Varias instituciones y archivos conservan el patrimonio fotográfico de Cataluña. Uno de los fondos más importantes es el del Centro Excursionista de Cataluña, con 750.000 imágenes de excursionismo y montaña, pero también del patrimonio artístico y arquitectónico y la vida cotidiana del país. Por volumen y variedad, también destaca la colección del Instituto de Estudios Fotográficos de Cataluña con cerca de 800.000 fotografías.
En la Biblioteca de Cataluña están archivados 250.000 documentos fotográficos que van desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad. Destaca la colección Josep Salvany, con 10.000 imágenes de paisajes y cultura popular de Cataluña.
La historia de la fotografía, desde los inicios hasta la producción más contemporánea, es lo que contempla el fondo de 40.000 ejemplares del Museo Nacional de Arte de Cataluña, con nombres destacados como Pere Casas Abarca, Agustí Centelles, Pere Català Pic, Francesc Català Roca, Colita, Joan Fontcuberta, Pere Formiguera, Oriol Maspons, Kim Manresa, Josep Masana o Joan Colom. El MACBA también custodia, por ejemplo, el legado de Xavier Miserachs.
Por su parte, en los fondos personales del Archivo Nacional de Cataluña se pueden encontrar obras de fotógrafos como Josep Gaspar, los Brangulí, Gabriel Casas y Bert i Claret o Frederic Cuyàs.
En la Europa de finales del siglo XIX las imágenes, hasta entonces estáticas, tomaban vida gracias al cinematógrafo. Y Cataluña no se quedó atrás. En el 1897, Fructuós Gelabert filmó Pelea en un café, considerada la primera película de ficción de la historia del cine catalán y español.
A partir de aquí, muchos otros filmes han marcado un antes y un después en la evolución del séptimo arte en Cataluña. Así, una de las películas clave del surrealismo cinematográfico, Un perro andaluz (1928), es fruto de una intensa semana de Luis Buñuel en Cadaqués con Salvador Dalí. Por otra parte, Montserrat es el principal escenario del rodaje de la superproducción Parisfal (Daniel Mangrané, 1951).
Durante la Guerra Civil, Espoir/Sierra de Teruel (André Malraux, 1938) se convierte en un valioso documento sobre la actuación del bando republicano, aunque no se podrá estrenar hasta 1978. Ya en pleno franquismo, Los Tarantos (Rovira Beleta, 1963) es un crudo testimonio sobre las periferias urbanas. Y la Transición española no se puede entender sin La ciutat cremada (Antoni Ribas, 1976).
Además de la producción también hay que tener en cuenta la custodia del patrimonio cinematográfico. Una de las principales instituciones catalanas dedicadas a su conservación y difusión es la Filmoteca de Cataluña, con un fondo que incluye más de 8.000 películas y una intensa programación regular de proyecciones. En cuanto al cine alternativo y experimental, la referencia es el Archivo Xcèntric del CCCB. El Museo del Cine de Girona muestra los cerca de 8.000 aparatos y objetos precinematográficos de la Colección Tomás Mallol.
La cultura catalana no se puede entender sin los grandes equipamientos de Barcelona. Son escenarios que se han convertido en la columna vertebral de la cultura del país.
El Palau de la Música, obra de Lluís Domènech i Montaner y Patrimonio la Humanidad por la Unesco, es mucho más que una refinada muestra de la arquitectura modernista. Testigo de episodios claves de la historia catalana, se ha convertido en referente para los catalanes.
Compartiendo protagonismo como símbolo de la cultura catalana está el Gran Teatro del Liceo. Construido en 1847 y ligado desde los inicios a la burguesía barcelonesa, este edificio ha sobrevivido a dos episodios catastróficos: una bomba anarquista en 1893 y un incendio en 1994.
Entre los equipamientos contemporáneos vinculados a las artes escénicas destacan el Teatre Nacional de Catalunya (TNC), el Teatre Lliure y el Mercat de les Flors. En el ámbito musical, la referencia más allá del Palau de la Música y el Liceo es L’Auditori de Barcelona. En cuanto al arte, las principales instituciones son el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), que ofrece una perspectiva global e histórica del arte catalán, y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), escaparate del arte más actual.
Desde el primitivo daguerrotipo hasta los actuales soportes y canales de distribución, la fotografía catalana ha sido la protagonista de una revolución de poco menos de dos siglos.
