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La Barcelona bohemia de finales del siglo XIX al XX tuvo como rendezvous la cervecería Els Quatre Gats. Situada en los bajos de la Casa Martí, edificio modernista de Josep Puig i Cadafalch, desde 1897 vio desfilar los principales intelectuales del Modernismo.

El propietario del negocio era Pere Romeu, que había trabajado como camarero en el cabaret Le Chat Noir de París. Decidió abrir en Barcelona un negocio similar con comida barata de taberna y música de piano, que rápidamente fue adoptado como lugar de encuentro de artistas. Se celebraban veladas literarias, espectáculos de títeres y de sombras, veladas musicales, lecturas poéticas y sobre todo exposiciones de arte. Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Miquel Utrillo, Ricard Opisso, Antoni Gaudí, Enrique Granados, Isaac Albéniz o Lluís Millet eran algunos de sus clientes asiduos. Incluso un jovencísimo Pablo Picasso realizó su primera exposición.

Durante los seis años que estuvo abierto, el local se llenó de cuadros y carteles que realizaban los mismos clientes. El más emblemático es el de Ramon Casas y Pere Romeu en un tándem, que pintó el mismo Casas. En 1901 se sustituyó por otra tela con los mismos personajes en un automóvil. Las dos obras se pueden ver en el MNAC.

Actualmente vuelve a funcionar como bar y restaurante, y conserva la decoración de la época, incluida una reproducción de las dos obras de Casas.
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Pasear por los jardines Artigas de la Pobla de Lillet te transporta inevitablemente el Park Güell de Barcelona. Y es que son obra de la misma mente: Antoni Gaudí.

En 1905, el arquitecto modernista, que se alojó unos días en casa del industrial textil Joan Artigas y Alart, le quiso agradecer la hospitalidad proyectando un jardín naturalista para un terreno que tenía al lado de la fábrica, a orillas del río Llobregat (la denominada Fuente de la Magnesia). Así es como trasladó -a pequeña escala- las bases del Park Güell, donde estaba trabajando en ese momento. En este caso, sin embargo, no es un jardín urbano. Por lo tanto, prescinde de los grandes espacios abiertos y de la cerámica colorista del quebradizo. Todo está realizado principalmente con piedra rocosa y mortero, aprovechando la vegetación de la zona. Es como si el parque se hubiera abierto paso entre la naturaleza.

A lo largo del recorrido el visitante se encontrará una cascada; una cueva artificial con arcos catenarios donde brota la Fuente de la Magnesia; fuentes; dos puentes de piedra; una plaza y, en el punto más alto, la Glorieta, que ejerce de mirador.

El universo gaudiniano está presente en el mínimo detalle del conjunto. Jardineras, barandillas, bancos... Todo imita las formas de una naturaleza caprichosa. Tampoco faltan las referencias cristianas: y es que las esculturas del águila, el león y el buey repartidas por el conjunto, sumadas a un ángel actualmente desaparecido, forman los símbolos de los cuatro evangelistas y estarían dispuestas en forma de cruz sobre el plano del jardín.
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Mientras que la Casa Batlló muestra la imaginación desbordante de Gaudí y la Casa Amatller es una genial reinterpretación del gótico de Puig i Cadafalch, el tercer elemento de la Manzana de la Discordia de Barcelona, ​​la Casa Lleó i Morera, representa la elegancia de los detalles. En ella trabajaron una cuarentena de los mejores artesanos de la época, siguiendo las órdenes de Lluis Domènech i Montaner.

En 1902, Francesca Morera encargó al arquitecto modernista reformar la finca que había heredado en el Eixample. Cuando la dueña murió, continuó las obras su hijo Albert Lleó i Morera, que es quien da nombre al edificio. De hecho, se repiten en la decoración de todo el conjunto imágenes que hacen  alusión a los apellidos familiares.

