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Arqueología

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El de la Creu d’en Cobertella, en Roses, es el dolmen megalítico más grande de Cataluña. Ubicado en el paraje de la Casa Cremada y documentado ya desde el siglo XIII, este megalito es una muestra excepcional de sepulcro neolítico.

Con una antigüedad de entre 3.500 y 3.000 años, el dolmen está formado por grandes losas de gneis granítico, material muy abundante en la zona y pertenece a la tipología de sepulcro de corredor. Se trata de un estrecho pasaje de grandes piedras y una cámara uneraria cubierta de tierra o piedra. Del dolmen de la Creu se conservan la cámara y la antecámara, mientras que del corredor que la precedía no queda nada.

Todas estas estructuras se encontraban cubiertas de un túmulo artificial de forma circular, cubierto de tierra y, probablemente, rodeado por una serie de bloques de piedras, hoy desaparecidos. En las cámaras del dolmen se realizaban inhumaciones múltiples sucesivas, un tipo de entierro habitual en el Neolítico.

El dolmen de la Creu d’en Cobertella se restauró en 1957 y la excavación arqueológica sacó a la luz restos de cerámica, monedas romanas y restos óseos. Se encuentra en una zona de gran riqueza en sepulcros megalíticos.
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Se puede descubrir la historia de Tortosa en uno de los edificios más significativos de la ciudad. Se trata del antiguo matadero, una obra modernista del arquitecto Pau Monguió, construida sobre terrenos ganados al Ebro. En 2012 se trasladó el centenario Museo de Tortosa y se aprovechó la estructura de pabellones para mostrar un proyecto museístico totalmente renovado.

El museo tiene un fondo de más de 4.000 piezas entre las que figuran utensilios de sílex prehistóricos, estelas funerarias romanas, cerámica andalusí, capiteles góticos, señales de riada, herramientas de uno de los últimos alfareros de Tortosa y obra pictórica y escultórica de artistas tortosinos, entre otros.

El recorrido por la exposición permanente permite conocer la historia de Tortosa y su territorio, desde la prehistoria hasta la actualidad. Se muestran los vestigios de la Ilercavònia, Dertosa o Turtuxa. Se pueden ver las piezas más representativas de cada período histórico procedentes de la propia colección del museo y de otros museos que las han cedido en depósito, como el Museo del Prado, el MNAC, el Museu Nacional Arqueològic de Tarragona y el Museo de las Terres de l’Ebre. La obra contemporánea del artista Leonardo Escoda interactúa de manera transversal con el espacio y el contenido del museo.
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Desde 2004, la Masía de Can Serra de Sant Adrià acoge el Museo de historia de la inmigración de Cataluña (MhiC) que actúa como centro de investigación y difusión de la memoria migratoria de Cataluña. Para ello, el museo ofrece una exposición permanente dividida en tres ámbitos que utilizan recursos museográficos modernos, interactivos y didácticos.

El ámbito Humanos en movimiento uestra comportamientos históricos de los movimientos humanos desde la prehistoria hasta el siglo XX. La visita continúa en el interior de un antiguo vagón de tren de mediados del siglo XX: el Sevillano. Este espacio quiere rendir homenaje a la generación protagonista de las migraciones interiores del siglo XX en Cataluña. Se completa con los testimonios y recuerdos de los que viajaron en él. El último ámbito presenta las migraciones del siglo XXI, las que tienen lugar en un mundo globalizado y en continua transformación.

El MhiC Dispone de un centro de documentación y recursos. Parte del fondo son cuestionarios de memoria oral que pueden rellenar los protagonistas de procesos migratorios.
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En la confluencia entre el Bajo Aragón y la desembocadura del Ebro, encontramos un yacimiento ibérico muy singular. Y es que conserva una gran torre en el punto más alto del recinto, testigo de su momento de mayor esplendor (el asentamiento ya existía alrededor del año 600 aC. Aún así fue en el siglo V aC cuando se fortificó). Pero no sólo eso. El Coll del Moro es uno de los pocos poblados ibéricos de Cataluña de los que se conoce y se puede visitar la necrópolis.

Situado en un punto estratégico de la Ilercavonia, desde el asentamiento se controlaban los flujos de intercambio comercial entre la costa y las tierras del interior. Es significativo que dentro del poblado se haya localizado un taller destinado a la transformación del lino y la manufactura de tejidos.

