El escritor Josep Pla es uno de los prosistas más importante de la literatura catalana del siglo XX. A pesar de sus viajes, no se olvidó de su Palafrugell natal. Por ello, en 1973 dio su biblioteca a una entidad de nueva creación, la Fundación Privada Biblioteca Josep Pla, ligada al municipio. Desde 1995 este patrimonio literario se encuentra en la casa natal del escritor, actual sede de la Fundación Josep Pla.
En el número 49 de la calle Nou de Palafrugell, donde el periodista pasó su primera infancia, se puede hacer una inmersión en la vida y obra del autor de la Calle Estrecha. Además de custodiar su biblioteca personal, la Fundación dispone de un fondo bibliográfico especializado en Josep Pla que se va actualizando. Se complementa con el material del Centro de Documentación, que incluye manuscritos y documentación personal del autor, artículos de la hemeroteca, fondo de imágenes y vídeos y fondos de arte.
Desde el año 2000 en la casa natal se puede ver la exposición permanente Josep Pla (1897-1981), un itinerario vital y profesional del escritor enmarcado dentro del contexto histórico del siglo XX. Termina en una sala que ilustra el proceso de elaboración del Cuaderno Gris, la obra maestra de Pla, desde las primeras anotaciones en el manuscrito primigenio hasta la primera edición del texto.
En la confluencia entre el Bajo Aragón y la desembocadura del Ebro, encontramos un yacimiento ibérico muy singular. Y es que conserva una gran torre en el punto más alto del recinto, testigo de su momento de mayor esplendor (el asentamiento ya existía alrededor del año 600 aC. Aún así fue en el siglo V aC cuando se fortificó). Pero no sólo eso. El Coll del Moro es uno de los pocos poblados ibéricos de Cataluña de los que se conoce y se puede visitar la necrópolis.
Situado en un punto estratégico de la Ilercavonia, desde el asentamiento se controlaban los flujos de intercambio comercial entre la costa y las tierras del interior. Es significativo que dentro del poblado se haya localizado un taller destinado a la transformación del lino y la manufactura de tejidos.
La necrópolis, con tres áreas de enterramiento, data aproximadamente de entre los años 800 y 450 aC. y parece que habría coexistido con el poblado en su fase más primitiva. Éste estuvo ocupado hasta el siglo I dC.
A partir del siglo V aC, lo que era un pequeño asentamiento ibérico en una colina frente a los estanques de la playa de Calafell se convirtió en uno de los poblados destacados de la tribu de los cosetanos. En ese momento se levantó una poderosa muralla y se trazó una extensa trama urbana. Parte de la singularidad de este yacimiento, sin embargo, se encuentra en la museografía. Y es que se ha reconstruido buena parte de la Ciudadela de Calafell utilizando criterios de la arqueología experimental. El resultado es una aproximación científica y didáctica de cómo vivían realmente los íberos.
De las 3 hectáreas que ocupaba el poblado, casi se ha excavado todo el recinto dentro de la muralla. Se ha identificado que algunas de las casas pertenecían a una élite de guerreros y, en el punto más alto, se encontraba la casa del caudillo. También se han localizado recintos destinados a cultos domésticos, un pozo de agua, hornos para cocer pan y torres que servían de almacén.
Los datos arqueológicos extraídos de las excavaciones permitieron en 1992 reconstruir el poblado, siguiendo modelos museográficos de los países nórdicos. Se escogió plasmar la última fase de ocupación, en el siglo III aC, justo antes de la romanización de la Península Ibérica. Así, se puede recorrer las calles y entrar en las casas, que incluso están amuebladas con réplicas de los objetos encontrados en el yacimiento. Esta musealización ha hecho que la Ciudadela de Calafell forme parte desde 2007 de la red europea EXARC (European Exchange on Archaeological Research and Communication).
El pintor Josep Guinovart i Bertran, máximo representante del informalismo, pasó buena parte de la Guerra Civil en Agramunt, el pueblo de su madre. Entonces tenía unos 9 o 10 años. Para huir de los bombardeos vivió con su familia en una cabaña en el campo. Aunque en 1941 volvió a Barcelona, esta experiencia lo acercó a la naturaleza y en un entorno rural que influyó en su obra y lo vinculó para siempre en el municipio. Tanto es así que en 1990 el artista quiso crear un centro para la creación y la promoción del arte contemporáneo en Agramunt: el Espacio Guinovart.
Se inauguró en 1994 y ocupa el edificio de un antiguo mercado de los años 30. Conserva los soportales laterales, donde estaban ubicadas las paradas. Ahora se han reconvertido en galerías que muestran, de manera rotatoria, la Colección de la Fundación. El gran espacio central, ocupado anteriormente por paradas abiertas, ahora acoge el Mural de las cuatro estaciones y dos instalaciones: La cabaña y La era.