Meses después de aparecer el daguerrotipo en Francia (1839), Ramon Alabern se convierte en el primer catalán en hacer fotografías con este nuevo invento. Poco después, fotógrafos como José Martínez Sánchez o Juan Martí serán testigos de la Revolución Industrial.
A finales del siglo XIX aparecen los primeros fotógrafos artísticos catalanes (Joan Vilatobà, Miquel Renom o Pere Casas Abarca), cercanos al simbolismo y al impresionismo, mientras que la segunda generación sigue el pictorialismo (Joaquim Pla y Claudi Carbonell). El vanguardismo también llega a la fotografía catalana, y el trabajo de profesionales como Josep Sala, Pere Català Pic o Gabriel Casas supone una revolución artística y técnica.
No es hasta la década de los cincuenta que resurge la tradición de la fotografía documental. Una nueva generación (Francesc Català Roca, Ramon Masats, Xavier Miserachs, Oriol Maspons, Joan Colom, Leopoldo Pomés, Colita o Eugeni Forcano) mostrará la realidad de forma crítica e irónica.
En los años setenta y ochenta aumenta la difusión y prestigio cultural de la fotografía, que finalmente entra en los museos. Con la llegada de la era digital se democratiza aún más su uso.
Durante la segunda mitad del siglo XX Barcelona experimentó la expansión urbana más grande de su historia.
El "modelo Barcelona" nace durante los años ochenta gracias a la colaboración de las instituciones democráticas y arquitectos como Oriol Bohigas. De esta época son el Parque de la España Industrial (Peña i Rius) o el Moll de la Fusta (Solà-Morales).
Pero el punto culminante del urbanismo catalán inicia con la elección de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992. La intervención en Montjuïc incluye la restauración del Estadio Olímpico y las Piscinas Picornell y la construcción del Palau Sant Jordi (Isozaki). La Villa Olímpica (Martorell-Bohigas-Mackay) acerca la ciudad al mar con la construcción del Puerto Olímpico. Otras muestras de la arquitectura olímpica son la Torre de Collserola (Foster), la Torre de Telefónica (Calatrava) o el Hotel Arts (Skidmore, Owings & Merrill).
Con el Fórum Universal de las Culturas (2004), la Diagonal se alarga hasta el mar, y se construyen el Centro Internacional de Convenciones (Mateo), el edificio Fórum (Herzog y de Meuron) y la gran placa fotovoltaica (Martínez Lapeña y Torres).
Como ejemplos post-Fórum destacan espectaculares muestras de arquitectura de autor como la Torre Agbar (Nouvel) o el Edificio Gas Natural (Miralles y Tagliabue).
La revista catalana Dau al Set (1948) y el grupo artístico homónimo son considerados las manifestaciones más importantes del vanguardismo de posguerra.
La gran mayoría de sus miembros fundadores (el poeta y dramaturgo Joan Brossa, el filósofo Arnau Puig y los pintores Joan Ponç, Antoni Tàpies, Modest Cuixart y Joan-Josep Tharrats) vivían en el mismo barrio de Barcelona, y los unía la disconformidad con la situación ideológica represiva y las limitadas posibilidades creativas de la época. También compartían una gran creatividad, sensibilidad y sentido de la acción.
El nombre de la revista jugaba con la idea de lo imposible (un dado sólo tiene seis caras), y expresaba la intención del grupo, situado entre la negación y confusión del dadaísmo y la liberadora expresión creativa del surrealismo.
Las circunstancias políticas dificultaron la voluntad de Dau al Set de incidir en el entorno social, y la expresión de libertad de sus miembros fue sobre todo artística y creativa. Así, lucharon para evitar las formas expresivas establecidas por el Régimen, demostraron que la represión no puede ahogar la creatividad y fueron los detonantes de nuevas actitudes de expresión libre.
Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), las manifestaciones artísticas en Cataluña adoptan medios modernos como el cartelismo y la fotografía documental.
Como vehículo de consignas para la concienciación y movilización, el cartelismo destaca durante este periodo por su creatividad artística y técnica.
Algunos de los artistas más activos son Josep Renau (Hoy más que nunca: Victoria), Martí Bas i Blasi (Feu tancs, tancs, tancs...), Jaume Solà (Unió és força), Lleó Arnau (Assassins!), Carles Fontserè (Llibertat!), Lorenzo Goñi (I tu... què has fet per la victòria?), Pere Català Pic (Aixafem el feixisme), Antoni Clavé (Catalans!... 11 de setembre), Lluís Garcia Falgàs (Informeu-vos dels que lluiten al front), Enrique Ballesteros "Henry" ( Voy a luchar por tu porvenir) y Paco Ribera (Diada de la Dona Antifeixista).
