A finales de la Guerra Civil española, la Batalla del Ebro fue el punto de inflexión del conflicto al propiciar la pérdida de Cataluña por parte republicana. Un intenso combate que se desarrolló en las comarcas de Matarraña, La Ribera d'Ebre, El Baix Ebre y La Terra Alta. Actualmente, la combinación de espacios históricos y centros de interpretación forman los Espacios de la Batalla del Ebro, testimonio vivo de uno de los episodios más trágicos de la historia reciente del país.
ElPoble Vell de Corbera d’Ebre pervive como símbolo mudo de la barbarie de este conflicto. Pasear entre los restos de calles y casas destruidas permite rememorar los bombardeos y la desdicha de sus antiguos habitantes. En los barrancos de Vilalba dels Arcs se puede ver una línea de 700 metros de trincheras que formaron parte de la red de defensa republicana. En La Fatarella se conserva un refugio militar y los muros del castillo de Miravet sirvieron de refugio a los soldados nacionales que guarnecían la población.
Los Espacios de la Batalla del Ebro incluyen un total de 19 localizacioneshistóricas y cinco Centros de Interpretación: 115 días (Corbera d’Ebre), Soldados en las trincheras (Vilalba dels Arcs), Hospitales de Sangre (Batea), Las voces del frente (Pinell de Brai) y Internacionales en el Ebro (La Fatarella).
El Museo Memorial del Exilio (MUME) es el primer equipamiento museístico dedicado a preservar la memoria y el legado del exilio republicano consecuencia de la Guerra Civil española.
Ubicado en La Jonquera, el paso fronterizo por donde huyeron la mayor parte de los exiliados, el MUME se define como un espacio para la memoria, la historia y la reflexión crítica. Un proyecto que no sólo se limita a la labor expositiva sino que impulsa la investigación histórica y la difusión pedagógica.
Su exposición permanente presenta el fenómeno del exilio a lo largo de la historia, haciendo hincapié en la Guerra Civil y la posterior derrota y retirada republicana. La diáspora a través de los Pirineos camino de Francia y la suerte diversa de los miles de refugiados que cruzaron la frontera son uno de los puntos de interés de la muestra. La vivencia del exilio y su legado cultural a partir de testimonios y herencias documentales completan el discurso expositivo.
Hace 2700 años una tribu de ilergetes levanta su asentamiento en una llanura cerca de la actual Arbeca (Les Garrigues). Es un buen lugar para cultivar la tierra. Pero a pesar de la placidez del lugar, los ilergetes temen los ataques enemigos y por eso levantan una imponente fortificación casi inexpugnable. Esto convierte a Els Vilars en una construcción única en el mundo ibérico catalán y europeo y uno de los puntos imprescindibles de La Ruta de los Iberos.
De forma ovalada, la fortificación estaba totalmente amurallada y disponía de torres de vigilancia. Para acceder a ella sólo había dos puertas de pequeñas dimensiones. Si entrar en el asentamiento era difícil, acercarse tampoco era tarea fácil: ante los muros, una barrera de piedras clavadas en el suelo (chevaux-de-frise) impedían el paso de forasteros a pie o a caballo. Unos grandes fosos completaban las obras defensivas. En el interior, las viviendas se organizaban alrededor de una plaza presidida por un gran pozo.
Todas estas estructuras son visibles actualmente, gracias a los trabajos de restauración y conservación del yacimiento. Visto desde el aire, se puede apreciar perfectamente su planta ovalada y los límites de las casas rectangulares que acogían el centenar de habitantes que tuvo Els Vilars.
Los ilergetes vivieron allí durante 400 años y abandonaron el lugar de forma abrupta. El porqué aún es hoy un misterio. Su fortaleza tan singular se ha convertido en uno de los referentes íberos de la Península.
Olèrdola conoce la presencia del hombre desde la edad del bronce hasta bien entrado el siglo XX. Este hecho evidencia la importancia estratégica de un asentamiento situado en la colina de Sant Miquel, que domina la llanura de El Penedès. Actualmente Olèrdola es una de las sedes del Museo de Arqueología de Cataluña y forma parte de la Ruta de los Íberos.
Su posición hizo de Olèrdola un lugar ideal en tiempos de guerra y poco habitable durante los períodos de paz. Por eso, el lugar también ha conocido largas temporadas de abandono.
Sus pobladores han dejado huella en el lugar. En Olèrdola encontramos un oppidum íbero, un poblado fortificado y amurallado. También una impresionante fortificación romana para controlar el territorio y, en especial, la vía de acceso hacia Tarraco. Finalmente, el conjunto consta de una ciudad medieval, con iglesias prerrománicas y románicas (Sant Miquel y Santa Maria), el castillo y tumbas antropomorfas excavadas en la roca.