Estas tres obras fueron concebidas especialmente para el Espacio Guinovart. Giran en torno a Agramunt, en su territorio, a su paisaje y su gente. Del imaginario local se crea una visión universal que pone sobre la mesa temas como el ciclo vital o el hábitat en relación con la naturaleza.
El clima mediterráneo -largo verano seco, invierno suaves y lluvias en primavera y otoño- sólo se encuentra en un 5% de la superficie de la Tierra, comprendido en cinco regiones. Éstas están presentes en el Jardín Botánico de Barcelona, inaugurado en 1999 y situado en la montaña de Montjuïc. En 14 hectáreas de suave desnivel ordenan colecciones botánicas de Australia, Chile, California, Sudáfrica y la cuenca mediterránea, incluidas las Islas Canarias.
El espacio está diseñado por los arquitectos Carles Ferrater y Josep Lluís Canosa, la arquitecta paisajista Bet Figueras, el biólogo Joan Pedrola y el horticultor Artur Bossy. Dentro de lo que parece un gran anfiteatro natural, las plantaciones siguen una ordenación geográfica, además de agruparse por afinidades ecológicas. Aprovecha el relieve del terreno para crear las áreas y los caminos, evitando excesivos movimientos de tierras.
Entre sus objetivos destaca la conservación, documentación y difusión del patrimonio natural de Cataluña. Por eso el jardín acoge también el edificio del Instituto Botánico de Barcelona, que dispone de una importante biblioteca y uno de los herbarios más grandes de Cataluña.
Este jardín botánico convive en Montjuïc con el Jardín Botánico Histórico, inaugurado en 1941 en la zona de la Foixarda. Su situación facilitaba el desarrollo de especies de carácter eurosiberiano. En 1986 tuvo que cerrar porque se vio afectado por la construcción de los equipamientos olímpicos, aunque reabrió en 2003.
El 7 de noviembre de 1809, las tropas napoleónicas entraron en Hostalric con el objetivo de tomar la ciudad ya que se encontraba en el único paso natural entre Girona y Barcelona. Una vez arrasado el pueblo, el castillo se convirtió en su principal objetivo. Después de cinco meses de asedio, las murallas derruidas y el suministro de agua cortado, el 13 de mayo de 1810 los franceses consiguieron ocupar la fortaleza.
Este episodio de la Guerra de la Independencia española ha marcado la fisonomía actual del castillo de Hostalric. Esta fortaleza fue construida en 1716 por parte del general de ingenieros de Felipe V, Próspero de Verboom, autor también de la
Ciudadela de Barcelona y de la fortificación de la
Seu Vella de Lleida. Se proyectó teniendo en cuenta los
nuevos modelos de fortaleza del ingeniero militar Vauban. Contaba con tres baluartes, torres de defensa, un foso y dos revellines.
La estructura que perdura en nuestros días está formada por la entrada subterránea, el portal de los carros, el cuerpo de guardia, el baluarte de Santa Tecla, la segunda puerta, el polvorín principal, el baluarte del diente de sierra, el portal principal, la plaza de las armas, la torre del reloj y el camino de la villa.
Casi nada queda de la
construcción originaria de época medieval, que fue derribada por el duque de Noailles el 1695. Sólo el camino fortificado que va de la ciudad al castillo es de origen bajomedieval. Los dos muros paralelos en el camino estaban protegidos por dos torres circulares de las que sólo se conserva un pequeño tramo.
El pueblo íbero de los ilergetes tiene el municipio urgellence de Tornabous uno de los principales exponentes de su potencial político, comercial y económico antes de la llegada de los romanos.
Aunque los orígenes del asentamiento son de finales de la primera edad del hierro, los restos arqueológicos del Molí d’Espígol nos cuentan el avanzado urbanismo que esta comunidad alcanzó en la época de su máximo esplendor, entre los siglos IV y III a.
Es en este momento cuando el Molí d’Espígol pasó de ser un asentamiento a una ciudad, con una economía basada en la agricultura y la ganadería. La complejidad de las casas o innovaciones como las canalizaciones bajo el enlosado ponen de manifiesto la progresión del poblado. Y, por encima de todo, la disposición urbanística, que es la que ha llegado a nuestros días.
Las excavaciones, que se iniciaron en 1970 desde el Museo Diocesano de Solsona y que gestiona el Museo de Arqueología de Cataluña desde 2000, han dejado entrever dos espacios arqueológicos bien definidos: el ámbito urbano, con restos visibles y visitables, y un ámbito suburbano al norte, fuera de las murallas del oppidum, fruto del crecimiento de la ciudad. También se ha identificado la fuente que abastecía de agua la comunidad: una antigua balsa, actualmente desecada, situada fuera del núcleo amurallado.
