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Si queremos hacer un viaje en el tiempo y adentrarnos en la memoria de la Guerra Civil Española, el Poble Vell de Corbera d'Ebre es una parada obligada.

Situado en lo alto de la colina de la Montera, es uno de los espacios más simbólicos de la Batalla del Ebro, la más dura y decisiva de la Guerra. Entre el 25 de julio y el 16 de noviembre de 1938, tras 115 días intensos de conflicto, la vida en Corbera d'Ebre cambió.

El casco antiguo del pueblo, situado en la primera línea del frente republicano, fue destruido a consecuencia de los bombardeos aéreos y de la artillería del ejército franquista. El pueblo quedó abandonado y, con el tiempo, el vecindario se trasladó a la parte baja de la colina y construyó el Poble Nou.

Ahora el Poble Vell es un espacio de memoria, un museo al aire libre. Permite conocer los hechos históricos y las consecuencias devastadoras de la guerra de primera mano. Además de las calles y sus casas, también podremos contemplar los monumentos a las Brigadas Internacionales y la 'Flama permanente', la escultura 'La Bota', de Joan Brossa, y 'La Foradada'. Lo que no podemos perdernos es el Abecedario de la Libertad, un conjunto de 28 obras distribuidas por el pueblo para reivindicar el valor de la palabra por encima de la fuerza y ​​la violencia, y la Iglesia Vieja de San Pedro, un espectacular edificio barroco de finales del siglo XVIII que se mantuvo en pie a pesar de la batalla. Posteriormente, ha sido restaurada y ahora acoge eventos artísticos y culturales.

Desde 1992 el Poble Vell de Corbera d'Ebre fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional por la Generalitat de Catalunya y constituye un monumento a la Paz.
 

Encima de una colina y a 59 metros sobre el nivel del mar se encuentra el castillo de Castelldefels. Este conjunto monumental, que da nombre a la villa, se levantó en el siglo X sobre el que había sido un poblado íbero y, posteriormente, una villa romana.

El castillo se construyó en un punto estratégico con vistas en el mar Mediterráneo, en una zona dominante para controlar el territorio y la franja costera.

Durante siglos, fue utilizado como fortaleza para defender el territorio de la baronía del Eramprunyá y en el siglo XVI se restauró y fortificó contra los ataques de corsarios berberiscos.

En el siglo XVIII la piratería empezó a desaparecer y el castillo pasó a ser propiedad de varias familias nobles. Un nombre que va ligado a la fortificación es el del banquero Manuel Girona, que en 1897 compró y lideró la rehabilitación de este símbolo icónico de la ciudad.

Ya en el siglo XX, durante la Guerra Civil, se utilizó como centro de instrucción militar por las autoridades republicanas en 1937 e inicios de 1938, y poco después, en marzo del mismo año, el castillo y la iglesia se convirtieron en prisión disciplinaria de brigadistas internacionales. Si visitamos la iglesia de Santa Maria de Castelldefels podremos observar grafitos originales de estos brigadistas. Esta iglesia, del siglo X, es el espacio del conjunto que conserva restos más antiguos, con muros de época ibérica, romana, medieval, moderna y contemporánea.

El castillo y la iglesia han sido declarados Bien Cultural de Interés Nacional.

También nos sorprenderán la sala de Esgrima, decorada con pinturas del siglo XVIII, y la sala institucional, o la sala Noble, testigo de grandes fiestas y celebraciones de la burguesía catalana de inicios del siglo XX, que todavía conserva su decoración neogótica.

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Pasearse por el pomposo interior original de una mansión modernista sólo es posible en contados edificios. Uno de los mejor conservados es la Casa Navàs de Reus.
 
Flanqueando la plaza del Mercadal desde un chaflán, la casa tienda de la familia Navàs-Blasco es una de las obras más lujosas proyectadas por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner. La fachada del edificio se mantiene majestuosa pese a haber quedado dañada durante los bombardeos de la Guerra Civil. Sin embargo, el verdadero tesoro se encuentra en las estancias interiores que maravillarán a los amantes del Modernismo. La mejor muestra de artesanías se encuentra en cada rincón de la casa: vidrieras de colores, pinturas murales, cerámicas con motivos florales, tapicería de seda y mobiliario elaborado por los ebanistas más reconocidos del momento.
 
La suntuosidad del espacio da ya una idea sobre el poderío económico de sus propietarios, importantes comerciantes de tejidos, así como de la relevancia de Reus en la época, como segunda capital catalana.
El Castillo-Palacio de la Bisbal d’Empordà, una construcción que fue al mismo tiempo castillo, palacio y prisión, es uno de los pocos ejemplos de la arquitectura románica civil que se conservan en territorio catalán.