La necrópolis, con tres áreas de enterramiento, data aproximadamente de entre los años 800 y 450 aC. y parece que habría coexistido con el poblado en su fase más primitiva. Éste estuvo ocupado hasta el siglo I dC.
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Este poblado ibérico de la desembocadura del Ebro, situado en un monte de la Sierra del Montsià, contaba con unos habitantes muy distinguidos: era la élite de la tribu de los ilercavones que desde aquí controlaba los excedentes de otros asentamientos de la zona y los intercambiaba por productos de lujo con otros pueblos del Mediterráneo.

La Moleta del Remei es considerado un gran poblado de la primera edad del hierro y después un asentamiento íbero de larga duración e importancia. De hecho, es el único poblado del sur de la Ilercavonia ocupado ininterrumpidamente (del siglo VII aC al II aC).

El yacimiento cuenta con un recinto fortificado con sistemas defensivos monumentales, murallas con torres y bastiones que no tienen finalidad militar. Y es que eran un elemento de prestigio que indicaba el estatus de los habitantes del poblado. En su interior se han identificado calles de circunvalación y casi todas las viviendas están adosadas ​​a la muralla. Se han localizado tres edificios que podrían tener función de culto, donde se han encontrado inhumaciones infantiles.
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A partir del siglo V aC, lo que era un pequeño asentamiento ibérico en una colina frente a los estanques de la playa de Calafell se convirtió en uno de los poblados destacados de la tribu de los cosetanos. En ese momento se levantó una poderosa muralla y se trazó una extensa trama urbana. Parte de la singularidad de este yacimiento, sin embargo, se encuentra en la museografía. Y es que se ha reconstruido buena parte de la Ciudadela de Calafell utilizando criterios de la arqueología experimental. El resultado es una aproximación científica y didáctica de cómo vivían realmente los íberos.

De las 3 hectáreas que ocupaba el poblado, casi se ha excavado todo el recinto dentro de la muralla. Se ha identificado que algunas de las casas pertenecían a una élite de guerreros y, en el punto más alto, se encontraba la casa del caudillo. También se han localizado recintos destinados a cultos domésticos, un pozo de agua, hornos para cocer pan y torres que servían de almacén.

Los datos arqueológicos extraídos de las excavaciones permitieron en 1992 reconstruir el poblado, siguiendo modelos museográficos de los países nórdicos. Se escogió plasmar la última fase de ocupación, en el siglo III aC, justo antes de la romanización de la Península Ibérica. Así, se puede recorrer las calles y entrar en las casas, que incluso están amuebladas con réplicas de los objetos encontrados en el yacimiento. Esta musealización ha hecho que la Ciudadela de Calafell forme parte desde 2007 de la red europea EXARC (European Exchange on Archaeological Research and Communication).
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En Tivissa, en un punto estratégico del río Ebro desde donde se domina la llamada Cubeta de Móra, en 1912 se encontraron por casualidad un conjunto de pendientes, brazaletes, anillos, mangos de espejo y 29 monedas de época ibérica. Más tarde apareció una figura de una pareja de bueyes de bronce. Pero fue en 1927 cuando se produjo el hallazgo más importante: es lo que se conoce como el Tesoro de Tivissa, el mejor ejemplo de orfebrería ibérica que se conserva en Cataluña.

A partir de ahí se empezó a excavar la ciutat ibérica del Castellet de Banyoles de Tivissa, que se ha considerado uno de los más importantes de Cataluña. Ocupaba unas 4,4 hectáreas y su ubicación le permitía controlar las rutas comerciales de griegos y fenicios por el Ebro. No está clara la fecha de su fundación, pero se cree que ya podría haber existido antes del siglo VI aC. Se abandonó a finales del siglo III aC, con la llegada de los romanos. Después se construyó un pequeño castillo medieval.

Actualmente se pueden ver los restos de dos torres pentagonales, el único ejemplo de este tipo de estructura en el mundo ibérico. Su situación hace pensar que en este caso no tenían una función defensiva sino que eran un elemento de prestigio. También están excavadas una serie de viviendas situadas radialmente, que debían formar grupos de casas o barrios.

Todo apunta a que en el interior de la ciudad había un santuario o lugar de culto. Y es que el Tesoro de Tivissa, que actualmente se puede ver en el Museo de Arqueología de Cataluña, está formado por 17 piezas de plata de los siglos IV-III aC que corresponden mayoritariamente a una vajilla de lujo destinada probablemente celebraciones rituales.
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En una pequeña península en el actual municipio de Palamós, sobre una colina, en el siglo VI aC los iberos construyeron un pequeño núcleo de población que se convertiría en el poblado fortificado más importante de las tribus indiketes después de Ullastret. Ubicado en una zona con inmejorables condiciones de control y defensa, desarrolló su economía a partir del comercio con la ciudad griega de Empúries.

