mismo tiempo, nos adentraremos en su esfera más personal ya que la arquitectura y el mobiliario son los originales de la vivienda. Así podemos conocer cómo era la vida en una casa rural acomodada de principios del siglo XX.

A excepción del despacho, que contiene el mobiliario que Prat de la Riba tenía en Barcelona, ​​el resto de espacios de la casa se conservan intactos. Destacan la cocina, centro de la vida familiar, y el comedor, reservado exclusivamente para las ocasiones especiales. La religiosidad de la familia se refleja en la presencia de imágenes religiosas en la mayoría de cámaras, especialmente las habitaciones.
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El político y escritor Víctor Balaguer, como hombre del Renacimiento, estaba convencido de que la cultura era la base de progreso de un pueblo. Por eso en 1884 encargó construir en Vilanova y la Geltrú el primer edificio público del país destinado a la vez a funciones de biblioteca y museo, donde pondría al alcance de la ciudadanía sus colecciones de arte, libros y etnografía.

Actualmente, el museo cuenta con un fondo propio de más de 8.000 piezas que incluyen una colección de arqueología y una de etnografía provenientes de donaciones de amigos ilustrados de Víctor Balaguer. Destaca la momia de un niño del antiguo Egipto, conocida popularmente como Nesi.

Sobre el fondo de arte, parte de la colección fundacional se puede ver en la sala de la Pinacoteca que recrea el ambiente original de los salones de Bellas Artes del siglo XIX. Cuadros de Mariano Fortuny, Ramón Martí Alsina, Joaquín Vayreda o Joaquín Sorolla muestran los gustos burgueses de la época. Complementan esta sala las obras de El Greco, Ribera o Rubens, cedidas desde los inicios por el Museo del Prado.

El recorrido continúa por el Modernismo, Postmodernismo y Novecentismo con obras de pequeño formato de Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Anglada Camarasa, Francesc Domingo o Xavier Nogués. También cuenta con la colección de arte informalista más completa de Cataluña que procede del primer Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.

En cuanto al fondo bibliográfico, es uno de los más ricos del siglo XIX en Cataluña, con más de 50.000 libros y un total de 100.000 documentos. Entre ellos, los epistolarios de Víctor Balaguer.