A principios del siglo XII, se inicia la decadencia de Olèrdola y el desplazamiento de la población a la llanura.
Actualmente se conservan restos del castillo, la iglesia de Sant Miquel, un edificio románico, y la Necrópolis de Sant Miquel, una excelente muestra de los enterramientos característicos en la alta edad media.
La historia se detiene una y otra vez en Roses. Fundada como colonia griega, su ubicación la convierte en un punto estratégico del Mediterráneo. Por eso, el lugar ha sido objeto de diferentes ocupaciones y blanco de numerosos ataques. Actualmente, la Ciudadela es un moderno centro cultural y un extraordinario yacimiento.
En los 139.000 m2 del recinto se reúnen los restos arqueológicos de la colonia griega y posteriormente romana de Rhode, el monasterio románico de Santa Maria y la estructura de la ciudad vieja de Rosas, que incluso conserva algunas fortificaciones medievales.
Las murallas actuales son una fortificación de grandes baluartes que datan de la época renacentista y moderna. Y es que en el siglo XVI, el rey Carlos V manda construir la Ciutadela y el castillo de la Trinitat para protegerse de los piratas y de los turcos.
En 1814 son los mismos franceses los que vuelan la ciudadela, que se recupera y se abre al público ya avanzado el siglo XX.
Desde 2004 dentro del recinto se puede visitar el Museo de la Ciudadela, un edificio contemporáneo donde se resume la historia del conjunto.
Con poco más de 30 años, la reina Elisenda de Montcada se retiró del mundo al quedar viuda. Y lo hizo en el Monasterio de Pedralbes, que ella misma había fundado en 1326 en la montaña de Sant Pere Mártir (Barcelona). Allí residió 37 años aislada, con la única compañía de las monjas clarisas y la arquitectura gótica.
El Monasterio de Santa Maria de Pedralbes se levantó en sólo 13 meses y destaca por su gran homogeneidad arquitectónica de estilo gótico. Las piedras blancas (petras albas), utilizadas para construir el conjunto, acabaron dando nombre a la zona: Pedralbes.
Entre las joyas del monasterio está la pequeña capilla de Sant Miquel, que destaca por las pinturas al fresco y al aceite (s. XIV), un testimonio excepcional de la pintura gótica catalana; los vitrales góticos del interior del templo (considerados los más importantes de Cataluña por su antigüedad y buen estado de conservación) y el claustro. Este es uno de los más grandes e imponentes del mundo.
Destacar también la tumba de la reina Elisenda. Ubicada entre la iglesia y el claustro, es un sepulcro bifrontal que representa sus dos caras: desde la iglesia se la ve vestida y coronada como reina y, desde el claustro, aparece como viuda y monja, con el sencillo hábito franciscano.
A los pies de la Catedral de Girona, una pequeña cúpula asoma por encima de un edificio de piedra. Es la linterna de los Baños Árabes de la ciudad, que identifica la silueta de esta pequeña joya medieval.
El edificio es cautivador por la simplicidad de sus formas y, una vez dentro, por la belleza del juego entre luz y penumbra. La construcción es de estilo románico pero sigue el modelo de las termas romanas, los baños musulmanes y de las mikva judías a partir de una tradición que se recupera durante el siglo XI, con el desarrollo de los núcleos urbanos y la necesidad de mejorar la higiene.
El edificio está estructurado en diversas estancias que permiten pasar de la zona de agua más fría a la más caliente. El visitante entra a través de un pequeño vestíbulo que conduce hasta el apodyterium (el 'vestuario'); es sin duda el espacio más emblemático de los baños, con una piscina central de piedra de 8 lados y 8 columnas coronadas con preciosos capiteles decorados.
Hasta el siglo XIV el edificio mantiene su actividad como baños públicos. Ya en el siglo XX, los baños árabes se restauran para devolverlos a su aspecto original.
Pasear por el casco antiguo de Besalú es hacer automáticamente un viaje a la edad media. El trazado actual de la población no responde fielmente a su estado original, pero sí que posibilita a grandes rasgos la lectura de la urbanización de la edad media con la existencia de importantes edificios: la iglesia del Monasterio de Sant Pere de Besalú, el antiguo hospital de peregrinos, la casa Cornellà, la iglesia de Sant Vicenç o la Sala gótica del Palacio de la Curia real. La judería tiene como principal parada la mikvé, uno de los escasos restos de baños rituales judíos y una de las mejores vistas del río Fluvià.