Domènech i Montaner añadió un piso y un templete en lo alto. Esta torre, alineada con la terraza del piso principal, simula una simetría inexistente en el edificio. Destaca en toda la fachada la rica decoración, sobre todo las figuras femeninas de Eusebi Arnau. En los balcones del primer piso cuatro damas que llevan en las manos instrumentos alegóricos de la modernidad -fotografía, electricidad, fonógrafo y teléfono- son el ejemplo más significativo.

Una vez dentro del edificio, tanto el vestíbulo como el recibidor del piso principal están pensados ​​para impresionar al visitante. En este último, los arcos y pasos de puerta tienen esculpidos espectaculares relieves. Uno de ellos es el relato de la nana La nodriza del niño rey, un homenaje al hijo de los propietarios que murió de bebé.

Los dos grandes salones concentran buena parte del trabajo artesanal del equipo de Domènech i Montaner. Destacan las vidrieras: ocho paneles de mosaico y relieves de porcelana que describen escenas campestres con personajes de la familia. Los muebles y barandillas que había en estas salas se conservan en el MNAC.

La Casa Lleó i Morera, como otras fincas burguesas, era una "casa de renta" (la familia propietaria vivía en el piso principal y el resto eran viviendas de alquiler). Aún así, se quiso que todos los pisos mantuvieran el mismo rigor constructivo y calidad estética.
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Cataluña se sobrepuso a la crisis de la filoxera buscando nuevas formas de organizar los intereses económicos y sociales del campo. Así nacía a principios del siglo XX el cooperativismo y el asociacionismo agrarios y, con ellos, la construcción de bodegas modernas y funcionales que respondieran a la estética "de moda" (el modernismo tardío y el novecentismo).

El Sindicato de Cooperación Agraria de Gandesa en 1919 encargó su bodega cooperativa y molino de aceite al arquitecto César Martinell, que ya había proyectado otros "catedrales del vino" como la bodega de Pinell de Brai. Aunque el edificio incorpora todas las novedades técnicas y la división de espacios habitual en la obra de Martinell, esta construcción es una de las más singulares de su obra agraria.

La primera singularidad de la bodega es la no adopción de la planta basilical. Está formado por un cuerpo principal dividido en tres naves paralelas de diferente altura, y dos naves más colocadas de forma transversal.

Tampoco apuesta por solapadas de madera para el techo ya que este material se había encarecido a raíz de la Primera Guerra Mundial. Como alternativa Martinell diseña una cubierta con bóveda catalana de cuatro puntos que permite crear pequeñas aberturas triangulares, muy parecida a la estructura ondulante de la fábrica Aymerich de Terrassa.

En el exterior no hay una fachada principal, sino que se tratan todas de manera unitaria. Están presididas por dos depósitos de agua, que se alzan como pequeñas y estilizadas torres. Como elemento decorativo encontramos azulejo de color verde, que contrasta con el blanco mediterráneo de la pared.
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Era el 1951 y el ingeniero industrial Eustaquio Ugalde Urosa acababa de comprar una parcela  boscosa frente al mar en Caldes d'Estrac. Sentado bajo un algarrobo y disfrutando de las vistas, decidió construir una casa en aquel paraje idilio que le permitiera mantener el paisaje tal como estaba. Le encargó el proyecto a su amigo José Antonio Coderch que diseñó una vivienda unifamiliar de dos pisos y jardín formado por un conjunto de volúmenes que cumplen a la perfección el objetivo inicial: se integran perfectamente en el entorno natural.

Las vistas sobre el mar y la topografía del emplazamiento determinan la construcción del edificio. Este busca su espacio en medio del bosque, donde crece con discreción y respeto por el entorno. También opta por materiales autóctonos, típicos de la arquitectura popular mediterránea como los muros de piedra, los forjados de hormigón, pavimentos con baldosas de terracota rojiza, las cubiertas con bóveda de teja o el uso de madera.