Situado en medio de la villa medieval, esta construcción fue, durante siglos, la residencia de los señores de la región, los obispos de Girona. Los eclesiásticos obtuvieron el control absoluto sobre la Bisbal (de aquí deriva el topónimo) gracias al rey Jaime I, que les otorgó la jurisdicción civil y criminal de la ciudad. El castillo se convirtió en la sede del poder espiritual y terrenal de sus señores. Desde su atalaya privilegiada en el centro de la villa, los obispos controlaban las tierras bañadas por el río Daró y también administraban justicia, de ahí la necesidad de una prisión.

Lo primero que llama la atención del castillo-palacio es su tamaño y monumentalidad. De planta rectangular, el edificio original románico ha sido modificado varias veces con estructuras de otros estilos (como la puerta y algunas ventanas renacentistas de la fachada). Como elementos característicos del románico encontramos ventanas adinteladas de medio punto en la fachada noreste y noroeste del castillo. En esta última, también podemos observar un basamento construido con losas inclinadas, que se conoce como opus spicatum, técnica muy utilizada durante la antigüedad y la primera Edad Media. Ya dentro del castillo, pasaremos por un corredor plenamente románico, cubierto por una bóveda de cuarto de círculo y, bajando la escalera encontraremos la célebre prisión del castillo, una sala rectangular cubierta con bóveda de medio punto.

Las puertas de las cinco salas del primer piso también están coronadas por estos arcos. Y si a bajo de todo tenemos la prisión, la parte más elevada es la que ocupa la capilla de San Miguel, también románica. El templo se encuentra dentro de un espacio rectangular que, visto desde fuera, es lo que más sobresale de todo el conjunto. De una sola nave la iglesia está cubierta por una bóveda de cañón ligeramente apuntada.

El Castillo-Palacio de la Bisbal d’Empordà forma parte de la escapada ‘Fin de semana románico: El Empordà’.




Autores de las fotografías: Toniher y PMRMaeyaert.
Escribanos, iluminadores y miniaturistas trabajan codo a codo en el escritorio del monasterio de Ripoll, uno de los centros de referencia cultural de la Europa medieval. Este célebre escritorio produjo numerosos manuscritos de gran calidad artística, sobre todo bajo el impulso del abad Oliba. Hechas en el primer cuarto del siglo XI, la Biblia de Ripoll y la Biblia de Rodes son las más ilustradas que nos han llegado del periodo del románico.

El monje Guifré (Wifredo) fue el único copista de las Biblias; el principal ilustrador era, tal como los historiadores lo han definido, “un dibujante de estilo impresionista”. Con un estilo muy diferente, encontramos el tercer monje que participa en la Biblia. Se identifica claramente gracias a una característica peculiar: tenía por costumbre hacer las caras redondas, un poco llenas y utilizaba herramientas como el compás y el tiralíneas para trazar circunferencias y líneas rectas.

La Biblia de Ripoll es un volumen de gran formato (550x370mm) que contiene 465 folios. Además de las Sagradas Escrituras, el códice incluye 210 prólogos, sumarios y otros textos introductorios, que hacen de la Biblia de Ripoll una especie de “gran enciclopedia ilustrada medieval”. La “fuente” de los textos es la escritura carolingia pura del monje Guifred, el único copista de esta obra. Las impresionantes miniaturas y dibujos que contiene le han dado renombre: encontramos 20 folios totalmente ilustrados con miniaturas que inspiraron la iconografía del célebre pórtico del monasterio.

Pero la de Ripoll no fue la única Biblia que salió del rico escritorio del monasterio. El primer cuarto del siglo XI fue prolífico y, en total, fueron tres los códices de este tipo que se elaboraron en Ripoll. Actualmente solo se conservan dos, ya que uno de ellos desapareció en el incendio del año 1835.
La Biblia de Ripoll fue copiada en el escritorio y trasladada a Marsella por los monjes del Monasterio de San Víctor cuando las dos abadías se unieron el año 1070. Finalmente, ya en el siglo XVII, el manuscrito fue a parar al Vaticano gracias a un sobrino del papa Pablo V, concretamente en la Biblioteca Apostólica Vaticana.

El tercer códice es lo que conocemos como Biblia de Rodes y fue un regalo del abad Oliba para el monasterio de Sant Pere de Rodes con motivo de la consagración de su iglesia monástica (1022). De ahí que se conozca con el nombre del monasterio ampurdanés, de donde fue robada en el siglo XVII por el mariscal francés Noailles durante el expolio del monasterio, y vendida posteriormente al rey Luis XV.