Alrededor del 200 aC el pueblo ibérico de los ilergetes se deshizo y se abandonó el yacimiento. Hubo una posterior reocupación hasta su abandono total a mediados del siglo I a.
El nacimiento de la canónica de Santa María de Vilabertran es un símbolo del movimiento de reforma de finales del siglo XI que luchaba contra las imposiciones nobiliarias en los nombramientos eclesiásticos.
Con este posicionamiento, el clérigo Pere Rigau consiguió reunir una comunidad de sacerdotes que vivían en la casa anexa a la iglesia de Santa Maria de Vilabertran. En 1080 fundaron un monasterio que seguiría la regla de San Agustín en unas tierras donadas por familias de la zona. Hoy ésta se considera una de las primeras comunidades de clérigos agustinos de Cataluña que, además, ha dejado como legado uno de los ejemplos mejor conservados de la arquitectura canónica medieval.
El conjunto arquitectónico, construido entre los siglos XII y XIII, estaba formado inicialmente por un claustro central que comunicaba con las dependencias monacales y la iglesia. Esta es el elemento más destacado, especialmente la cruz procesional de su interior, considerada la pieza de orfebrería gótica más grande de Cataluña.
Posteriormente se amplió la canónica con la capilla funeraria de los Rocabertí (siglo XIV), el palacio abacial (siglo XV) y el patio amurallado (siglo XVIII) que recogía las dependencias externas del recinto de clausura.
Desde las primeras excavaciones en el siglo XIX, se ha puesto de manifiesto el importante patrimonio arqueológico del Pla de l'Estany. Y es que aquí se concentran algunos de los yacimientos de referencia de Cataluña. Los resultados de estas intervenciones realizadas en la comarca se encuentran recogidos en el Museo Arqueológico Comarcal de Banyoles. No es de extrañar, por tanto, que este equipamiento cuente con una de las colecciones de paleontología y arqueología más importantes de Cataluña.
El museo se inaugura oficialmente en 1943 y ocupa desde entonces el palacio gótico de la Pia Almoina. De 2000 a 2009 se ha reformado la museografía adaptándola a criterios modernos. Actualmente el Museo Arqueológico Comarcal de Banyoles dispone de tres salas para la exposición permanente (la sala de Paleontología, la de Prehistoria y la de Historia) que permiten hacer un recorrido desde el Terciario superior hasta el siglo XVIII dC.
En la sala de Paleontología destacan restos fósiles de grandes animales del Terciario y el Cuaternario, como el cráneo de un tigre con dientes de sable del yacimiento de Incarcal. La sala de Prehistoria dedica una atención especial a la mandíbula neandertaliana de Banyoles encontrada en 1887 en el Pla de la Formiga y muestra también varias piezas del poblado neolítico de La Draga y de las Cuevas de Serinyà.
Por su parte, la sala de Historia explica cómo era el Pla del Llac a través de los hallazgos hechos principalmente en el poblado ibérico de Mas Castell de Porqueres y la villa romana de Vilauba. Para la etapa medieval-moderna se centra, sobre todo, en el barrio viejo de Banyoles.
El Ecomuseo de los Valles de Àneu es un museo vivo. No se enmarca en un solo edificio sino que está formado por varios elementos monumentales, naturales y etnográficos repartidos por los municipios de Àneu que, en conjunto, explican cómo han vivido los habitantes de estos valles pirenaicos desde finales del siglo XIX. Un proyecto innovador que nace en 1994 y que trabaja en la investigación, conservación, difusión y restitución de la realidad del territorio donde se inscribe.
El centro neurálgico es la Casa Gassia, una típica casa aneuense del siglo XVIII. Mantiene su estructura original y el actual espacio expositivo muestra cómo era la vida doméstica durante la primera mitad del siglo XX. A partir de aquí, el Ecomuseo se extiende por 10 centros patrimoniales más.
Encontramos iglesias - Sant Joan d’Isil, Sant Julià d’Unarre, Sant Pere de Sorpe, Sant Pere del Burgal, Santa Maria d’Àneu y el Conjunto Monumental de Son - que explican cómo era la religiosidad popular, las creencias y los rituales. Y también edificios defensivos tan distantes en el tiempo como el castillo medieval de València d'Àneu y los bunkers de posguerra de la Guingueta d'Àneu. Asimismo, los equipamientos industriales como la serrería hidráulica de Alós y la quesería la Roseta de Gavàs son un testimonio de las actividades económicas de la zona.
Así, a través de los objetos y elementos situados en sus lugares de origen, el Ecomuseo acerca las transformaciones que ha sufrido este territorio en las últimas décadas, y permite relacionar los elementos naturales y monumentales con las tradiciones sociales, culturales y etnográficas.