Esta herencia constructiva catalana se combina con formas arquitectónicas más modernas. Y es que la Casa Ugalde es una construcción irregular, abierta y libre, tanto en planta como en alzado que propicia la comunicación fluida entre interior y exterior. Mientras en el interior todos los muros son rectos, en el exterior domina un muro curvilíneo que separa la casa del bosque. Con todo, las terrazas son las grandes protagonistas. Los espacios son diáfanos y claros, gracias a la luz que penetra en el edificio por todos los lados y al color blanco de toda la construcción.

La obra de la casa finaliza en 1952. Su aspecto externo se ha mantenido hasta la actualidad, a pesar de las reformas de los sucesivos propietarios.
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"La arquitectura no es como la escultura. Está viva. Se vive en trozos y se reconstruye en la cabeza de cada uno. Hay que experimentarla en diferentes días, horas, estados de ánimo". Con esta premisa Albert Viaplana, en tándem con Helio Piñón, revolucionaron la Barcelona contemporánea y abrieron las puertas a una nueva manera de entender el espacio público. Uno de los grandes proyectos que lo recoge es la Plaza de los Països Catalans de Barcelona (1981-1983), frente a la estación de Sants.

Viaplana y Piñón diseñaron un espacio de cemento sin vegetación con dos grandes cubiertas de plancha de cobre. Y es que buscaban una propuesta atemporal y minimalista, expresada en líneas abstractas, simples y anónimas, para que cualquiera pudiera usarla. Este proyecto que encabeza el deconstructismo arquitectónico les valió el Premio FAD de arquitectura.

La plaza de los Països Catalans se convirtió en el modelo de las nuevas plazas promovidas en los años 80 por el Ayuntamiento, conocidas como "plazas duras", que en su momento ocasionaron polémica ciudadana por su frialdad. Más allá de la abstracción, la plaza está llena de detalles humanos y poéticos como la silueta de un gato de tejado de tamaño natural, hecho con plancha metálica, o una abertura a modo de ventana y unos manantiales.
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El clima mediterráneo -largo verano seco, invierno suaves y lluvias en primavera y otoño- sólo se encuentra en un 5% de la superficie de la Tierra, comprendido en cinco regiones. Éstas están presentes en el Jardín Botánico de Barcelona, ​​inaugurado en 1999 y situado en la montaña de Montjuïc. En 14 hectáreas de suave desnivel ordenan colecciones botánicas de Australia, Chile, California, Sudáfrica y la cuenca mediterránea, incluidas las Islas Canarias.

El espacio está diseñado por los arquitectos Carles Ferrater y Josep Lluís Canosa, la arquitecta paisajista Bet Figueras, el biólogo Joan Pedrola y el horticultor Artur Bossy. Dentro de lo que parece un gran anfiteatro natural, las plantaciones siguen una ordenación geográfica, además de agruparse por afinidades ecológicas. Aprovecha el relieve del terreno para crear las áreas y los caminos, evitando excesivos movimientos de tierras.

Entre sus objetivos destaca la conservación, documentación y difusión del patrimonio natural de Cataluña. Por eso el jardín acoge también el edificio del Instituto Botánico de Barcelona, ​​que dispone de una importante biblioteca y uno de los herbarios más grandes de Cataluña.

Este jardín botánico convive en Montjuïc con el Jardín Botánico Histórico, inaugurado en 1941 en la zona de la Foixarda. Su situación facilitaba el desarrollo de especies de carácter eurosiberiano. En 1986 tuvo que cerrar porque se vio afectado por la construcción de los equipamientos olímpicos, aunque reabrió en 2003.
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El 7 de noviembre de 1809, las tropas napoleónicas entraron en Hostalric con el objetivo de tomar la ciudad ya que se encontraba en el único paso natural entre Girona y Barcelona. Una vez arrasado el pueblo, el castillo se convirtió en su principal objetivo. Después de cinco meses de asedio, las murallas derruidas y el suministro de agua cortado, el 13 de mayo de 1810 los franceses consiguieron ocupar la fortaleza.