Pero sin duda, el símbolo de la ciudad es el Puente Viejo de Besalú: una construcción que destaca tanto por las dimensiones como por la apariencia en forma de ángulo recto sobre el río.El documento más antiguo en que aparece referenciado es de 1075, fecha probable de su construcción original. Pero las inundaciones, riadas y necesidades defensivas de la ciudad hicieron necesaria su reconstrucción en el siglo XIV, que se mantuvo de pie hasta la Guerra Civil. La imagen del puente actual es una reconstrucción de principios de los años 60.
La importancia monumental de Besalú viene dada fundamentalmente por su gran valor de conjunto, por su unidad, que la determina como una de las muestras más importantes y singulares de los conjuntos medievales de Cataluña.
Visitar la villa ducal de Montblanc es hacer un recorrido por un museo al aire libre. La ciudad destacó como importante centro comercial durante la Edad Media y vivió su momento álgido con la creación del Ducado de Montblanc en 1387. Este éxito tiene su reflejo en la riqueza monumental de la ciudad.
En el siglo XIV, Montblanc vivía un gran momento: era la séptima ciudad más importante de Cataluña gracias a su peso político y económico. Prueba de ello fue la celebración de las Cortes Generales en la ciudad en cuatro ocasiones y la creación del Ducado. En este momento se pusieron en marcha las obras más emblemáticas de Montblanc, encabezadas por su recinto amurallado. Formado por un imponente conjunto de torres, portales y murallas coronadas por almenas, los muros se aprovecharon a lo largo de la Edad Moderna para construir viviendas. No es hasta el siglo XX que se restaura y se eliminan las construcciones añadidas.
La iglesia gótica de Santa Maria, conocida también como la Catedral de la Montaña por sus grandes dimensiones y su ubicación en lo alto de un promontorio, es otro testimonio del poder medieval de Montblanc. En el interior destaca el retablo de San Bernardo y San Bernabé, de piedra policromada del siglo XIV, que muestra bellamente esculpidas escenas de la vida de los santos.
La iglesia-hospital Sant Marçal destaca por la pintura mural de San Cristóbal (s. XV) y un ventanal gótico esculpido. El Palacio Alenyà es la última gran obra que refleja el pasado próspero de Montblanc; se trata de una construcción de estilo gótico con una gran puerta principal de medio punto y esbeltos ventanales. El edificio, sin embargo, se ha modificado a lo largo del tiempo y actualmente es la sede del Consejo Comarcal de la Conca de Barberà.
Girona cuenta con numerosos testimonios de su pasado medieval, una época de crecimiento en que se convirtió en la segunda ciudad de Cataluña con una población de 10.000 habitantes (siglo XV). El antiguo recinto amurallado romano se quedó pequeño y la ciudad se extendió hacia ambas orillas del río Onyar.
Entre el patrimonio monumental que refleja este crecimiento está la catedral (s. XI - XVIII), que con su gran nave, es el espacio gótico abovedado más ancho del mundo. Sin embargo, la primera catedral de Girona fue la basílica de Sant Feliu, actualmente es uno de los edificios góticos más representativos de la ciudad, y sobre todo su esbelto campanario (s. XIV-XVI). En el interior conserva obras de arte remarcables, como los ocho sarcófagos paganos y paleocristianos (s. IV) y el Cristo Yacente (s. XIV) del maestro Aloi.
Por su parte, el monasterio de Sant Daniel está ubicado en una extensa zona verde junto a la ciudad y actualmente acoge una comunidad de monjas benedictinas. La iglesia guarda el sepulcro del santo y el claustro es un bello ejemplo de construcción románica con añadidos góticos.
A dos kilómetros siguiendo el río Galligants, se levanta otro monasterio: Sant Pere de Galligants, actual sede en Girona del Museo de Arqueología de Cataluña. Ejemplo de románico catalán, destaca por la iconografía de los capiteles de la nave central y del claustro.
Junto a Sant Pere de Galligants están los Baños Árabes, unos baños públicos que también dan testimonio del crecimiento demográfico y urbanístico de la Girona medieval. Siguen el modelo de las termas romanas, de los baños musulmanes y de las mikvés judías.
Sin embargo, uno de los grandes símbolos de la Girona medieval es el Call (la Judería). Se empezó a formar en el siglo XII a partir del calle de la Força, cuando se instalaron allí familias judías que antes vivían en los alrededores de la catedral. En la judería de Girona residieron importantes pensadores como el médico poeta filósofo y exégeta Mosse ben Nahman, más conocido como Bonastruc ça Porta. En la judería gerundense llegaron a vivir hasta 800 personas y hoy es una de las zonas más concurridas de la ciudad.