La fotografía documental ofrece un testimonio de la realidad del frente y la retaguardia durante la Guerra Civil. Fotoperiodistas catalanes como Agustí Centelles, Josep Maria Sagarra o Carlos Pérez de Rozas retratan el día a día del conflicto junto a profesionales extranjeros como Robert Capa y Gerda Tardo, autores de imágenes míticas.
En los siglos XVIII y XIX una nueva clase social, la burguesía, persigue un arte más personal, emocional, original y sobre todo rebelde, y reclama la identificación con una patria y raíces comunes.
En Cataluña el romanticismo tiene una clara connotación política: los literatos catalanes reivindican la recuperación de la lengua, la literatura y la cultura popular.
El primer poema romántico en lengua catalana es Oda a la Pàtria, de Bonaventura Carles Aribau (1833), pero el arraigo no llega hasta Lo Gaiter del Llobregat, de Joaquim Rubió i Ors. En novela, las primeras obras románticas en catalán son de autores como Antoni de Bofarull y Martí Genís i Aguilar. En cuanto al teatro, los exponentes son dramaturgos como Víctor Balaguer, Eduard Vidal y Frederic Soler, "Pitarra".
La Renaixença comparte con el romanticismo la voluntad de reavivar la conciencia nacional después de una etapa de decadencia y, de hecho, los dos movimientos conviven a lo largo del siglo XIX.
En Cataluña conviven dos facciones: la conservadora (Bofarull), y la reivindicativa (Balaguer). Comparten la voluntad de recuperar los Juegos Florales como instrumento para proyectar socialmente el catalán y estimular la producción editorial. El empujón definitivo de este acontecimiento literario llega en 1877, cuando son premiados Jacint Verdaguer y Àngel Guimerà.
Nuevo en contraposición a viejo. Moderno lugar de modernismo. El novecentismo, el movimiento cultural y político de principios del siglo XX (1906-1923) nace con la voluntad de superar el panorama artístico catalán dominante hasta entonces. Según los postulados definidos por Eugeni d'Ors, había que recuperar las raíces del mundo clásico y crear un nuevo universo lingüístico e iconográfico.
El ensayo y la poesía son los principales géneros literarios del novecentismo catalán, y nombres como Josep Carner, Enric Prat de la Riba o Pompeu Fabra marcan los inicios del movimiento.
Si el novecentismo rompe con el modernismo, las vanguardias rompen con el novecentismo. Surgen en Europa entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial como reacción contra el poder y los gustos estéticos de la burguesía. Incluyen movimientos artísticos como el cubismo, que reinterpreta el espacio y utiliza formas geométricas, el futurismo, que desafía la belleza clásica, el dadaísmo, caracterizado por la negación y la confusión; y el surrealismo, que apuesta por la ausencia de la razón en la creación.
En Cataluña los principales nombres del movimiento literario vanguardista son poetas como Joan Salvat-Papasseit, Carles Sindreu, Joan Josep M. Junoy o J.V. Foix.
Romper con los valores sociales y artísticos establecidos y transformarlos en una cultura moderna y nacional con nuevas ideas. Estos son los objetivos del modernismo de finales del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX aplicados a todas las artes, incluida la literatura.
Los primeros pasos de este movimiento en Cataluña van ligados a la aparición de L’Avens (L’Avenç), la revista cultural de Valentí Almirall, que contará con la colaboración de Àngel Guimerà, Narcís Oller, Jaume Brossa, Joaquim Casas-Carbó y Jaume Massó. Las discrepancias en la publicación propiciarán la aparición de dos tendencias diferenciadas: el sector regeneracionista, preocupado por cambiar la sociedad y encabezado por Jaume Brossa, y el sector esteticista, impulsado por Santiago Rusiñol y Raimon Casellas, defensores del arte por el arte.
Al cambiar de siglo, las diferencias se superarán con la aparición de nuevos órganos de expresión modernista (la revista Catalonia y el semanario Joventut), que facilitarán un discurso más moderado y participativo.
Esta etapa es la que da frutos literarios de mayor diversidad y calidad: Els sots feréstecs (Raimon Casellas), Solitud (Víctor Català), L'auca del senyor Esteve (Santiago Rusiñol) y Josafat (Prudenci Bertrana). Entre los poetas, la figura capital del modernismo catalán es Joan Maragall, responsable de renovar el género, haciéndolo más coloquial y menos grandilocuente.