Este episodio de la Guerra de la Independencia española ha marcado la fisonomía actual del castillo de Hostalric. Esta fortaleza fue construida en 1716 por parte del general de ingenieros de Felipe V, Próspero de Verboom, autor también de la Ciudadela de Barcelona y de la fortificación de la Seu Vella de Lleida. Se proyectó teniendo en cuenta los nuevos modelos de fortaleza del ingeniero militar Vauban. Contaba con tres baluartes, torres de defensa, un foso y dos revellines.

La estructura que perdura en nuestros días está formada por la entrada subterránea, el portal de los carros, el cuerpo de guardia, el baluarte de Santa Tecla, la segunda puerta, el polvorín principal, el baluarte del diente de sierra, el portal principal, la plaza de las armas, la torre del reloj y el camino de la villa.

Casi nada queda de la construcción originaria de época medieval, que fue derribada por el duque de Noailles el 1695. Sólo el camino fortificado que va de la ciudad al castillo es de origen bajomedieval. Los dos muros paralelos en el camino estaban protegidos por dos torres circulares de las que sólo se conserva un pequeño tramo.
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Entre los municipios de Xerta y Tivenys, en uno de los parajes más espectaculares del curso bajo del Ebro, encontramos una importante obra de ingeniería hidráulica que transformó la actividad económica de la zona y ha dejado un testimonio monumental de patrimonio industrial. Se trata de una presa con un azud (muro de contención que desvía el agua) de unos 310 metros de largo construida en diagonal de lado a lado del río.

Parece que el origen de una esclusa en este punto se podría remontar a la época islámica y que se habría restaurado en el siglo XII, tras la conquista de Tortosa. Aún así, no se terminó hasta el 1411, bajo la dirección de Mussa Alamí. Fue en el siglo XIX cuando se acondicionó el azud para conducir el agua hacia los canales de la derecha y de la izquierda del Ebro que, aún hoy, sirven para regar el Delta y las huertas interiores del valle. A pesar de estas obras, una esclusa permite el paso de las embarcaciones que navegan por el Ebro.

Además de la presa con el azud, el conjunto patrimonial consta de unas construcciones anexas: los espigones, la antigua fábrica de harina -de la que sólo quedan en pie las fachadas-, y el molino. Este conserva una lápida esculpida con la fecha de su construcción, 1575, y se mantienen elementos (el canal de captación, el de salida y las ruedas dentadas) que pertenecen a esta cronología. Ha sido reformado muchas veces hasta que a finales del siglo XIX se usó como central eléctrica. Sin embargo, se considera uno de los pocos edificios industriales de la época del Renacimiento de Cataluña.
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En la baja edad media, una de las familias baroniales más importantes de las tierras gerundenses estableció en una de las colinas de la sierra de Finestres, dentro del actual Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa. Poco a poco la población se fue concentrando en ese punto que acabaría convirtiéndose en el municipio de Santa Pau. Actualmente la ciudad aún conserva la esencia lo que fue un centro de poder económico y comercial.

La fisonomía del casco antiguo, concebido principalmente en la primera mitad del siglo XIV, es típicamente medieval, rodeado por murallas y con calles estrechas e irregulares. El centro neurálgico es la plaza Mayor o Firal dels Bous, una plaza porticada triangular donde se celebraban los mercados y ferias. Y es que desde el 1297 el núcleo urbano tenía el privilegio de espacio protegido para la celebración de mercados. Enfrente se encuentra el castillo, que se levanta en el punto más alto del pueblo. Se empezó a construir hacia el siglo XIII, aunque posteriormente se le dio la actual apariencia de gran casa.

La plaza está presidida por la iglesia gótica de Santa María. Es la actual parroquia, después de que la iglesia románica de Santa María de los Arcos, en las afueras, quedara muy dañada por los terremotos de 1427 y 1428.

El resto del núcleo medieval se estructura alrededor de la calle del Puente y la calle Mayor. Es desde el Portal del Mar desde donde se tiene una de las mejores vistas de los valles de los alrededores y en un día claro incluso se puede ver el golfo de Roses.