La Biblia de Rodes está escrita sobre vitela con lo que se conoce como escritura carolingia pura. Originalmente tenía un total de 566 folios que, ya en el siglo XVIII y en manos de los franceses, se dividieron en cuatro volúmenes. La riqueza artística de sus miniaturas es importante por sí misma pero, sobre todo, por la gran influencia que tuvo a la hora de inspirar la pintura y la escultura románicas. Los historiadores del arte dan por hecho que las ilustraciones de la Biblia inspiraron un fresco de la Crucifixión de Cristo recuperado en el claustro de Sant Pere de Rodes, algunos de sus capiteles historiados (hoy, en el Museo Nacional de la Edad Media de París) y escenas de la magnífica portada de Ripoll). Actualmente se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia.

En 2002 y 2007, unos mil años después de su edición original, los dos ejemplares se reeditaron en formato facsímil.


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¿Cómo se preparaban las fórmulas magistrales en los siglos XV, XVI o XVII? La Farmacia de Llívia, una de las más antiguas de Europa, desvela este misterio. Ya existía en 1415. Uno de los primeros propietarios fue el boticario Jaume Esteve y la farmacia se mantuvo en la familia durante 23 generaciones. Finalmente, en 1942, León Antonio Esteve la cerró y en confió la custodia al  ayuntamiento y, más tarde, a la Diputación de Girona.

Desde 1981 los materiales de la farmacia forman parte del Museo Municipal de Llívia. Se conservan el mobiliario, instrumentos de laboratorio, preparados e incluso tarros de cristal del siglo XIX. Destacan unas cajas de madera renacentistas con los retratos pintados de santos, sabios boticarios y doctores.

Con todo, lo más característico de la colección son los albarels o botes de farmacia de cerámica de color azul cobalto. Los botes más pequeños, que solían contener los productos más preciados o peligrosos, se guardaban en el cordialer. Este mueble del siglo XVIII, policromado, es uno de los elementos más llamativos del conjunto. También se conserva la biblioteca que custodia, entre otros, el libro de fórmulas. El espacio de la farmacia está contextualizado por una serie de recursos audiovisuales y digitales.
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La visita al Museo de Historia de Girona comienza observando su edificio. Es un casal gótico (siglo XV) propiedad de la familia Cartellà que se convirtió en el convento capuchino de San Antonio en el siglo XVIII. De esta época se conserva el cementerio, la cisterna y el claustro. A finales del siglo XIX se adaptó como instituto y, finalmente, se transformó en museo en 1981. Además, acoge los restos de la muralla de la antigua Gerunda y una parte del recinto de la Judería medieval.

Todo un viaje por la historia de Girona que ya anuncia lo que encontrará expuesto el visitante en su interior: un recorrido cronológico por la Girona romana, la medieval, la moderna y la contemporánea que se completa con diversos ámbitos de tradiciones catalanas como el de la copla y la sardana.

Entre las piezas destacadas se encuentra el fragmento del mosaico pavimental de Can Pau Birol del 300 dC, la escultura de bronce del Ángel de la Catedral de Girona realizada en 1764 por Ramon Salvatella, las obras modernistas y novecentistas los escultores Fidel Aguilar y Ricard Guinó o los carteles de actos políticos de la Transición en Girona, entre otros.

El museo gestiona también el refugio antiaéreo del Jardí de la Infància, de la Guerra Civil, y el establecimiento modernista de la Agencia Gómez.
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Una de las consecuencias de la Revolución Francesa fue el nacimiento nacionalismos en Europa. Cataluña no se quedó al margen y a mediados del siglo XIX apareció la Renaixença, un movimiento cultural que tenía el objetivo de hacer del catalán una lengua literaria y de cultura a la vez que exaltaba la historia de Cataluña y la idea de patria.

En este contexto, nació en 1890 en Barcelona el Centre Excursionista de Catalunya. El objetivo fundacional era "fomentar las excursiones por nuestra tierra para hacer que sea conocida y amada, y también publicar los trabajos resultantes de estas excursiones, crear una biblioteca y archivo". Qué mejor manera de documentar las salidas, a finales del siglo XIX, que a través de la fotografía.

El Centre Excursionista recogió tal cantidad de material gráfico que tuvo que crear el Archivo Fotográfico en la calle Paradís de Barcelona. Actualmente custodia más de 100 fondos (400.000 imágenes) procedentes de donaciones particulares y legados. Las temáticas son variadas: paisajes de Cataluña y actividades montañosas, arqueología, espeleología, náutica, ciclismo, boxeo... El conjunto es un importante legado histórico de la Cataluña de los siglos XIX y XX.