Entre el siglo IV aC y III aC fue su momento de máximo esplendor. Entonces el asentamiento se fortificó por el lado de más fácil acceso a la península, el istmo. La primera urbanización fue en la parte más elevada del poblado. Para ganar terreno en las pendientes del cerro, se levantaron terrazas reforzadas con muros de contención sobre las que se construyeron las calles y las casas. Hoy todavía se pueden ver en la parte de levante. Parece ser que en lo alto de la acrópolis había un templo helenístico del que se han encontrado los restos del pórtico de entrada y los basamentos de las columnas.

Con la romanización, el poblado de Castillo no desapareció. Su enclave estratégico le hizo experimentar un nuevo esplendor en el siglo II aC. El asentamiento se amplió hacia el norte, fuera de la muralla, ocupando lo que hasta entonces eran campos de silos. Además de hacer casas nuevas, se creó una plaza porticada rodeada de locales comerciales.

El yacimiento del Castillo es de gran importancia tanto por su técnica arquitectónica como por el estado de conservación de los restos. Y es que se mantiene una gran parte de las estructuras, incluso paramentos de más de 1,5 metros de altura. Se pueden ver casi íntegros la muralla, habitaciones, calles, cisternas de agua y silos para guardar el grano.
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Desde su ubicación privilegiada en un monte de la Serra Grossa y el margen izquierdo del río Sénia, el castillo de Ulldecona es el ejemplo claro de castillo de frontera. Durante la ocupación árabe, del siglo VIII al XI, era una fortificación andalusí. Con la conquista de las tierras al sur del Ebro por los cristianos pasó a la familia Montcada de Tortosa en 1148, que lo cedió a la orden militar del Hospital de San Juan de Jerusalén, y se transformó en un castillo cristiano. A su alrededor se fue agrupando la población, que se protegía así de los ataques musulmanes.

Actualmente el conjunto fortificado consta de tres edificaciones -dos torres y la antigua iglesia-, y restos de otras derribadas, rodeado todo de una muralla perimetral. Una de las estructuras más emblemáticas es la torre circular, del siglo XII, que servía de atalaya. Y es que desde la terraza superior, que conserva las almenas y aspilleras, se tiene una vista privilegiada de la zona. Se complementa con la torre del homenaje del siglo XIII, cuadrada, que alojaba las estancias señoriales.

La iglesia es el edificio más moderno del recinto, ya que data del siglo XVI. Podría haber sustituido una primitiva capilla situada dentro de la torre principal del castillo.

Aunque las estructuras más visibles se corresponden a la fortificación militar cristiana, se conservan todavía los vestigios del primer castillo árabe como los restos de la muralla, culminada por dos torres de control. En el recinto también se han encontrado muros de habitáculos medievales e incluso los restos de un antiguo asentamiento ibérico.
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El pueblo íbero de los ilergetes tiene el municipio urgellence de Tornabous uno de los principales exponentes de su potencial político, comercial y económico antes de la llegada de los romanos.

Aunque los orígenes del asentamiento son de finales de la primera edad del hierro, los restos arqueológicos del Molí d’Espígol nos cuentan el avanzado urbanismo que esta comunidad alcanzó en la época de su máximo esplendor, entre los siglos IV y III a.

Es en este momento cuando el Molí d’Espígol pasó de ser un asentamiento a una ciudad, con una economía basada en la agricultura y la ganadería. La complejidad de las casas o innovaciones como las canalizaciones bajo el enlosado ponen de manifiesto la progresión del poblado. Y, por encima de todo, la disposición urbanística, que es la que ha llegado a nuestros días.

Las excavaciones, que se iniciaron en 1970 desde el Museo Diocesano de Solsona y que gestiona el Museo de Arqueología de Cataluña desde 2000, han dejado entrever dos espacios arqueológicos bien definidos: el ámbito urbano, con restos visibles y visitables, y un ámbito suburbano al norte, fuera de las murallas del oppidum, fruto del crecimiento de la ciudad. También se ha identificado la fuente que abastecía de agua la comunidad: una antigua balsa, actualmente desecada, situada fuera del núcleo amurallado.

Alrededor del 200 aC el pueblo ibérico de los ilergetes se deshizo y se abandonó el yacimiento. Hubo una posterior reocupación hasta su abandono total a mediados del siglo I a.