Paralelamente, el Archivo muestra la evolución técnica de la fotografía. Encontramos colodiones en vidrio de la década de 1860, placas de gelatinobromuro de plata de finales del siglo XIX, nitratos, placas estereoscópicas y autocromos. También se conservan utensilios fotográficos históricos como cámaras, trípodes, instrumentos de laboratorio o fotómetros.
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Ubicado estratégicamente en la cima de la montaña de Montjuïc, el castillo bautizado con el mismo nombre es una construcción defensiva imponente que responde al modelo de fortificaciones en forma de estrella. Su aspecto actual se debe a la reforma de las antiguas instalaciones realizada por el ingeniero militar Juan Martín Cermeño durante el siglo XVIII.

Más allá de su arquitectura, el castillo de Montjuïc ha sido escenario de numerosos episodios sangrientos y represivos a lo largo de sus 400 años de historia. Actualmente, el recinto es propiedad de la ciudad y se ha convertido en un símbolo de Barcelona.

Los orígenes del castillo se remontan a 1640, en plena Guerra dels Segadors, cuando se levantó un pequeño fortín en torno a una antigua torre de vigilancia. Era el inicio de la militarización de la montaña, que ha marcado su historia hasta mediados del siglo XX.

Esta pequeña fortificación inicial fue reformada y modernizada en profundidad por Juan Martín Cermeño. Terminada la Guerra de Sucesión (1701-1714), el castillo pasaba a titularidad monárquica y se establecía una guarnición permanente. Junto con la Ciutadella, Montjuïc se convertía en el guardián de la ciudad de Barcelona.

La intervención supuso el derribo del fortín original y la construcción de los nuevos edificios sobre una planta trapezoidal irregular adaptada a la topografía de la montaña, con cuatro baluartes en los extremos y un camino cubierto perimetral. Cermeño terminó de "modernizar" las instalaciones dotándolas de servicios, cisternas y ordenó también la construcción del foso.

A lo largo del siglo XIX el castillo volvió a tener protagonismo militar como represor de los movimientos insurreccionales en la ciudad. Hasta 3 veces se bombardeó Barcelona desde la fortaleza (1842, 1843 y 1856), que se utilizó para encarcelar sindicalistas, anarquistas y revolucionarios, igual que durante la Semana Trágica de 1909. Con la Guerra Civil Española el espacio tuvo los mismos usos en manos del gobierno republicano. Posteriormente, el castillo se convirtió en lugar conmemorativo de los vencedores de la guerra, prisión militar y escenario de consejos de guerra (el de mayor trascendencia política fue el fusilamiento del presidente Lluís Companys).

Se convirtió en museo militar en 1963. Finalmente el castillo pasó a titularidad municipal en 2007, cerrando definitivamente las puertas del museo y recuperando el espacio para la ciudad.
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En el siglo XVII la familia Papiol se estableció en Vilanova de Cubelles, la actual Vilanova i la Geltrú. Su poder y propiedades aumentaron hasta convertirse en una de las familias más influyentes del momento. La manera de demostrar esta posición social fue construir una mansión de 5 plantas en plena calle Major, hecho que pocas familias podían permitirse.

La casa se empezó a construir en 1790 por orden de Francesc de Papiol i Padró y se necesitaron 11 años para terminarla. Una austera fachada neoclásica ocultaba unos opulentos salones que reunieron la alta sociedad local hasta los años cincuenta. En 1961 se abrió al público como Museo Romántico, siguiendo los pasos del de Can Llopis de Sitges. Mantenía la estructura, la distribución y la decoración originales.

La planta noble, residencia principal de la familia, responde a un refinado gusto decimonónico donde destacan las grisallas de las paredes. Durante la visita se puede ver la sala de música, la de billar, y muy especialmente el gran salón de baile, donde la familia recibía a los invitados. El circuito también pasa por las habitaciones privadas del señor de la casa, los baños y los tocadores. La casa cuenta también con una pequeña capilla privada de estilo neoclásico y una biblioteca de cerca de 6.000 volúmenes datados entre el siglo XVI y XIX.

La mansión se divide en dos zonas más: la del servicio (que incluye cocina, panadería y despensa) y la de las tareas del campo (granero, bodega y establo). En la parte posterior de la residencia hay un jardín romántico que acoge algunos carruajes y bicicletas de la época.